FERIA DE SAN ISIDRO

La última revolución de Morante: el toreo imposible

La incredulidad de Guerrita sobre Belmonte se vive ahora con el genio sevillano y la refundación de su forma de torear el día de la puerta grande de Las Ventas

Morante de la Puebla es elevado en hombros por una muchedumbre eufórica en Las Ventas. F

Morante de la Puebla es elevado en hombros por una muchedumbre eufórica en Las Ventas. F / PLAZA 1

Ningún vestigio es tan inconsolable como el que deja el toreo vivido. Morante ha roto los cerrojos de la puerta grande de Madrid como rompió las cadenas de la Puerta del Príncipe de Sevilla el día que cortó el rabo tras medio siglo y ha puesto, de nuevo, el toreo del revés. O en el sitio. Pero, ¿qué más se puede decir, si es que se puede decir algo, de lo que hizo en Las Ventas?

Los que no lo han visto torear, no entienden que hoy sea un ídolo, pero hay ídolos que trascienden directamente a dioses, como demuestran las imágenes de su salida en hombros por la calle Alcalá, con la muchedumbre ciega de pasión, llena de jóvenes, creyentes todos ellos con sus corazones restañados después de tantos años con un ser feliz en volandas que más bien era un santo, mientras temblaban sus ojos llorosos -y los de todos ellos- de emoción.

Un extraordinario natural de Morante en faenz con que refundó el toreo.

Un extraordinario natural de Morante en la faena con la que refundó el toreo. / PLAZA 1

No se lo creía ni el Guerra

No son muchos los hombres que han inventado un arte. Orfeo, cantor en la mitología griega, hijo del rey de Tracia, inventó la música; pero nadie toma en serio la existencia histórica de Orfeo porque en otras culturas la invención de la música es atribuida a otras figuras mitológicas como Gilgamesh o a Quetzalcóatl. 

Belmonte, hijo del quincallero de Triana, nació en el número 72 de la calle Ancha de la Feria, en Sevilla, el 14 de abril de 1892 y, a continuación, inventó el toreo: “Lo hecho por Joselito lo hicieron antes algunas veces, no muchas, Lagartijo, Guerra o Bombita. Lo hecho por Belmonte no se había hecho nunca; es más: nadie creía que se pudiera hacer”, aseguró el más célebre crítico taurino del momento, Don Modesto, tras verlo torear en Madrid. No se lo quiso creer ni el Guerra, la figura más respetada, y soltó su famosa frase de incredulidad: “Lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible”.

Pero Morante destrozó el axioma de Lagartijo: “Que viene el toro, te quitas tú; que no te quitas tú, te quita el toro”. Morante, como Belmonte, no se quitó en Madrid, se quitaba el toro.

El concepto de tauromaquia

El riquísimo potencial de su ornamentación expresiva, su palmaria demostración de que el toreo es una cuestión de imágenes en sí que ha cautivado toda la Feria de San Isidro tras una Feria de Abril de Sevilla también mágica. Porque Morante encarna ejemplarmente el concepto de tauromaquia como acto de lenguaje, como hecho lingüístico como imagen en sí. 

Pero su faena a Lírico -su segundo toro de Juan Pedro Domecq- es el toreo imposible. O la refundación del toreo mismo porque lo hizo posible, con un atributo de intransferible verdad al natural. 

A ese toro no se podía -o debía- torear así por la poca fuerza que demostraba y por la exigencia del trazo del muletazo tan profundo de Morante (a los toros les quebranta la curvatura del pase), tan cruzado al pitón contrario y rematados tan atrás de la cadera. Prácticamente inconcebible para todos los demás mortales menos para él. Es, sin duda, un nuevo fundamento de tauromaquia por la reducción total de espacios frente al toro. 

En el toreo verdadero, el instante que pasa ocupa todo el tiempo. No hay final ni principio, solamente el estallido de ese milagro de emoción única, la globalidad del arte sin principio ni fin que perdura para siempre en nosotros. Esa es la grandeza del toreo de Morante y su última revolución.