LIMÓN & VINAGRE

Henry Kissinger, terrible y simpático

Kissinger es un hombre simpático que podía tomar decisiones terribles, un killer en defensa de los intereses de Estados Unidos, intereses que a veces confundía con los del mundo entero

Henry Kissinger limon y vinagre

Henry Kissinger limon y vinagre / REUTERS / EPE

José María de Loma

José María de Loma

A mí siempre me pareció que tenía un ligero aire a Woody Allen. Sobre todo de joven. Su mirada pareciera la de alguien que quisiera pasar por despistado y su mueca, en la mayoría de las imágenes, es como de quien va a comenzar a sonreír. Henry Kissinger, consejero de Seguridad Nacional y secretario de Estado de Richard Nixon (1969-1974) y de Gerald Ford (1974-1977), diplomático, arquitecto de una época y de la política exterior de los Estados Unidos ha cumplido cien años y los noticiarios y periódicos se han llenado de declaraciones suyas; de biografías, perfiles y recordatorio de sus frases y hazañas.

Tengo delante una foto que le hicieron con Breznev, el hombre con las cejas más adustas del siglo XX. Pues parece que el mandatario soviético, hierático siempre, pétreo, siniestro y poco dado a la movilidad, se está riendo, mirando al cielo mientras Kissinger le dice algo. Vaya usted a saber. No descarten que le estuviera refiriendo un chiste sobre el comunismo.

Por ejemplo, ese que dice: “Dos esqueletos se encuentran por la calle en Kiev. ¿Cuándo te moriste?, pregunta uno. En la gran hambruna del 32. ¿Y tú? No, yo todavía estoy vivo”. Por cierto, no se pierdan el libro del periodista británico Ben Lewis, tiene ya algunos años, Hammer & Tickle (Martillo y Cosquillas), una historia del comunismo contada a través de sus chistes. Kissinger es un hombre simpático que podía tomar decisiones terribles.

Un killer en defensa de los intereses de Estados Unidos. Intereses que a veces confundía con los del mundo entero. Pero amable. Si el adjetivo campechano no estuviera desgastado y fuera propiedad de Juan Carlos de Borbón, podríamos adjudicárselo.

A Kissinger le gusta el fútbol. El nuestro, no el americano

Heinz Alfred Kissinger nació el 27 de mayo de 1923 en la Alemania de entreguerras en una familia judía que llegó a Nueva York huyendo del nazismo. Se educó en Harvard. Recibió el premio Nobel en 1973 por su trabajo para lograr la paz con Vietnam, aunque no pocos consideran un sarcasmo ese galardón para alguien que conspiró contra Allende y que de alguna manera alentó el golpe de Pinochet. No pocos documentos desclasificados, y sin desclasificar, así lo muestran. Pero sobre todo, su legado diplomático fue diseñar una nueva política hacia la Unión Soviética. Incluso con China. Eso mientras mangoneaba todo lo posible en Hispanoamérica.

Tras su paso por los altos cargos, Kissinger siguió en la pomada a su manera. Cultivando su vanidad con libros, charlas, conferencias y artículos. Casi todos querían fotografiarse con él y él mismo no se cortaba a la hora de proclamar su deseo de pasar a la historia en un lugar preminente.

A Kissinger le gusta el fútbol. El nuestro, no el americano. Esto siempre se decía de él. Como una rareza. Tal vez esa afición, demostrada, creciente, acreditada y grande, condicionó su manera de hacer política exterior. Desde luego, era partidario del ataque despiadado y de la defensa férrea. Del juego envolvente y del subterráneo. Sobre él circulaban muchos chascarrillos. Uno: "¿Qué pasaría si Kissinger se muriera? Que Richard Nixon se convertiría en presidente".

Taimado, astuto, parangonado con Metternich, fue el diseñador de un tiempo político marcado por la guerra fría, por la lucha por la hegemonía entre la URSS y Estados Unidos. Antes de que China eclosionara y decidiera abrazar el capitalismo comunista o el comunismo capitalista. A los que peinan algunas cana o incluso lucen calvicie, el nombre de Kissinger le es familiar.

De la niñez y adolescencia, por su presencia en los telediarios, los periódicos y las conversaciones. Respecto a España, a nuestro hombre se le atribuye incluso una gran influencia en la Transición. Es historia acreditada que advirtió a Juan Carlos I de que “España solo es fuerte cuando la monarquía es fuerte”, advirtiéndolo de que se necesitaba un Gobierno robusto para luchar contra lo que él calificaba de anarquía. Si Kissinger piensa que en España hay tendencia a la anarquía es que conoce bien el alma española, no obstante, viva la paradoja y la esquizofrenia, es un pueblo también inclinado al ordeno y mando, al firmes, al prietas las filas y a los cuartelazos.

Al hombre que movía hilos en el mundo se le atribuyen otros muchos manejos, entre ellos, qué nos gustan las conspiraciones, el bosquejo de la Transición, hecho del que sin duda estuvo al cabo y que se produjo cuando su carrera estaba en plenitud. La historia lo juzgará, afirmaría este cronista. Sin embargo, tanto la justicia la historia son lentas y los juicios pendientes son muchos. Además, está vivo aún. No suele descansar.