APAGÓN NACIONAL

Unas mechas "a medio hacer", farmacias guardando provisiones y bares llenos a oscuras: así se ha vivido el gran apagón en Madrid

En solo unos minutos, Madrid se sumió en un caos que duró diez horas y se agrandó por la incertidumbre de no saber lo que ocurría, los ruidos de sirenas y muchas actividades paralizadas: “El desconcierto es increíble, nadie se entera de nada”

Un hombre en el interior de un bar durante el apagón masivo en Madrid.

Un hombre en el interior de un bar durante el apagón masivo en Madrid. / Borja Sanchez-Trillo / EFE

Nunca se sabrá si eran californianas o balayage. Lo cierto es que Sara estaba haciendo un tratamiento de “keratina y alisado” en una peluquería del centro de Madrid cuando a eso de las 12.30 horas de repente todo se apagó. Y su clienta se quedó con las mechas a medias, preguntándose “qué leches pasaba”. Al principio dedujeron que se trataba de algo del local, pero pronto vieron que la cosa iba a mucho más. Salieron a la calle y vieron que a su alrededor, las escenas de incredulidad se repetían y se quedaron “flipando”. Como todos.

“Un agua fría y para casa. Poco más hemos podido hacer. Y que cuando se pueda vuelva”, reconocía una hora después esta directora del centro de belleza en el centro de Madrid. “Nadie se muere por unas mechas medio hechas”, decía, tratando de quitarle dramatismo mientras cerca de ella, en otros tipos de negocios, sí se pensaba más allá ante problemas que sí podían ser, ante la incertidumbre de lo que pasaba, de una mayor importancia. 

“Nos ha pillado justo atendiendo, teníamos la farmacia llena de gente con recetas. En nuestro caso todo está informatizado y se vuelve todo muy complicado. De hecho un robot inteligente es el que nos baja los medicamentos, y ya nos quedan muy poquitos, así que estamos guardando para gente que pudiera tener una necesidad”, contaba la dueña de la farmacia Cibeles. “Vamos a mantener nuestro horario por si alguien necesitara algo. No tenemos problema porque somos una plantilla amplia y con gente joven, que puede volver a casa andado”, decía desde el interior del local mientras fuera el caos aumentaba.

Desconcierto en las calles

La gente corría por las calles. Con el Metro cerrado a cal y canto, las filas se multiplicaban en los intentos de ciudadanos de coger un autobús. Otros, en su mayoría turistas, pedían planos de la ciudad en los quioscos “porque no funciona el GPS del móvil”. “Se nos fueron las luces, las que llamamos de socorro, la señal telefónica y nos quedamos incomunicados. El cliente que llega... Pues no sé. Y el que se va se queda en las habitaciones porque no sabe que pasa. Algunos han podido conectar con otros países y nos hemos ido enterando por ellos de lo que pasaba”, explicaba Mireia Domingo, directora del hotel Hostes Puerta de Alcalá mientras el ruido de las sirenas empezaba a atronar en el centro.

 “Todo un jaleo” para ella, un motivo de celebración para otros. En la terraza de un bar, un grupo de estudiantes jugaba un mus bajo el sol y se congratulaba de que todo había ocurrido “en medio de nuestro examen de Derecho”. Todos para casa, o como en su caso, a aprovechar el primaveral día que hacía en la capital de España para “echar el día como buenos universitarios, jugando a las cartas”. 

“¡Unos minis de whisky por aquí! ¡Que no vuelva la luz en toda la semana, a esto nos acostumbramos!", gritaba un cliente de la Cafetería Villalar a Dani, su gerente, que a oscuras despachaba tercios de cerveza que todavía aguantaban fríos a pesar de que los frigoríficos ya no funcionaban. “¡Nada caliente, solo ensaladilla rusa!”, gritaba a toda la gente que se empezaba a amontonar en su local y le pedía “poner música”. 

Bares sin luz pero a pleno rendimiento

“Si no hay luz, que música ni que música”, le respondía ante el barullo de un bar en el que “solo os voy a cobrar en efectivo”. Un problema que no tenían los autobuses, que podían también ‘ticar’ los bonos de transporte. Pero que lidiaban con otros aún peores ante la multitud. 

En la rotonda de Cibeles, muchos no veían la situación con tanto ánimo como en los bares. Cientos de personas se agolpaban alrededor de edificios cercanos a las paradas de autobuses con una clara intención: coger el 71, ese que tenía que llegar al aeropuerto de Barajas. A estas alturas de día, una misión “casi imposible”. “La gente se está organizando para coger taxis en grupo y poder llegar al aeropuerto, pero es muy muy complicado coger uno”, contaba un militar que trataba de poner un poco de orden. “Desde aquí no vemos, solo intuimos que ha pasado un bus. Nos han dicho que la cola está aquí, y poco más. Hay un desconcierto increíble, nadie se entera de nada”, explicaba un joven que tenía programado un vuelo para Mallorca y que ya “lo daba por perdido”.

Como él, un grupo de chavales gallegos que habían venido a correr la media maratón del domingo y se volvían para casa se resignaban, maleta en mano, a que hoy no llegarían. “Teníamos un tren a las 18.00, y son las 15.00 y aquí estamos, buscando un taxi. Pero aunque lleguemos a la estación, no tiene pinta de que podamos”. Acertaron, porque la circulación de trenes se cerró, y tuvieron que conformarse con “ir a tomar algo”. Así, entre cervezas y problemas, transcurrió el gran apagón en Madrid. Una capital colapsada durante 10 horas que se resignó a disfrutar de la primavera, quien pudo, y a buscar alternativas con poca fe, quien tenía quehaceres, antes de rendirse a la evidencia.