EL ORIGEN DE... (I)

Abada, la leyenda de la calle del rinoceronte asesino: mató a un niño y huyó de Madrid

Dos saltimbanquis portugueses llevaron al entorno del monasterio de San Martín a este animal para exhibirlo y cobrar dos maravedíes a quien quisiera verlo. La historia acabó en tragedia

Otra versión de la leyenda apunta a que fue un regalo para Felipe II, el rey más poderoso de la Tierra en el siglo XVI

Calle de la Abada.

Calle de la Abada. / ALBA VIGARAY

Ana Ayuso

Ana Ayuso

El pasaje que conecta Gran Vía con la madrileña plaza del Carmen se encuentra actualmente cercado por las obras, habitado por algunas personas sin hogar y presidido por el Outlet de El Corte Inglés.

Recibe el nombre de la calle de la Abada, un término en desuso que se empleaba para denominar a los rinocerontes hembra. Su origen data del siglo XVI y los historiadores lo atribuyen a dos versiones: la de un rinoceronte asesino y la de un regalo al rey Felipe II. En esa época, se trataba de una travesía a las afueras de la ciudad.

Ahora, está en pleno centro. Es una vía que actualmente patean los transeúntes locales para evitar a los turistas de Preciados y Montera, pero hace 500 años estuvo ocupada por dos saltimbanquis y un rinoceronte.

Personas sin techo descansan a la sombra de la calle de la Abada.

Personas sin techo descansan a la sombra de la calle de la Abada. / ALBA VIGARAY

Sus aceras formaban entonces parte del monasterio de San Martín, del que queda un reducto, una iglesia con el mismo nombre, en la plaza de Santa María Soledad Torres Acosta, conocida popularmente como la plaza de la Luna.

Estos titiriteros llegaron de Portugal y trajeron consigo al exótico animal. Colocaron en esta calle una barraca que encerraba al rinoceronte y, "al toque de tamboril y de dulzaina, embocaban a las gentes curiosas que acudían en gran multitud a contemplar la fiera", relataba en el siglo XIX el historiador Antonio Capmany Surís y de Montpaláu en su libro Origen histórico y etimológico de las Calles de Madrid.

Quienes querían ver al animal pagaban dos maravedíes para poder acercarse a ella. "El público muchas veces estaba formado por niños que molestaban al rinoceronte, le gritaban y éste se enfurecía un poco", cuenta José Luis Rodríguez-Checa, autor de Historias de las calles de Madrid (Editorial La Librería, 2021) para

EL PERIÓDICO DE ESPAÑA

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Según la leyenda, uno de los pequeños interesados, que todas las mañanas llevaba un bollo de pan del cercano Horno de la Mata a la abada. Un día, se lo llevó demasiado caliente, lo acercó al hocico de la fiera. Se quemó, empezó a rabiar.

"Tanto se enfureció que rompió las cadenas y terminó soltándose", dice Álvaro Llorente, fundador de la empresa Madrid en la palma de tu mano, que realiza visitas guiadas por Madrid. El animal, ya en cólera, mató al niño sin que los portugueses pudieran librar al muchacho de los enormes dientes de la rinoceronta.

Cuando el prior de San Martín y dueño de esos terrenos, fray Pedro de Guevara, conoció el suceso, expulsó a la pareja de portugueses de su jurisdicción. "Aturdidos, dejaron escapar a la abada", sostiene Capmany.

Francisco de Quevedo describió que, al anochecer y con un Madrid en alerta, los habitantes de la Villa percibieron a lo lejos un bulto sospechoso. Cuando se acercaron a él con palos y picas con la intención de cazar al animal asesino, se dieron cuenta de que habían confundido la sombra con un carro de lanas.

En su huida, dice este historiador, se llevó por delante a otras veinte personas y causó destrozos en la ciudad. "Fue algo totalmente salvaje", apunta Llorente.

Recaló finalmente en lo que ahora es el distrito de Vicálvaro y que entonces sólo comprendía una era, ajena a la Villa. Allí, lo acabaron abatiendo.

"Quedó el recuerdo de aquel suceso tan triste que comenzó con la muerte del niño y la calle, en la que se colocó una cruz de madera en su honor, acabó con el nombre de Abada", señala Rodríguez-Checa.  

Un regalo a Felipe II

La placa con el rinoceronte que orienta a quienes acaban en esta calle está decorada con un dibujo del animal, realizada por el artista Alfredo Ruiz de Luna. A quienes realizan las rutas por Madrid con Llorente "les sorprende muchísimo" este azulejo.

Placa de la calle de la Abada.

Placa de la calle de la Abada. / ALBA VIGARAY

Pero esa fiera puede recordar a un regalo que el rey Felipe II recibió del gobernador de Java, y no a la abada homicida y escurridiza de los feriantes portugueses.

El rey más poderoso de la Tierra, que gobernaba en un imperio en el que no se ponía el sol, recibía con frecuencia regalos de diplomáticos españoles en los territorios dentro y fuera de nuestro continente.

En esa ocasión, le obsequiaron con una rinoceronta y con un elefante. El monarca los dejó habitar en esta vía a las afueras de lo que entonces era Madrid.

"Es un poco discutible esta teoría porque el rey tenía otras posesiones mejores en la ciudad" y tener allí a esos animales no tenía mucho sentido, razona autor de Historias de las calles de Madrid. Sin embargo, el fundador de Madrid en la palma de tu mano opina que en la capital suele darse una premisa: "La historia real es la más sencilla".