TEATRO
‘Los yugoslavos’, de Juan Mayorga: ojalá un mapa para encontrar nuestro lugar en el mundo
El director y dramaturgo estrena su tercer montaje para el Teatro de La Abadía, con Javier Gutiérrez, Luis Bermejo, Natalia Hernández y Alba Planas en el reparto

El equipo de 'Los yugoslavos’: Luis Bermejo, Alba Planas, Javier Gutiérrez, Juan Mayorga y Natalia Hernández. / ALBA VIGARAY
Tuvo distintos bares en distintos lugares de Madrid. Uno de ellos, en Carabanchel, en la calle General Ricardos, que llamó como su apellido. Párame donde Ruano, le decía la gente al conductor del tranvía. Y el tranvía paraba. Después de una jornada que había comenzado casi al alba, volvía a casa de noche con los periódicos de ese día, leídos y manoseados por la clientela, con los bollos que habían sobrado y que los críos calentaban para el desayuno del día siguiente y, sobre todo, con un buen puñado de historias porque, como dice su nieto, “un bar, y en particular un bar español, es como una plaza mayor, un lugar donde puede ocurrir cualquier cosa buena o mala, en el que puede entrar un ángel o un demonio”. El nieto de este hombre, el mayor de veintidós hermanos que dejará un pueblo de Salamanca y una familia humilde para buscarse la vida en la capital, es el dramaturgo y director Juan Mayorga, que acaba de estrenar en el Teatro de La Abadia Los yugoslavos, una historia que transcurre en un bar, “una obra que no es sobre el bar de mi abuelo ni sobre él, pero que probablemente nunca hubiera escrito si no hubiera tenido un abuelo como el que tuve, al que quería mucho”.
El suyo, es escena, será un bar más de Chamberí que de Carabanchel, con sus mesas de manteles blancos de papel donde hace años la gente comía un menú del día que ya no sirven, sus banquetas altas en la barra y sus vasos, sus tazas, su grifo de cerveza y las sempiternas botellas de pacharán y Anís del Mono que llevan décadas colonizando los bares de barrio de cualquier ciudad de España. A ese bar entra un día un tipo que sostendrá con sus palabras el desamparo de un colega al que acaban de despedir del trabajo y ese otro hombre que seca vasos al otro lado de la barra pensará, al escucharle, que tal vez él pueda salvar a su mujer, que lleva meses hundida en una tristeza muda. Si usted le hablase, sin que ella se dé cuenta de que intenta ayudarla…, le dirá Martín a Gerardo, y con ese hombre que pide ayuda a otro hombre comenzará Los yugoslavos, una obra sobre la pérdida, la depresión, el amor y su ausencia, los mapas que nos ayudan a encontrar nuestro lugar en el mundo y eso que atraviesa toda la obra de Mayorga y recuerda siempre: “Lo que hacemos con las palabras y lo que las palabras hacen con nosotros”. Tras María Luisa y La colección, Los yugoslavos es el nuevo montaje de Mayorga para el Teatro de La Abadía, que dirige desde 2022, con Javier Gutiérrez, Luis Bermejo, Natalia Hernández y Alba Planas en escena, luces de Juan Gómez-Cornejo, escenografía y vestuario de Elisa Sanz, y música y espacio sonoro de Jaume Manresa. La obra estará en cartel hasta el 6 de julio.
Donde los yugoslavos
Luis Bermejo dará vida a Gerardo, ese cliente que un día entra en el bar de Martín, interpretado por Javier Gutiérrez, uno de esos camareros de camisa blanca y chaquetilla gris que defiende el trabajo bien hecho y que concibe su bar como un lugar en el mundo, un espacio que da sentido a su vida, dotado, dice Mayorga, de una ética y una poética propias: “Martín, que se expresa con cierta torpeza, tiene una poética que consiste en reconocer que cada ser humano que entra en el bar y, por tanto, cada ser humano que entra en un teatro y cada ser humano que es representado en un teatro tiene un misterio, como él dice, casi siempre un poco triste. Todo ser humano merece ser observado con atención, merece que prestemos atención a su dignidad, a su anhelo de libertad y de belleza”, explica el director en una conversación con este diario.

Juan Mayorga, en la escenografía de 'Los yugoslavos’. / ALBA VIGARAY
“Martín y Gerardo se explican uno con el otro, confrontan y se conmueven el uno con el otro —explica Luis Bermejo— y en ese sentido, para mí, la obra es una propuesta para el encuentro con el otro, la escucha con el otro, la espera y el tiempo con el otro”. Los yugoslavos, dice el actor, “está marcada por muchos silencios y muchas pausas porque creo que lo que la obra propone es la atención y la empatía”.
A esos dos hombres les unirá el silencio radical de Ángela, a la que interpreta Natalia Hernández, una mujer triste que vagará por las calles con un mapa en la mano, buscando un lugar al que pertenecer, un sitio que no se sabe si existe o no donde “se juega de verdad mientras las mujeres bailan”. Y ese lugar, al que los personajes de esta obra se referirán como ‘donde los yugoslavos’, será una metáfora de la pérdida: “Yugoslavia es un lugar que ha dejado de existir y, sin embargo, sigue arrojando sombra o luz, y en este sentido se parece a esa casa o ese rincón de la ciudad que ya no está pero sigue lanzando sombras y luces, un cierto campo magnético. ‘Donde los yugoslavos’ es un lugar donde se reuniría gente que acaso lo único que tiene en común es haber nacido en un país que ya no existe, un espacio donde se reúnen personas marcadas por la pérdida”, dice Mayorga.
Además de la metafórica, Yugoslavia tendrá también en esta obra una carga biográfica. Cuando era un veinteañero, el autor viajó a Yugoslavia en su tercer Interrail (de seis), “hicimos noche en Belgrado, cinco años después de la muerte de Tito y seis años antes de la guerra, y de aquel viaje recuerdo imágenes de normalidad, de felicidad, de convivencia. Todas las guerras son espantosas, pero esta fue una guerra entre personas que convivían en cierta paz y que llegan a hacer cosas atroces, una guerra en suelo europeo, a unos miles de kilómetros de nuestras casas, una guerra en la que colapsa un proyecto multicultural, multiétnico y multireligioso. Ese colapso me preocupa política y personalmente, me afecta, no me es indiferente”.
Un intercambio de mapas entre mujeres
A pesar de la presencia de dos personajes femeninos, el peso de Los yugoslavos recaerá fundamentalmente en el diálogo constante entre Martín y Gerardo y en ese vínculo que irán tejiendo a lo largo de toda la obra el camarero y su cliente. Dice Javier Gutiérrez que ambos “necesitan ayuda y no saben dónde encontrarla. Martín está perdiendo lo más preciado, el amor de su vida, y hay un momento precioso en el que habla sobre la tristeza y dice que un hombre tiene que cuidar de su mujer y si no lo hace, ese hombre ha fracasado. Él siente que ha fracasado como hombre, como ser humano, como amante, y por eso necesita la ayuda de otra persona”.
Ángela sufrirá depresión, un asunto, el de la salud mental, que preocupa a Mayorga porque “si hay una misión que puede parecer imposible es sacar de la tristeza a otro ser humano. En el Royal Court, cuando yo era un joven dramaturgo, tuve como profesora a Sarah Kane y nunca la olvidaré. Ella hablaba de trabajar con nuestros miedos, y yo me recuerdo a mí mismo contestando que mi mayor miedo era que una persona a la que quiero cayese en la depresión, porque en mis propias experiencias con gente entristecida a uno le faltan las palabras y quizá lo mejor que puedes hacer es decir ‘en qué puedo ayudarte’ y estar a la espera”.
Pero en Los yugoslavos, estrenada en 2013 en el Teatro Bitef de Belgrado y publicada por La Uña Rota en la antología que recoge todo el teatro de Mayorga desde 1989 hasta 2014, no será ninguno de esos dos hombres quien encuentre el mapa que necesita Ángela para abandonar el silencio y la tristeza, sino otra mujer, mucho más joven que ella, una adolescente a la que su padre, Gerardo, ve como una zombi a la que no le interesa nada. Se llama Cris (Alba Planas) y entre ella y Ángela sucederá lo que Mayorga llama “un intercambio de mapas entre mujeres”.

Juan Mayorga (en el centro) y su reparto, durante la presentación a la prensa de 'Los yugoslavos’ en el Teatro de La Abadía. / ALBA VIGARAY
Explica Natalia Hernández que “estos hombres intentan solucionar un problema que Ángela quiere solucionar sola. Ella es una persona inconformista y por eso entra en esa tristeza, porque se da cuenta de que el mundo en que está viviendo no le interesa y decide cambiar su vida o, por lo menos, iniciar una búsqueda. Pero Ángela no quiere la ayuda de estas dos personas, a Gerardo ni le conoce y a su marido no le habla, y no lo hace porque no tiene necesidad de hablar con él, porque dice, ¿qué te voy a contar si no me vas a entender? Ángela ha perdido la necesidad de comunicarse con su esposo porque no le interesa lo que le va a contestar, ella está en otro lugar ya, en otra búsqueda, y quiere hacerlo sola, aunque le sigue queriendo”.
De mapas y fe
Ese mapa que guía a Ángela en su búsqueda nos recordará a aquel otro de El cartógrafo, pero no será este el único eco en escena de otras obras de Mayorga. Como los personajes de La colección, también Martín atesorará una que no veremos, compuesta por todo eso que los clientes se olvidan en el bar, oculta detrás del mostrador. Martín le contará a Ángela que una vecina del barrio llamada María Luisa ha decidido cambiar el nombre en su buzón para que los cacos no la tomen por una mujer sola. Un viejito jugará al ajedrez, como jugaban los protagonistas de Reikiavik, y alguien se dejará olvidadas en el bar unas gafas de natación como aquellas con las que observaba el mundo César Sarachu en Intensamente azules.
Si los bares de barrio tienen algo de gran teatro del mundo, Los yugoslavos tiene algo de gran guiño al teatro de su autor. “No se trata de hacer un autohomenaje, ni mucho menos un inventario. Creo que tiene que ver con esa reflexión que haces, la idea de que de algún modo este bar es un gran teatro del mundo, como un gran escenario donde caben todas las historias, todos los personajes, todos los encuentros”, dice Mayorga.
En ese universo autorreferencial de Mayorga, Martín/Javier Gutiérrez defenderá en escena la idea de que “si eres bueno con las palabras, puedes hacer de otro cualquier cosa” y en esa frase, como en tantas otras ocasiones a lo largo de su obra dramática, el autor colocará su fe en la capacidad transformadora del lenguaje. “Por mi propia experiencia vital, por lo que veo a mi alrededor, por lo que sé de la historia, creo que las palabras son extraordinariamente importantes. Yo, como probablemente tú, he recibido palabras que me han ayudado, que me han dado luz, que me han dado fuerza para vivir, y otras que ojalá nunca hubiera escuchado. Ahora mismo, más que nunca, tengo la certeza de que las palabras salvan y matan, y creo que debo ser más responsable con las mías, que debo estar más atento con las palabras que digo. Vivimos en una sociedad de la imagen y, al mismo tiempo, hay una clarísima pelea por las palabras, por construir relatos que legitimen posiciones e incluso que legitimen injusticias y o las enmascaren. Creo que el trabajo en torno a las palabras y la crítica de las propias palabras es más importante que nunca”.
El próximo 6 de junio, Mayorga presentará la programación de su cuarta temporada al frente del Teatro de La Abadía, y avanza a este diario que en 2025/26 dedicará “una especial atención a la creación contemporánea, a autores y creadores que van a recoger en sus trabajos las tensiones de nuestro tiempo”. Creadores contemporáneos que cada vez disponen de menos espacios en Madrid, donde gran parte de los teatros de titularidad pública han apostado de forma mayoritaria por clásicos y repertorio. Sobre esta realidad, Mayorga sostiene que “es absolutamente fundamental que el sistema teatral español y madrileño dé acogida a los nuevos creadores, que les permita encontrarse con los espectadores e incluso equivocarse. Para mí es muy importante que los teatros no sean guetos, ni en lo que se refiere a las ideas, ni en lo referido a las formas”.
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