QUÉ FUE DE...
Karmele Marchante, la mítica periodista del corazón que posó por la independencia catalana y milita en el feminismo
La de Tarragona se convirtió en estrella gracias a su paso por los programas Tómbola y Sálvame. A sus 78 años sigue activa, aunque alejada de los focos televisivos

La periodista Karmelen Marchante, en 2019. / Jordi Cotrina
"¡Que te calles, Karmele!" seguramente sea una de las frases televisivas que más han calado en el imaginario popular. La patentó a finales de los noventa Jesús Mariñas, y la Karmele a la que iba dirigida lleva por apellido Marchante y era otra de las grandes estrellas de Tómbola, espacio creado por Canal 9 que revolucionó la forma de hacer corazón en televisión. Era todo un clásico ver pelearse en plató a estos dos periodistas, mitad en serio, mitad en broma. "Después de nuestro primer encontronazo fuerte, nos separaron", confesaría Mariñas en sus memorias. "A mí me dejaron donde estaba y a ella la sentaron más allá. Apenas tuvimos relación en la época de Tómbola. Nos veíamos en el pasillo y en el camerino, que compartíamos los cinco periodistas, pero yo, como si no existiera. Ella hacía lo mismo, pero yo existía, y eso la jodía. De los cinco, yo era el preferido".
El gallegó contaba que sus relaciones estaban entonces en fase de tirantez, y entraron en otra de odio visceral después de que la catalana dijera que Mariñas estaba gravemente enfermo y que se iba a morir en un plazo de quince días. "Aseguraba que tenía sida y de ahí surgieron miles de rumores", escribió el aludido. "Uno daba por hecho que viajaba mensualmente a Suiza para someterme a transfusiones de sangre. Bueno, aquí tienen la demostración. Debió de tener afán de notoriedad o de querer joderme, todavía no me lo explico [...]. La aparté de mi vida. No quise saber nada de ella, como si no hubiera nacido. Ella entró en una edad en la que tal vez no se reconocía. Había presumido de vestir bien, de su sex appeal. Llega un momento en el que el espejo no miente y ese reflejo hizo de revulsivo contra lo que veía y no admitía".
Tómbola disparó la popularidad de Karmele, que entonces ya llevaba unos cuantos años usando su lengua viperina para ganarse las habichuelas. En su biografía oficial consta que sus padres se mudaron a Toledo cuando nació su hermana Charito, por lo que se crio en Tortosa (Tarragona) con su abuela materna. "A ella y a mi abuelo, catalanistas, no les gustó que su única hija se casara con un militar castellano [y franquista] y la desheredaron", señaló la periodista, que a los doce años empezó a vivir en Barcelona con un autoritario padre que le daba brutales palizas cada vez que andaba por casa. "Él era una persona iracunda", dijo. "En una de esas me sacó una pistola, me dijo que estaba cargada, que si no le pedía perdón iba a disparar y le dije que lo hiciera, que perdón no le iba a pedir. Lo que más me dolió de eso es que mi madre no hizo nada. Nunca hizo nada. A él nunca se lo perdoné. Con ella, muchos años después, pude hablar de esto y nos reconciliamos. Me pidió perdón arrepentida por todo lo que no había hecho, me explicó que eran las circunstancias".
Tras el episodio de marras, Karmele se marchó de casa dispuesta a conseguir la independencia emocional y financiera. Estuvo estudiando Periodismo en la Universidad de Navarra, donde el Opus Dei intentó captarla. "Pero me terminaron echando y tuve que acabar la carrera en Barcelona", ha dicho al respecto. "Lo que hacía era visto como pecado mortal: hacía autostop, viajaba con un amigo y fui a mi primera manifestación antifranquista en París durante las últimas ejecuciones de Franco. Allí vi por primera vez una bandera republicana y lloré". En Barcelona se convirtió en una de las pioneras del periodismo contracultural en nuestro país. Además de fundar junto a unas amigas LAMAR (Liga Antipatriarcal de Mujeres Antiautoritarias y Revolucionarias), ayudó a crear la libertaria Ajoblanco y dirigió la revista Star.
A finales de la década de los ochenta se trasladó a Madrid. Al poco de hacerlo la llamó el director de Informe Semanal para trabajar en este conocido programa, donde aprendería sobre el funcionamiento de la tele y ejercería de reportera volante en zonas en conflicto. También pasó por otros medios de primera división como Radio Nacional de España, la COPE, Tiempo o Interviú, y hasta se ganó una beca Fulbright en Washington. Ya en 1997 aceptó incorporarse a Tómbola, su bautismo de fuego en el mundo del corazón. “A mí no me gustaba estar”, ha comentado. "Lo hice por dinero, no soy vergonzante. Al principio me divertía porque lo compaginaba con la tertulia política [de Día a día] con María Teresa Campos y me quitaba la caspa esa. Luego sentí la misoginia, no podían permitir que una mujer sobresaliera".
Aunque peor lo pasó colaborando en Sálvame, un programa al que se incorporó desde el mismo momento de su nacimiento, en la primavera de 2009, justo un año después de haber concursado en Supervivientes. En el programa presentado por Jorge Javier Vázquez la vimos tirarse los trastos a la cabeza con compañeros como Mila Ximénez y promocionar una canción (Soy un tsunami) con la que pretendía representar a España en el festival de Eurovisión 2010. Con esto último buscaba emular a Rodolfo Chikilicuatre, aquel personaje cómico salido del programa de Buenafuente que se coló en el festival un par de años antes. Pero RTVE la expulsó del proceso asegurando que no cumplía con las bases del concurso: la letra del tema citaba a Carrefour —cuando estaba prohibido hacer publicidad de marcas o empresas— y al principio del mismo sonaba una base musical que no era original).
Mientras trabajaba en Sálvame, Karmele se convirtió en musa del independentismo catalán y apareció en la portada de la revista Interviú desnuda y envuelta en una estelada, algo que le valió burlas y ataques. "Estoy acostumbrada a que me critiquen, ya lo hacían cuando pedía el divorcio, el aborto o los derechos para los homosexuales", se defendía Karmele, que a finales de 2016 abandonó Sálvame al sentirse ninguneada y humillada por sus jefes y algunos de sus compañeros de plató. "[Lo de este programa era] Feminismo de salón, del que se aprende en cinco minutos porque queda cool decirlo. La misoginia que tienen en Sálvame es incurable. Son gente nefasta, letal e inculta que solo sabe de bronca, insultar, chillar... Una mafia rosa que compra bebés y maltratadores de manual". Después de eso se puso a escribir sus memorias, publicadas en 2022 bajo el título No me callo.

Karmele Marchante, en el centro, en una manifestación independentista en 2015. / Andreu Dalmau - EFE
Sus páginas recogen la trayectoria profesional de nuestra protagonista, pero también sus historias de amor y desamor. Su primer marido fue un lingüista islandés, de nombre Loftur, al que conoció a principios de los setenta. Se casaron en la catedral de Tortosa y decidieron vivir en Islandia, donde ella, para poder mantenerse, dio clases de comida española para amas de casa interesadas y se colocó en una fábrica de pescado para conservas. Desde el minuto uno, los dos tuvieron claro que no querían tener descendencia. "Antepuse mi profesión a la crianza, por la que no sentía ningún apego", explica en el ensayo. "Jamás tuve eso que llaman instinto maternal. De siempre he tenido claro que es una construcción cultural del patriarcado y nunca he cambiado de idea".
Aquella historia se terminó cuando ella decidió regresar a España y Loftur no quiso seguirla. Al cabo de unos meses la sorprendió diciéndole que se había unido a la secta bahai. El segundo de sus maridos apareció en su vida cuando ella ya era una estrella televisiva. Se llamaba Diego, decía ser ingeniero y logró enamorarla con su verborrea en una época en la que ella estaba con el estado de ánimo por los suelos debido a su conflicto con el equipo de Sálvame. Karmele no tardó mucho en darse cuenta de que el interfecto era un vago que solo buscaba aprovecharse de su dinero: "Le firmé un poder general para administrar mi patrimonio, que era muy extenso por lo mucho que había ahorrado e invertido durante los años de grandes ganancias. ‘Ya que no trabajas, administra mis bienes’, le rogué un mal día. Y, sin que me diera cuenta, el cuatrero me desplumó, lo vendió todo. Se declaró insolvente, puso mis propiedades a nombre de terceras personas y yo estaba en la puta calle".
A raíz de lo sucedido, la periodista de 78 años tuvo que vender la casa de 500 m2 que tenía en Arturo Soria para mudarse a un pequeño apartamento dúplex en el Ensanche de Vallecas. Consiguió levantar cabeza gracias a la ayuda de algunos allegados y regresó a Barcelona, donde retomó su faceta de militante feminista. “Hay todavía mucha lucha por hacer”, comentaba en una entrevista con La Vanguardia. "Con la Iglesia y la extrema derecha, tenemos un retroceso muy grave y debemos luchar. Ahora veo un feminismo rebosante de mujeres jóvenes, y me encanta, activo y crítico. La sororidad entre mujeres es la revolución clandestina más importante de la historia. Quienes me han salvado siempre han sido mis amigas, son fundamentales para mí".
En los últimos años, Karmele ha colaborado en algunos periódicos catalanes, participado en programas en TV3 e impartido conferencias sobre feminismo. Ahora lleva ya un tiempo alejada de los focos televisivos y, según cuenta a quien la quiere escuchar, se arrepiente de haber caído en la prensa del corazón, pues de algún modo la encasilló. Pero nada de esto significa que haya dado por finalizada su carrera. "No estoy retirada", aclara a este diario. “Sigo activa tanto en el teatro como en el feminismo [forma parte del colectivo Acción Comadres, que representa funciones en distintos rincones de la geografía española], y digo que no a muchas cosas que no me interesan”.
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