ARTE

La Virgen de Guadalupe une el arte de los dos lados del Atlántico en la nueva exposición del Prado

El museo reúne unas 70 obras en torno a la célebre aparición mariana en México y las conexiones con el arte de su época para subrayar los vínculos creativos entre el antiguo virreinato de la Nueva España y la península

La exposición 'Tan lejos, tan cerca. Guadalupe de México en España', que se puede visitar en el Museo del Prado hasta el próximo 14 de septiembre.

La exposición 'Tan lejos, tan cerca. Guadalupe de México en España', que se puede visitar en el Museo del Prado hasta el próximo 14 de septiembre. / Museo Nacional del Prado

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

Madrid

La representación iconográfica de la Virgen de Guadalupe fue una de las más importantes manifestaciones de la conexión transatlántica entre América y España, fundamentalmente durante el tiempo en el que el México actual fue colonia de la metrópoli y en menor medida a partir de su independencia. Se calcula que unas mil obras referentes a aquella aparición mariana, pinturas en su mayoría pero también esculturas, retablos y otro tipo de piezas, se difundieron por iglesias y palacios de la Península entre mediados del siglo XVII y principios del XIX.

El Museo del Prado recoge en la nueva exposición que inaugura este martes, Tan lejos, tan cerca. Guadalupe de México en España, casi setenta obras que retratan a la que sería nombrada en 1746 patrona de la Nueva España (así se llamaban los territorios de la corona en América del Norte) o que tuvieron conexión con aquel mito y su difusión: Muchas de ellas fueron realizadas por lo más granado del arte novohispano y también peninsular de la época, nombres como José Juárez, Juan Correa, Manuel de Arellano, Velázquez o Zurbarán.

La muestra, explicaba el director del museo Miguel Falomir durante su presentación este martes, se inscribe en una línea de actuación con la que el Prado pretende "difuminar las distinciones entre el arte realizado en las dos orillas del Atlántico y visibilizar el de los virreinatos hispanoamericanos. Que la primera obra que encuentre quien entra en la exposición sea un retrato de Velázquez, que la primera Guadalupe llegada a Madrid compartiera espacio con las maravillosas pinturas de El Greco en el Colegio de María de Aragón, o que se vea una representación de la Guadalupe dialogando con una Santa Faz de Zurbarán, creo que es una forma bastante elocuente de desterrar todas estas pretendidas distinciones y taxonomías que no tienen sentido alguno: ni lo tenían en el pasado ni lo tienen ahora en el presente". Si la temática escogida para reflejar esos puentes ha sido la de esta aparición mariana es porque, añadía Falomir, "de ninguna otra imagen religiosa han llegado tantos ejemplares a la Península Ibérica".

'Tercera aparición de la Virgen de Guadalupe', atribuido a Juan Correa (h. 1690-1700). Sevilla, Hermanas de la Compañía de la Cruz.

'Tercera aparición de la Virgen de Guadalupe', atribuido a Juan Correa (h. 1690-1700). Sevilla, Hermanas de la Compañía de la Cruz. / Cedida

La pintura de unas rosas

A partir de mediados del siglo XVI algunos relatos y códices mexicanos comenzaron a recoger una leyenda que narraba cómo, hacia 1531, la virgen María se le había aparecido varias veces al campesino chichimeca Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Lo había hecho en el cerro del Tepeyac, una elevación hoy en día encerrada en la gigantesca aglomeración urbana que es Ciudad de México y donde se ubica actualmente la Basílica de Santa María de Guadalupe, un lugar de peregrinación al que acuden cada año millones de mexicanos. Para probar al obispo de México de entonces, Juan de Zumárraga, aquellas apariciones, Juan Diego tuvo que llevarle por orden de la Virgen unas rosas que había cortado en el cerro dentro de una especie de capa. Al desplegarla ante él apareció impresa en la tela la imagen de la madre de Cristo, y esa sería la reliquia fundadora del mito.

Sin embargo, y aunque la más popular de las vírgenes de Guadalupe es la que nos ha llegado de México, su origen está en Extremadura, en la aparición a un pastor, dos siglos antes, de una talla con su figura. Aquel suceso dio lugar al monasterio que se le consagró en la provincia de Cáceres y a la proyección que esa primera versión de la virgen de Guadalupe tuvo en la conquista de América.

Visitantes en la exposición del Prado 'Tan lejos, tan cerca. Guadalupe de México en España'.

Visitantes en la exposición del Prado 'Tan lejos, tan cerca. Guadalupe de México en España'. / Museo Nacional del Prado

La imagen mexicana, siempre con la misma postura (la cabeza inclinada hacia su derecha, las manos en gesto de rezo), la misma mandorla radial, posada sobre la luna y a menudo rodeada de rosas, es la que domina toda la muestra, aunque hay una sección específica situada al final que está dedicada a las vera effigies, las copias casi exactas de la original aparecida en México y para las que se emplearon técnicas artísticas especializadas como calcos o cartones. Pero hasta llegar ahí, en el recorrido se van alternando escenas de Guadalupe con obras protagonizadas por otras vírgenes o apariciones sagradas, o por personajes que tuvieron que ver en su difusión o en cómo se la representaba.

Una virgen unificadora

La pintura de Velázquez que abre la exposición, La venerable madre Jerónima de la Fuente, es el retrato de una religiosa que fue una de las más firmes defensoras de la doctrina de la Inmaculada Concepción y de las primeras en recoger, durante un viaje que pasó por México, el testimonio que contaba el milagro de la virgen guadalupana. Cinco partes integran el retablo fingido Imagen y apariciones del Nuestra Señora de Guadalupe a cargo del pintor criollo José Juárez, en el que se representan esas cuatro manifestaciones de la virgen a Juan Diego con una gran imagen central que es el icono habitual. Es la copia guadalupana más antigua que se conserva y sigue la narración que en su día publicó en lengua náhuatl Lasso de la Vega. Se envió desde la corte virreinal de México a la religiosa y escritora mística española Sor María de Ágreda.

'Imagen y apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe', de José Juárez (1656). Monasterio de sor Maria Jesús de Ágreda.

'Imagen y apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe', de José Juárez (1656). Monasterio de sor Maria Jesús de Ágreda. / Cedida

Dos años han dedicado los comisarios Jaime Cuadriello, de la Universidad Nacional Autónoma de México, y Paula Mues Orts, del Instituto Nacional de Antropología e Historia de aquel país, a preparar esta muestra que combina piezas de gran y pequeño formato. La mayoría proceden del patrimonio español, de museos e instituciones eclesiásticas repartidas por toda nuestra geografía. "Esta exposición busca restituir las conexiones entre las obras y los individuos, aquellos que las comisionaron, enviaron, custodiaron y legaron. Pero también resaltar el valor de las mismas imágenes como agentes sociales. Y los peculiares recursos plásticos y materiales empleados en su compra y exportación", decía Cuadriello en la presentación. El célebre Cuadro de castas, vista de la colegiata de Guadalupe y vista del paseo de la Viga del mexicano Luis de Mena muestra a las diferentes castas del país unificadas por la virgen. Hasta la independencia y la revolución mexicana acabarían, con el tiempo, adoptándola como símbolo.

'Cuadro de castas, vista de la colegiata de Guadalupe y vista del paseo de la Viga', de Luis de Mena  (h. 1750). Madrid, Museo de América

'Cuadro de castas, vista de la colegiata de Guadalupe y vista del paseo de la Viga', de Luis de Mena (h. 1750). Madrid, Museo de América / Cedida

En la muestra se abordan el nacimiento y transmisión del relato guadalupano, su conexión con otros iconos marianos como el de la Inmaculada, la idea de que no fue pintada por mano humana (y el concepto del Dius Pictor) o la sacralidad de su manto, objeto de veneración como reliquia. Diferentes pinturas y dibujos muestran el santuario original en el cerro Tepeyac. También se subraya el diálogo con pintura española de la época, esas obras mencionadas de Velázquez, de Zurbarán o de El Greco. Y se pueden contemplar algunas obras referidas a la 'otra' virgen de Guadalupe, la extremeña.

Un capítulo llamativo es el de la conexión asiática: el mito también llegó a Filipinas (igual que, en Europa, a Portugal o Italia) y de allí se importaban técnicas que luego se trabajaban en el punto intermedio que suponía Nueva España, como la de los enconchados: una Virgen de Guadalupe de autor desconocido y procedente de un monasterio de Castellón de la Plana está hecha con conchas de nácar, al estilo del trabajo ornamental que se hacía con las conchas japonesas namban.

Sobre si la exposición se inscribe de alguna manera en el debate actual sobre la descolonización de los museos, Falomir decía en la presentación que "no hay nada mejor para descolonizar que mostrar la historia", y defendía que en el Prado hay un empeño en "homologar las realizaciones artísticas realizadas en todas las geografías y acabar con prejuicios". El comisario Cuadriello separaba el debate en dos registros, uno más político o jurídico y otro artístico. Y añadía, apoyado por su compañera, que "si alguien colonizó el imaginario peninsular fue el culto mariano que ahora representamos", subrayando la diferencia, frente a otras, de la direccionalidad de esta influencia.