HACINADOS EN LA T4
Una noche en el refugio de los sintecho de Barajas: "No exigimos comodidades, solo respeto y ayuda urgente para salir"
El número de personas sin hogar ha descendido dentro del edificio pese a la ineficiencia de los controles de acceso: varios afectados denuncian que, al caer la noche, el aire acondicionado y la conexión wifi desaparecen con el fin de incomodarlos

Flori es italiano y lleva cinco años durmiendo en el Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. / ALBA VIGARAY

Son las 21:00 horas y las puertas se cierran en la Terminal 4 del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. No todas. Cuatro de ellas permanecen abiertas. Los trabajadores de seguridad se colocan a los lados y los pasajeros comienzan a hacer cola con su tarjeta de embarque en la mano. Estos controles, implantados por Aena el pasado 21 de mayo, pretendían reducir el número de personas sin hogar que pernoctan en el interior del edificio desde hace meses. De los casi 500 sintecho identificados hace unas semanas, apenas un centenar continúan dormitando en la segunda planta de la instalación. Podría parecer que las medidas han surtido efecto. Sin embargo, tan solo se han desplazado unos metros más allá. Decenas de ellos duermen ahora en el parking de la T4. “Lo que hace Aena para que no durmamos ahí dentro no es normal”, explica Flori (47), quien lleva cinco años viviendo aquí. Como él, varios afectados denuncian que, desde hace unos días, al caer la noche, el aire acondicionado y la conexión wifi desaparecen con el fin de incomodarlos y que abandonen el lugar.

Dos personas duermen en el pasillo de la Terminal 4 del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas. / ALBA VIGARAY
“También han retirado algunos enchufes. Si ha bajado el número de indigentes es por estas medidas de Aena, no por los controles, que se burlan entrando antes o forzando las puertas de emergencia”, lamenta Francisco, miembro de la seguridad privada del aeropuerto. Bajo su punto de vista, no poder cargar sus dispositivos es la principal razón del cambio de ubicación. Y eso, al menos a él, le reconforta: “Antes pasabas por la segunda planta y tenías que ir saltando a la gente. Nos sentimos más seguros, pero el problema viene desde hace más de siete años. Al principio eran 50, luego 100 y, debido al boca a boca, se salió de madre. Era insostenible”. Junto a sus compañeros, pasó de estar pendiente de la protección del edificio a dedicar toda su jornada laboral a este grupo de personas. “Es despertarlos, levantarlos, seguirlos para que no hagan nada en el baño o en el bar. Nos hemos convertido en sus niñeros. Ensucian los baños a propósito y se ríen del personal de limpieza”, añade. Francisco teme que, con el paso del verano y la llegada del mal tiempo, la problemática regrese a su lugar de trabajo: “Esto es cíclico”.
"Nos jugamos la vida"
En los controles situados frente al acceso al Metro, la situación es más sencilla: “Cuando alguna persona sin hogar intenta entrar sin billete por aquí, discutimos con él o con ella y lo terminan entendiendo. Algunos vuelven en el metro y otros intentan entrar por otro sitio”. No es el caso de Lisa (37). Rusa de nacimiento, se incorporó al asentamiento hace algo más de dos meses y, junto a Flori, su pareja, ha tomado la decisión de pernoctar en el exterior del parking de la terminal. “Llevamos mucho tiempo esperando a que el Samur nos dé una habitación. Ahora ya es difícil entrar. No nos dejan entrar en ningún restaurante si no tienes dinero. No podemos comprar en las tiendas, ni siquiera en McDonalds. No valemos nada para ellos. Nos tratan como criminales, nos señalan por dormir aquí, que hace mucho frío. Tengo miedo porque, cuando cierran las puertas, no sabemos qué encontraremos en la calle”, relata justo antes de ausentarse y comenzar a hablar por sí sola de camino al aseo. Como ella, muchos de ellos se encuentran en una situación de extrema vulnerabilidad.

El Ayuntamiento de Madrid mantiene el seguimiento a 97 de los afectados por parte de los servicios sociales municipales. / ALBA VIGARAY
Flori asegura que permanece fuera por decisión propia, como la gran mayoría de quienes han encontrado en los aparcamientos una alternativa para los meses de calor: “Otros quieren entrar y no pueden. No tiene sentido porque es un sitio público y, si no me dejan entrar, tampoco puedo acceder al Metro. Es una mierda. Piensan que somos peligrosos, pero no. Parece que tengo un carnet de la calle y lo único que quiero es un pasaporte. Lisa ha robado varios, pero no sirve de nada. Entre nosotros hay muchos criminales, drogadictos y prostitutas. Nos jugamos la vida cada día”. Un miedo que no solo experimentan quienes duermen a la intemperie, sino también aquellos que llegan a tiempo para pasar la noche en la segunda planta de la terminal.
25 años en España
Al cruzar la esquina se encuentra Jacqueline (55) que, junto a su marido, continúa durmiendo bajo techo pese a las medidas tomadas por Aena. “Hay que estar antes de las 21:00 para poder entrar. En la calle no nos podemos quedar porque nos violan, nos ultrajan, nos roban… Nos quieren matar. No le deseo dormir en la calle ni a mi peor enemigo. Es lo más deplorable y denigrante que puede haber. Como mujer, yo corro peligro”, critica. Tanto ella como su pareja son psicólogos de profesión, migrantes ecuatorianos que llegaron a España en el 2000 y pasan las noches en Barajas desde hace cinco meses. “Es un espacio que no está acondicionado, comenzando por el suelo”, dice mientras señala a un hombre que mantiene la cabeza apoyada en un par de zapatillas: “Nadie puede dormir bien aquí, entre la luz, el calor y la bulla. Sabemos que estamos ocupando un espacio y rompiendo unos protocolos, pero no queda otra. Tenemos que aguantar porque no van a apagar la luz por la noche ni a poner el aire acondicionado. No exigimos comodidades, solo que se nos respete y nos den ayuda urgente para salir de aquí”.

La presencia de personas sin hogar en Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas ha desencadenado en un refuerzo del equipo de seguridad en las instalaciones. / ALBA VIGARAY
Las enfermedades mentales son un tema común en la terminal, tanto entre las personas sin hogar como para los trabajadores. “Aquí hay muy poca gente normal. La mayoría tienen problemas mentales”, señala Jacqueline, quien presencia a diario los brotes psicóticos y las peleas de otros vecinos: “No podemos salir corriendo. Mientras no se metan conmigo, que se maten entre ellos si quieren. Yo soy una señora, no iría con ellos ni a la esquina”. A lo largo del cuarto de siglo que lleva viviendo en España, ha concatenado multitud de residencias de trabajo, lo que le permitió una estabilidad financiera. Hasta ahora. “He trabajado toda mi vida y por una circunstancia personal estoy aquí. Por eso y porque no tengo trabajo. Soy una desempleada en búsqueda activa de empleo. Todos los días salgo de aquí en busca de un contrato. Lo necesito”, ruega. La sensación de desamparo sumada a la “pasividad institucional” hace su estancia aún más complicada: “Nadie toma cartas en el asunto. No tenemos donde ir, necesitamos que nos saquen de aquí y nos proporcionen una vivienda estable. Es un caso extremo”.
Jeringuillas en el suelo
La presencia de personas sin hogar en Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas ha desencadenado en un refuerzo del equipo de seguridad en las instalaciones, así como en la implantación de medidas especiales para algunos de los trabajadores. En el caso del personal de limpieza, trabajan por parejas las 24 horas del día y, hasta hace apenas unos días, con vigilancia durante su paso por las zonas cero. “El saneamiento nocturno se hacía antes acompañado de dos guardias, pero ya no. Como algunos se han trasladado al parking, han reforzado la protección allí y nos han dejado a nosotros sin nada”, expresa Fernanda Correia, limpiadora en el aeropuerto y presidenta del comité de Serveo T1,2,3 por el sindicato USO. Desde la agrupación denuncian que la situación “sigue siendo la misma” y suplican un cambio: “Nos da igual que estén dentro o fuera. Al final usan el espacio, por lo que seguimos igual”. Al haberse quedado sin escoltas, las tareas nocturnas se han vuelto superficiales y es a primera hora de la mañana cuando llevan a cabo una desinfección profunda: “Los limpiadores no les despertamos de madrugada para que no se sientan tan agraviados. A primera hora de la mañana, cuando se despiertan, hay que entrar a saco para limpiar a fondo. Seguimos yendo de dos en dos por miedo”.

El personal de limpieza trabaja por parejas durante su paso por las zonas en las que duermen las personas sin hogar. / ALBA VIGARAY
Para el colectivo de limpieza, entre otros, la situación sigue siendo tan crítica como antes. El respeto y la tensión reinan en la terminal, donde Fernanda asegura haber encontrado jeringuillas en varias ocasiones. “Como se asean en los baños públicos, tenemos que hacer una limpieza mucho más profunda porque lo dejan todo en mal estado”, suma. La preocupación no ha cambiado de sitio, sino que se ha extendido a otras zonas. Ahora, a los empleados se les ha asignado un nuevo parking para evitar situaciones incómodas con los sintecho: “Cuando estaban dentro era más fácil controlarlos. Al estar en un espacio abierto se necesita mucho más personal de supervisión”. Como colectivo, solicitan al Ayuntamiento de Madrid, a Aena, a la Comunidad de Madrid y al Ministerio de Transportes una mesa de diálogo inminente con el fin de buscar una alternativa. “Tienen problemas de salud y merecen ser atendidos. Son seres humanos y hay que trabajar a fondo en esta situación. Es un problema de las instituciones, porque los trabajadores y pasajeros también estamos en riesgo. Además, la imagen proyectada es espantosa”, zanja.
Al mismo tiempo, el consistorio ha informado que se mantiene el seguimiento a 97 de los afectados por parte de los servicios sociales municipales, 76 hombres y 21 mujeres a principios del mes de junio. Pese a no tener cifras concretas del censo, la vicealcaldesa y delegada de Seguridad y Emergencias, Inma Sanz, asegura no saber por qué se está produciendo el descenso de individuos que pasan las noches en Barajas: “Puede ser que las medidas de Aena estén teniendo efecto”.