ÓPERA
'Attila', un Verdi con conexión madrileña que vuelve al Real después de más de un siglo
Una de las óperas más políticas del compositor italiano, su libreto fue escrito por otro activista del Risorgimento que buscaba la unidad de Italia, Temistocle Solera, quien vivió en Madrid y dirigió el Teatro Real en sus primeros tiempos

Temistocle Solera, el libretista italiano de óperas de Verdi como 'Attila' o 'Nabucco' que vivió en Madrid y dirigió el Teatro Real. / ARCHIVO

A mediados del siglo XIX, Giuseppe Verdi se había convertido ya en un símbolo fundamental del Risorgimento, el movimiento que buscaba la unificación de Italia. Nabucco (1842), su tercera ópera, con un libreto de espíritu nacionalista que equiparaba al pueblo italiano de la época, oprimido por el dominio austrohúngaro, con el judío en la Antigüedad, había sido un éxito absoluto, con el coro de su Va pensiero convertido en un himno de liberación.
Después de aquella, llegarían más óperas políticas. Dos de ellas, I Lombardi (1843) y Attila (1847), se podrán ver en versión concierto en el Teatro Real durante los dos meses largos que quedan de temporada 24/25: I Lombardi llegará en julio, pero Attila se estrena este próximo miércoles, 14 de mayo. Lo que Nabucco y estas otras dos obras tienen en común es que los libretos de las tres los firmó otra figura muy comprometida con la misma causa, Temistocle Solera. Un personaje con vida de película que durante unos años vivió en Madrid y estuvo vinculado con el Teatro Real, al que ahora vuelve esta ópera sobre el rey de los hunos que no se representaba en él desde hace más de un siglo.
"Solera fue un personaje alucinante de la época, muy necesitado de que se le reivindique y sobre todo de que se le reivindique en Madrid. En 1851 él era quien estaba dirigiendo artísticamente este teatro", decía este jueves Joan Matabosch, director artístico del Real actual, durante la presentación de este nuevo espectáculo. Bibliófilo, poeta, director ocasional tanto de escena como de orquesta, fue también, accidentalmente, cantante. "Dicen las crónicas de la época que salvó una vez in extremis una función de I due foscari: el barítono se puso enfermo y parece que salió él espontáneamente a escena y acabó cantándose la ópera para que pudiera terminar", contaba divertido Matabosch.

Retrato de Giuseppe Verdi. / ARCHIVO
Fue también un compositor de segunda fila, pero llegó a estrenar en La Scala o en el Liceu barcelonés, donde conspiró con parte del personal para intentar que lo nombrasen compositor residente. Como libretista, no solamente trabajó con Verdi (a las mencionadas, hay que añadir Oberto y Juana de Arco), sino que también escribió un par de óperas para el español Emilio Arrieta. Cuando a partir de 1851 se hizo cargo del Teatro Real, su gestión, seguía contando su director actual, fue bastante polémica. "Se peleó con el Marqués de Salamanca y parece que la gestión económica fue una catástrofe de dimensiones cósmicas. Duró muy poquito. Pero bueno, fue el segundo empresario de la historia del teatro".
Una vida aventurera
Más allá de lo artístico, Temistocle Solera hizo muchas más cosas en una vida bastante aventurera. A su padre, un abogado de la burguesía progresista de Ferrara, casi lo condenan a muerte por oponerse al invasor austriaco. Cuando al final lo mandan a la cárcel, el Solera adolescente es enviado a un internado en Viena del que acaba huyendo, se cuenta, con la mujer de un empresario circense. Más tarde, ya adulto, fue espía y diplomático, y en España llegó a ser consejero de Isabel II, de la que se dice que pudo ser su amante.
Durante el Risorgimento actuó como correo personal entre Napoleón III y Cavour, uno de los principales promotores de la unidad de Italia. Como funcionario de ese nuevo estado italiano, fue jefe de la policía de la recién incorporada región sureña de Basilicata, donde acabó con el bandolerismo a base de mano dura, y después de otras importantes ciudades italianas. Más tarde fue fichado para organizar la policía de Egipto, y a su regreso a Europa ejerció como anticuario y marchante de arte en París. Sus años en España se debieron a que su mujer, la soprano Teresa Rusmini, ya estaba instalada aquí y él decidió probar fortuna en este país.

Una primera edición de la partitura de 'Attila', propiedad de Juan Luis Basso, autografiada por el propio Verdi. / Javier del Real | Teatro Real
Solera había conocido a Verdi (y a Arrieta) en el conservatorio de Milán. Después del éxito de Nabucco, el compositor no dudó en volver a llamarle para sus óperas más políticas. El lirismo que el autor ponía en los textos era una parte fundamental de las óperas. En Attila, Solera contaba la historia de la ocupación de la Italia romana por el rey de los hunos y sus huestes, a los que utilizaba como trasuntos del ocupante austriaco de entonces. Verdi fue seducido por el atractivo de los personajes, pero esta vez no estuvo del todo conforme con el libreto y le pidió a Francesco Maria Piave, que firmaría para él los de La Traviata o Rigoletto, que lo revisase. Aquello no sentó bien a Solera y supuso el fin de la amistad entre ambos.
Attila es la novena de las 26 óperas que compuso Verdi, y se inscribe en el hiperactivo período creativo que el propio compositor denominó como sus años de galera, los que siguieron a la muerte de su mujer y de dos de sus hijos pero también al éxito de Nabucco. Una época en la que no paró de trabajar, a menudo desmoralizado y sufriendo penurias hasta que su 'trilogía popular', la formada por Rigoletto, Il trovatore y La traviata, le dio el éxito definitivo.
Se estrenó en marzo de 1846 en La Fenice de Venecia, y a Madrid llegó enseguida: en enero de 1847 ya se estaba representando en el Teatro Circo. En el Real se representa por primera vez en 1854, cuatro años después de inaugurarse el teatro, con la soprano Maria Spezia-Aldighieri como protagonista. Ella fue quien, ese mismo año, convertiría en Venecia La Traviata en un éxito después del pinchazo que había supuesto su estreno.
Una ópera enérgica y violenta
A pesar de ser bastante desconocida para el gran público, Nicola Luisotti, director verdiano (lleva ya ocho óperas del autor en el Real) que conducirá a la orquesta en las dos representaciones en formato concierto que el Real ofrecerá el 14 y 17 de mayo, cree que Attila "no es una ópera menor, es una ópera mayor de Verdi. Para mí tiene más energía que Nabucco, más energía que I Lombardi y más que Juana de Arco. Es la ópera que tuvo más éxito en su tiempo, hasta 1860. Más que Il trovatore, lo crean o no".

De izda. a dcha., Nicola Luisotti, Joan Matabosch y Jual Luis Basso, en el Teatro Real. / Javier del Real | Teatro Real
Él, que la ha dirigido en coliseos de Milán, de Nápoles o de San Francisco, recuerda lo que pasó en La Scala: "Al final de la primera cabaletta de Odabella [uno de los personajes principales], la gente se puso que parecía que el Real Madrid le hubiera marcado un gol al Barça. No se pueden imaginar lo que pasó ahí", comentaba un Luisotti conocido por su sentido del humor. Una clave de su éxito, para él, es que trata "un tema muy común: Attila es un dictador, una persona que dice a los demás: esto se hace así y no hay otra manera. Destruye todo y sobre todo destruye la cultura. ¿Nos recuerda a alguien?".
Como en tantas óperas de Verdi, el coro tiene en esta una importancia fundamental, actuando casi siempre como expresión de esa demanda de libertad del pueblo. Por eso el público a menudo empatiza y se enardece con él. "En Attila la música es la más violenta de Verdi", contaba José Luis Basso, director del coro del Teatro Real, que admitía que el principal desafío para la labor que tiene por delante es "hacer esa música salvaje de una manera elegante".
En cuanto a los papeles protagonistas de esta Attila, serán defendidos por un reparto "de lujo", defienden desde el teatro, en el que figuran Christian Van Horn (Attila), Sondra Radvanovsky (Odabella), Michael Fabiano (Foresto), Artur Rucinski (Ezio), Moisés Marín (Uldino) e Insung Sim (Leone). Las dos funciones estarán dedicadas a la soprano Ángeles Gulín (1909-2002), porque se cumple en el 50º aniversario de su interpretación de Odabella en Madrid, en el Teatro de la Zarzuela (1975), junto a Bonaldo Giaotti y Francisco Ortiz.
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