20 años de la invasión

Las heridas de Irak no cierran en EEUU

La desmemoria y la falta de una auténtica rendición de cuentas complica el legado de un conflicto que ha marcado la política exterior y la nacional

Bush, durante su discurso.

Bush, durante su discurso.

Cuando en mayo del año pasado dio un discurso en su biblioteca presidencial en Dallas, George W. Bush condenó la "decisión de un hombre de lanzar una invasión totalmente injustificada y brutal de Irak". Inmediatamente se dio cuenta de lo que acababa de hacer y añadió "quiero decir: Ucrania". Acompañó la apostilla con una mueca encogiendo los hombros y un "je". Algunos de los asistentes rieron.

Ni el lapsus, ni la verdad que esconde, ni su protagonista son una cuestión que pueda o deba tomarse a broma. La guerra que en 2003 eligió lanzar el entonces presidente de Estados Unidos abrió múltiples heridas en Irak y en todo Oriente Medio. También, en toda la comunidad internacional y dentro de Estados Unidos. Muchas, 20 años después, no solo no han cicatrizado, sino que supuran.

Para cauterizarlas habría sido necesaria una auténtica rendición de cuentas que nunca llegó. No hubo siquiera una dimisión en las alturas de la Administración Bush. Tampoco ningún juicio, ni una mera comisión de investigación en el Congreso tras su mandato. No sucedió ni siquiera cuando se confirmó que eran falsas las premisas sobre las que se justificó la invasión: supuestos vínculos de Sadam Hussein con los terroristas del 11-S o un inexistente programa de armas de destrucción masiva (que se trataron de justificar como fallos de inteligencia). Tampoco cuando el sueño neocon de "promoción y construcción" de la democracia se volvió pesadilla. O cuando las atrocidades o las torturas entraron en el manual aprobado de Washington, que también habría creado el penal de Guantánamo, y, como ha escrito Juan Cole, profesor historia en Michigan, EEUU "perdió la brújula moral".

Legado exterior e interno

El país no solo ha visto desde entonces complicarse la política en Oriente Próximo y una erosión de su influencia allí, una realidad ratificada ahora cuando ha sido China quien ha ayudado a la negociación de un acuerdo entre Arabia Saudí e Irán. Dejó un legado de inestabilidad. Dejó también tocada su propia credibilidad, y su imagen en la esfera global.

Con aquella guerra dio un golpe a la soberanía de un país, al orden internacional basado en reglas y a la carta de Naciones Unidas, sin cuyo respaldo intervino. Reforzó así los recelos de buena parte del mundo y del llamado sur global y abonó el terreno para que Vladímir Putin ahora hable de hipocresía o doble rasero cuando Washington usa esos argumentos para denunciar la invasión y la guerra de Ucrania. "Los países tienen memoria", como ha dicho Josep Borrell.

Dentro de EEUU, aquella guerra contribuyó a minar la confianza en el Gobierno (que en 20 años ha caído del 57 al 20%), en la clase política, en las instituciones o en los medios de comunicación, muchos de los cuales abdicaron de sus funciones cuando aún tenían una influencia no mermada por internet y las redes sociales y contribuyeron antes del inicio de la invasión a diseminar propaganda que caló en buena parte de una población que ya tenía miedo y ansias de venganza tras el 11-S.

Bush fue reelegido en 2004, incluso cuando el país ya había visto las fotos de Abu Graib, en parte ayudado por otras guerras, las culturales, entonces centradas en la oposición conservadora al matrimonio homosexual. Para cuando dejó la Casa Blanca en 2008, tras el incremento de tropas en Irak en 2007, había disparado la polarización partidista y el extremismo, brechas que desde entonces solo se han profundizado.

Sin el apoyo a la guerra Hillary Clinton quizá no habría perdido sus primarias frente a Barack Obama, que puso oficialmente fin a la guerra en 2011 pero volvió a enviar en 2014 tropas para combatir al Estado Islámico. Hoy 2.500 militares siguen en Irak, y otros 900 en Siria (donde Obama, bajo el peso de la guerra de Irak, dejó sobrepasar sin intervenir el uso de armas químicas que había marcado como una línea roja, mostrando a EEUU indeciso para actuar de forma firme contra otros agresores).

Trump

Sin los ecos de aquella guerra que además de más de medio millón de víctimas directas iraquís dejó 4.599 soldados estadounidenses muertos, más de 32.000 heridos en acción y decenas de miles más con secuelas en su salud mental, y cuyo coste se ha calculado en casi dos billones de dólares, tampoco se entendería plenamente la victoria en 2016 de Donald Trump. Alejó al Partido Republicano de sus clásicos postulados a favor de una política exterior robusta, intervencionista y militarista para envolverlo en una mirada hacia el interior con un nacionalismo populista. Y ahí sigue la formación.

Basta escuchar hoy a Trump, que vuelve a ser candidato presidencial, o ver a su potencial rival Ron DeSantis hablar de la guerra de Ucrania como "una disputa territorial". Y basta mirar al Congreso, donde la cada vez más poblada ala antiintervencionista pone en cuestión seguir dando ayuda a Kiev. Este viernes el líder republicano de la mayoría en la Cámara Baja, Kevin McCarthy, ni siquiera garantizaba que vaya a someter a votación la legislación que esta semana, 20 años después de la guerra de Irak, avanzó en el Senado para anular la Autorización del Uso de Fuerza Militar de 2002 con la que el Congreso cedió sus responsabilidades y dio carta blanca a Bush.

"Pasar página"

Uno de los problemas de EEUU es la desmemoria. Washington vive en lo que Heather Conley, presidenta del German Marshall Fund, ha calificado de "amnesia histórica permanente". Tanto Obama en su día como Joe Biden, que puso fin caóticamente a otra guerra abierta por Bush, la de Afganistán, han hablado en sus presidencias de "pasar página" respecto a Irak. Biden directamente arrancaba esa página el mes pasado, cuando al dar en Polonia un discurso tras visitar Kiev y denunciar la guerra de Vladímir Putin decía sin sonrojarse: "La idea de que más de 100.000 soldados invadirían otro país... Nada igual ha pasado desde la Segunda Guerra Mundial". Y Bush y Dick Cheney, que nunca han mostrado lamento o arrepentimiento y siguen defendiendo sus decisiones, han visto política y mediáticamente su imagen en buena parte rehabilitada, siquiera por comparación a la Administración Trump. No puede sorprender que a parte de la población le indigne la impunidad de las élites.

Algunos, como David Frum, que entonces redactaba discursos de Bush y ahora escribe en 'The Atlantic', sí reconocen en este aniversario que la guerra fue "un error grave y costoso". Pero falta más para cerrar heridas. "Sin mirar hacia atrás el país no se moverá hacia adelante con confianza y unidad", ha escrito en 'Foreign Affairs' Stephen Wertheim, profesor de Columbia.

Wertheim cree que se han aprendido "algunas lecciones necesarias", también cree que no son suficientes. "Frente al auge de China y la agresión de Rusia, EEUU ha adquirido un nuevo propósito para su poder global. Pero si aplica a competidores la misma voluntad de dominar que llevó a Irak, un país mucho más débil, las consecuencias serán graves. El 'próximo Irak' bien podría cobrar la forma de una guerra entre potencias", ha escrito el experto en el Carnegie Endowment for International Peace.

Presente e historia

Para cada vez más estadounidenses (62% en 2019 según un sondeo del centro Pew) no mereció la pena luchar la guerra de Irak. En otra encuesta más reciente del grupo More in Common y YouGov, el 30% aún mantiene que era una causa justa, y el 31% que hizo a EEUU más seguro. Pero solo uno de cada cuatro entrevistados decía pensar a veces o a menudo en aquella guerra, que solo uno de cada cinco piensa que les cambió la vida. La mayoría no podía nombrar cinco acontecimientos de aquella guerra. Y para muchos, especialmente los más jóvenes, esa contienda en Irak es cada vez más un recuerdo lejano, o directamente historia.