HISTORIA

Belén, la guardiana de los tesoros de Madrid que buscan en todo el mundo: "Aunque Amazon quiera venderlos, no va a poder"

A Casa Postal acuden a diario coleccionistas en busca de las tarjetas, carteles y figuras más deseadas del mercado: abrió en 1984 y, desde entonces, su dueña ha forjado una colección única y valiosa

Belén Carrasco heredó de su padre el amor por las postales.

Belén Carrasco heredó de su padre el amor por las postales. / ALBA VIGARAY

Pedro del Corral

Pedro del Corral

Madrid

Basta con atravesar Casa Postal (Libertad, 37) para que otra España se abra paso. Las estanterías hablan por sí solas: carteles, lámparas y figuras de un pasado que Belén Carrasco, gracias a su padre, Martín, lleva años mimando. En el bullicioso barrio de Chueca, su tienda es un oasis: abrió en 1984 y, desde entonces, pese a la transformación del barrio, no se han movido de ahí. “Cuando miras el escaparate, piensas que tenemos de todo menos postales. Como están en cajones, no se ven”, dice la dueña entre risas. Guardan un millón, una colección que ha armado sin prisa, entre ferias y particulares, buscando la diferencia. Nada ha cambiado desde que abrieron sus puertas, todo sigue igual. Los clientes van y vienen, pero su amor por el oficio permanece. “Aunque Amazon quiera venderlas, no va a poder. El futuro no lo veo mal”, vaticina. Ahí sigue.

“Mi padre trabajaba en Procter & Gamble. Si bien tenía un buen puesto, la situación cambió. Y se planteó un cambio radical. Nos acojonamos porque el país no iba tan bien por aquel entonces. Pasamos de tener un sueldo fijo a montar un negocio. Encontró este local y no lo dudó”, cuenta. Hoy, tras jubilarse, es Belén la que regenta el establecimiento. La pasión con la que atiende la heredó años atrás, mientras viajaban juntos a las ferias de Londres y París. Allí, compraban el material que luego trasladaban a Madrid. Miles de kilómetros para engordar una afición que acabó convirtiéndose en su trabajo.

En Casa Postal, Belén Carrasco también atesora carteles, lámparas y figuras.

En Casa Postal, Belén Carrasco también atesora carteles, lámparas y figuras. / ALBA VIGARAY

Atesoran, sobre todo, postales de hasta 1905. La más antigua data de 1892 y no está a la venta: se la quedó Martín para su colección particular. Siempre está al acecho de su próxima conquista. “Si todas valieran, volarían y seríamos millonarios. La gente suele buscar estampas de su pueblo y, si no las localizan, entonces amplían a otros lugares y temporadas. Por ejemplo, si alguien quiere algún ejemplar de Béjar, una localidad de Salamanca, donde quizá se hicieron pocos diseños, y no encuentra referencias, extenderá su búsqueda hasta los 70”, relata Belén. También las tienen modernas. Casi el doble. Pero se venden menos, de sitios concretos. De hecho, su padre bromea a menudo sobre el tema: dice que se acabarán revalorizando y que, en un tiempo, quién sabe, aumentará el interés por ellas. Por su parte, Begoña lo duda.

Los cajones donde Belén Carrasco guarda las postales por orden alfabético y geográfico.

Los cajones donde Belén Carrasco guarda las postales por orden alfabético y geográfico. / ALBA VIGARAY

Las tiene ordenadas por zonas geográficas, en baldas serigrafiadas. Sabe donde localizar cada petición, casi automáticamente. Lleva 41 primaveras gestionándolas, por lo que controla la materia prima con precisión. “La mayor parte de nuestros clientes son del norte y tiene sentido: como hace más frío, desarrollan aficiones de interior. Y ésta es una de ellas. En el sur pasa menos. Por ejemplo, de Sevilla suelen pedir imágenes de la Semana Santa”, continúa. El perfil del comprador es un hombre de entre 50 y 80 enamorado de su pueblo.

El matasellos, clave

Algunas de las postales que albergan están escritas. Eso no les quita valor, al contrario: el hecho de que estén circuladas les da un valor adicional: “Aporta una información extra sobre la época en la que se emitió. Sólo valen más por el texto cuando están firmadas por escritores o pintores. Los matasellos son clave. Estamos acostumbrados a ver el redondo, pero los hexagonales indican que la carta se selló en un tren. Mientras que los rectangulares proceden de sitios en los que no había oficina de Correos y era el cartero quien las recogía”. Las más valiosas son las de la Guerra Civil española del bando republicano. Los criterios que se emplean para evaluarlas son: rareza, antigüedad y estado de conservación. Según el resultado, el precio escalará o no.

Algunos de los ejemplares que Belén Carrasco atesora en Casa Postal.

Algunos de los ejemplares que Belén Carrasco atesora en Casa Postal. / ALBA VIGARAY

Estos oscilan entre los 0,80 y los 60 euros. No obstante, lo habitual es que ronden los 10. “El barrio ha mejorado mucho, ya no es raro encontrar turistas haciendo un tour. A la mayoría les encanta llevarse un recuerdo, así que tenemos cajones destinados específicamente para ellos. Son los únicos que compran postales de Madrid”, puntualiza. El negocio también ha cambiado y, en la actualidad, tras el despegue de las redes sociales, ya no visitan ferias internacionales para comprar material. Lo que les ha dado otra ventaja: exportarlas por internet.

¿Es rentable?

Su tienda online les ha permitido distribuir sus productos por el país, aumentando sus ventas. Lo más complicado es hacerse con otros nuevos: “Si ahora, de repente, se me agotan las postales de Tomelloso, no puedo hacer un pedido para reponer existencias. Quizá, sencillamente, porque se hicieron tan pocas que hoy ya no existen. Entonces, nos toca hacer una labor de investigación grande”. Begoña se mueve como pez en el agua por Casa Postal. Saca alguna reliquia, la observa con cuidado. A veces, utiliza una lupa para analizar sus detalles. Conoce como nadie las tarjetas que tanta felicidad le han traído. “Lo más caro son los carteles de esmalte por el material con el que están hechos. Tenemos uno del Metro de Madrid que alcanza los 900 euros. No sé si lo colocaremos alguna vez, pero ahí está. Es un tesoro”, apunta.

Los tubos donde Belén Carrasco almacena los carteles que vende en Casa Potal.

Los tubos donde Belén Carrasco almacena los carteles que vende en Casa Potal. / ALBA VIGARAY

El coleccionismo cartófilo es residual, lo que lleva a preguntarse cómo un negocio de estas características sigue abierto al público: “El local es nuestro. Si no fuera así, habríamos tenido que cerrar. Tampoco tenemos empleados, lo gestionamos nosotros. Entre la tienda física y digital, más lo que adquieren ciertas instituciones, nos da para vivir bien. Al final, que sea algo tan de nicho nos ha beneficiado. Tenemos poca competencia, pero la demanda es baja. Así que nos vamos equilibrando poco a poco. Por suerte, todos los días vendemos postales”.