FERIA DE SAN ISIDRO

Morante, en trance místico, abre la puerta grande de Las Ventas

Multitudinaria salida en hombros del genio sevillano tras hacer historia en la Corrida de la Beneficencia de Madrid y cortar una oreja a cada toro de su lote de Juan Pedro Domecq

Morante de la Puebla es llevado en hombros para salir por la puerta grande de Las Ventas.

Morante de la Puebla es llevado en hombros para salir por la puerta grande de Las Ventas. / Juanjo Martín/EFE

Madrid

Morante de la Puebla lloraba sin consuelo tras ver el pañuelo blanco en su segundo toro que le otorgaba definitivamente la puerta grande de Madrid como si hubiera encontrado la llave de la propia profecía de su memoria y hasta de su vida torera. El genio sevillano se abrazaba con su primo pelirrojo, Juan Carlos, su mozo de espadas de toda la vida; y su amigo y ahora apoderado, Pedro Jorge Marques, lo besaba como a un santo sobre los laureles de gloria. 

Al fin, Morante lloraba de emoción, feliz, extenuado, ungido de historia y superado ya el asedio taciturno de su afección mental, porque había logrado la puerta grande de Madrid como matador de toros tras 27 años de alternativa y después de ofrecer una tarde descomunal, en trance místico, donde desplegó una de las tauromaquias más reales -surreales diría-, radiantes de pureza, interiorizadas con esa torería tan única, tan propia, tan fructosa como la que tenían los antiguos de la Edad de Oro del toreo.

Y lo hacía otra vez en Madrid, donde regresaba víctima de la injusticia presidencial tras firmar hasta ese momento la faena de mayor profundidad y contenido de San Isidro el pasado miércoles 28 de mayo.

Pero este domingo, en la Corrida de la Beneficencia de Madrid que estuvo presidida por la Infanta Elena, volvió a elevar el toreo a los cielos, los planetas, los asteroides y los satélites y en uno de ellos estaba Dios y le dio la mano para confirmar que el paraíso de su toreo tiene algo de divino, de un estallido emocional único que produce un sentimiento inolvidable. 

Su expresión piramidal, que ofrecía figuras geométricas en cada muletazo, sería capaz de asombrar a los faraones egipcios, que seguro que eran personajes sumamente enamoradizos. Un torrente de torería sobre Las Ventas en dos faenas bien distintas con las que logró una oreja de cada toro de su lote de Juan Pedro Domecq. 

El genio sevillano llora de emoción y se abraza con su primo, Juan Carlos Morante

El genio sevillano llora de emoción y se abraza con su primo, Juan Carlos Morante / Juanjo Martín/EFE

Su segunda faena, la más diferencial de la tarde, proyectaba imágenes añejas con su figura erguida acariciando la punta del pitón en el cite, la solemnidad y la majestuosidad en el gesto y la forma de los muletazos. Pero sobre todo, Morante emocionó porque sacó agua de un pozo seco con su personal sello artístico para disfrutar de la autenticidad de su tauromaquia y de la grandiosidad de su templanza, con la plaza convulsionada sobre sus pies, partida por la mitad por su milagro. Una tanda final de naturales, cuya verdad jamás la aboliría de la retina, hizo temblar los tendidos de Las Ventas.

Una faena, en definitiva, difícil de practicar para el resto de los mortales por exigir inmensidad en el valor y absoluto dominio en el aguante. La estocada quedó baja, pero la petición fue unánime y el presidente concedió el apéndice que le abría de par en par la puerta grande de Madrid. 

En su primera obra se encontró con un animal de Juan Pedro Domecq de buena bondad que tuvo las fuerzas muy limitadas y la raza justa, pero lo toreó con excelente sentido a la verónica y completó una faena de muy buena factura sobre las dos manos con la planta asentada, muy reposado en las formas, ajustadísimo en el embroque del muletazo y con ese misterio adosado a sus muñecas que se muestra en esa torería y que se depura hasta el vértice de la sublimación. Cumbre, sí. Alimento terrestre para la memoria, en definitiva. Y dejó una estocada también sublime, impresionante de ejecución, volcándose con todo su cuerpo sobre el morrillo del toro, que tuvo su efecto fulminante. Paseó la primera oreja en medio del clamor popular. 

Extraordinario derechazo de Morante al cuarto, con el que consiguió su segunda oreja.

Extraordinario derechazo de Morante al cuarto, con el que consiguió su segunda oreja. / Juanjo Martín/EFE

El resto de la tarde, con un buen toro de Juan Pedro Domecq que sorteó Fernando Adrián en segundo lugar y al que cortó una oreja en un toro muy menor, quedó reducido ante semejante vivencia histórica. Igual que la entrega de Borja Jiménez en un lote manso que le ofreció pocas posibilidades. Eso es todo.

Y Morante de la Puebla se marchó de Madrid en una puerta grande multitudinaria, con la gente llenado el ruedo para llevarlo en volandas hasta la calle Alcalá. No se trata de otra gama de valores emocionales, de otras fórmulas verbales, de otro asombro intuitivo que la emoción del toreo. ¡Viva Morante!