EL APAGÓN EN LAS ESTACIONES MADRILEÑAS
Oficinas de alquiler de coches cerradas y buses al aeropuerto desbordados: casi sin alternativas, Atocha era una encerrona
Miles de personas han pasado a lo largo del día por las inmediaciones de la estación de Atocha, que fue desalojada poco antes de las 13h. Muchos buscaban alternativas para desplazarse, casi siempre sin éxito

La entrada principal a la estación de Atocha, este lunes hacia las 14h. / Jacobo de Arce

Las estaciones de Atocha y Chamartín permanecerán abiertas esta noche para que quienes no han podido volver a sus hogares a causa del apagón que ha parado el tráfico ferroviario a lo largo del día de hoy tengan donde pernoctar en caso de que no hayan encontrado dónde hacerlo. Además, los trenes de cercanías serán gratuitos desde ahora y todo el día de mañana, a medida que el servicio se vaya recuperando. Son las dos principales medidas adoptadas por Adif y Renfe para aliviar a unos viajeros que han vivido una jornada de caos absoluto. A las 23h de hoy, once trenes de largo recorrido, varios de ellos en los corredores Madrid-Barcelona y Madrid-Sevilla, continuaban parados en las vías en lugares de difícil acceso, con sus pasajeros esperando a ser rescatados después de más de diez horas atrapados.
La confusión ha reinado a lo largo de todo el día de hoy en las estaciones madrileñas, con los pasajeros desalojados de sus vestíbulos y agolpándose en los entornos de las mismas sin ningún tipo de información sobre lo que estaba sucediendo y cuáles eran sus posibilidades de conseguir desplazarse. En las inmediaciones de Atocha, una hora después de la caída del sistema eléctrico, eran varios los miles de personas que se reunían fuera de la estación sin que nadie del personal les dijera qué debían hacer y con los móviles fuera de servicio.

Uno de los vestíbulos de Atocha, completamente vacío después del desalojo. / Jacobo de Arce
Alejandro y Daniel, dos veinteañeros andaluces que habían venido ayer a Madrid para gestionar esta mañana un visado con el que irán a trabajar este verano a EEUU, estaban en Atocha, ya en la puerta para acceder a su tren de vuelta a Sevilla, cuando sobre las 12:45 los guardias de seguridad han empezado a decir a todos los viajeros que tenían que desalojar la estación. Contaban que la gente se ha movido con calma, sin ningún atisbo de pánico salvo un hombre que se ha puesto nervioso. “Decía que nos diéramos prisa, que a ver si íbamos a volar por los aires”.
Lo contaban con una sonrisa y mucha resignación en medio del caos que era Atocha una hora después de ese desalojo. En ese momento no había policías a la vista en sus puertas, tan solo se veía dentro a los vigilantes de seguridad y unos vestíbulos totalmente vacíos. La gente esperaba incomunicada pero tranquila, pendiente de la evolución de los acontecimientos en las calzadas que suelen ocupar los taxis que dejan a los viajeros. Pero eran cientos más los que iban llegando a una estación por la que pasan miles de pasajeros cada día. Algunos coches con las radios encendidas eran la única fuente de la que se podía obtener información en algún momento.

Policía desplegada en la entrada principal de la estación de Atocha. / Jacobo de Arce
Entre los viajeros, casos como el de Amer, un ciudadano israelí que había llegado de Sevilla por la mañana y tenía que coger un tren a Barcelona a mediodía para poder volar a Tel Aviv a las 18h. Sin noticias, le preocupaba quedarse sin batería en el móvil y no tenía efectivo para poder comprar agua o comida. Eran varios los que se encontraban en el mismo caso, aunque cerca, en el quiosco situado al lado del acceso a la estación, no daban abasto vendiendo botellas de agua en una jornada muy soleada y de relativo calor en Madrid. El datáfono todavía funcionaba, “al menos hasta que dure la batería”, decía la quiosquera. “El agua ya no está fría, mi amor, hace rato que estoy sin luz”, se disculpaba con una clienta.
A pesar de todo y de algunas quejas puntuales, la gente en general mantenía el orden y la tranquilidad en medio del caos. Ida, que vende cupones de la ONCE, se había acercado a la estación para aprovechar la concentración de viajeros. Esperaba que la gente tuviera efectivo, porque su datáfono, de los colores verde y amarillo de la organización, estaba sin cobertura. Ella no dejaba de intentar conectarse, con buen ánimo y sentido del humor. “Por ilusión que no sea”, decía.
Algo antes de las tres de la tarde, y con los cuerpos de intervención de la policía ya desplegados, la entrada de la estación fue también evacuada a golpe de megáfono. Los agentes pedían a la gente que liberara los accesos para dejar pasar a los servicios de emergencia, conminándola a retirarse hacia la glorieta de Atocha, a los bares y restaurantes de alrededor o, al menos, que se concentraran en las aceras. A Mara y Amal, dos jóvenes estudiantes, las habían mandado “directamente para casa”, contaban. Como no podían usar el cercanías para volver en Parla, optaban por ponerse a caminar en dirección sur, con la esperanza de poder coger el metro a lo largo del camino, cuando el servicio fuera reanudado. Marlene, cubana que vive desde hace poco en Madrid, preguntaba a la gente si sabían de algún autobús para llegar a Orcasitas, donde vive. “Sin la aplicación no sé llegar”, se lamentaba.
Era precisamente en las paradas de autobús de la estación donde se concentraba más gente, con cientos de viajeros agolpados y cada vez más desesperados. Un grupo de conductores de la EMT, el único servicio de transporte público que se mantenía activo, esperaba su turno para relevar a sus compañeros. Decían que las órdenes recibidas eran las de operar con toda la normalidad posible dentro de lo anómalo de la situación.
La cola más larga era la de la línea 203, que lleva desde el centro al aeropuerto, la única alternativa para poder llegar a Barajas. José y Mari, una pareja de mediana edad que viajaba esta tarde a Mallorca, contaba que habían ido a Sol para coger el cercanías al aeropuerto, pero como ya no se podía se habían desplazado a Atocha para intentarlo desde allí. Junto a ellos estaba Jessica, que vive en Torrejón. En su caso, el 203 podía acercarla a la salida de la A2, donde intentaría conectar con una de las líneas interurbanas que la llevaría hasta casa. Un grupo de jóvenes franceses, Valentin, Pierre y Cécile, se mantenían esperanzados de poder coger sus respectivos vuelos a París y a Nápoles, porque un amigo les había dicho que los aviones seguían despegando de Barajas.

Viajeros hacen cola para coger el autobús al aeropuerto. / Jacobo de Arce
Otros viajeros buscaban alternativas, preguntando por autobuses para llegar a Barcelona o tratando de reservar coches de alquiler para desplazarse. Paula e Ingrid no dudaron en hacerlo para poder regresar a Lleida en cuanto se produjo el apagón y vieron que la estación era desalojada. Dos horas después, seguían en la entrada de las oficinas y los aparcamientos de las compañías de alquiler, cerradas a cal y canto y sin que nadie informara a quienes esperaban. Con cobertura oscilante en el móvil, trataban de hablar con algún agente de la compañía elegida para que les dijera si podían acudir a alguna otra de sus oficinas en Madrid.
El jarro de agua fría llegó cuando la policía comenzó a decir a quienes todavía quedaban en la zona de la estación que este lunes no habría circulación de trenes. Entre ellas estaba Margarita, jubilada de Salamanca que hoy debería haber llegado a Córdoba, vía Madrid, para celebrar estos días la comunión de un nieto. Ante la frase contundente de uno de los agentes (“hoy no va a viajar nadie”), miraba resignada pero con una media sonrisa hacia uno de los hoteles enfrente de la estación. “Me tendré que quedar ahí, entonces”. Finalmente también dispondrá de la opción de pernoctar en la estación, aunque esta, obviamente, no sea la más cómoda.
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