LIMÓN & VINAGRE

Nicola Sturgeon, la chica que escuchaba The Proclaimers en Irvine

El ambiente familiar en casa era independentista, pero ella entró en el mundo de la política empujada por la figura de Margaret Thatcher. Es decir, en contra: "Odio todo lo que representa"

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Diseño sin título 2023 02 28T184109.692 / REUTERS / EPE

Josep Maria Fonalleras

Josep Maria Fonalleras

Cuando, tras el atril de la sala de prensa de la Bute House, Nicola Sturgeon presentó su dimisión como ministra principal de Escocia, una de las cosas que dijo es que, cada mañana, cuando se levantaba se convencía a sí misma de que tenía todo lo necesario para "seguir adelante". Repitió tres veces keep going, pero después añadió: "Más tarde, me doy cuenta de que quizás no es exactamente así". Reconoció que hacía días que "el mar está picado" y que nadaba en medio de choppy waters, pero que la decisión no era una consecuencia de las últimas polémicas, sino que provenía de "una evaluación más profunda, más a largo plazo".

No hacía mucho que había declarado a la BBC que todavía tenía energías, pero el día de su renuncia reconoció que no lo había decidido a toda prisa ni bajo presiones del partido (el SNP): "He estado luchando con esta idea, aunque con niveles de intensidad fluctuantes, durante semanas". Después, toda ella de un rojo intenso (un carmesí uniforme en el vestido chaqueta y en la blusa, el monocromatismo habitual de Sturgeon), subió las escaleras que llevan a las estancias privadas y desapareció del agitado panorama escocés, aunque mantendrá el cargo hasta que el SNP encuentre sucesor o, más probablemente, sucesora.

No es muy habitual una reacción como esta, o como la de Jacinda Ardern. Habló de "la brutalidad" de la política y de la falta de privacidad y reconoció, emocionada, que había dado el paso después de haber asistido al funeral de Allan Angus, un viejo militante del SNP que era conocido como ‘el rey del baile’. Llegó al tanatorio de su amigo ("que siempre me hacía reír") convencida en un 99%. "Salí al 100%, aunque no sé si Allan estaría contento de haber jugado ese papel en mi despedida", añadió. Quizá sean las ganas de decir basta, simplemente, después de ocho años y cuatro meses tan intensos. 

Como si nada, Sturgeon ha vivido un referéndum pactado (lo perdió, en el 2014, junto a su mentor Alex Salmond, con quien después partió peras de forma abrupta), ha propuesto otra consulta (tumbada antes de tiempo por el Tribunal Supremo), ha pensado en unas próximas elecciones plebiscitarias, ha sacado adelante una ley de Reforma del Reconocimiento de Género que el gobierno británico ha bloqueado (la primera vez que lo hace en los 25 años de autogobierno escocés) y, entre otros episodios, ha vivido nada menos que la furia devastadora del Brexit y de la pandemia. Uno de los resúmenes más acertados de su trayectoria, lo publicaba The Guardian. Es una tira cómica de Benn Jennings en la que se ve a Sturgeon junto a un desconcertado Cameron, a una hierática May, al lado de un Johnson ebrio y egocéntrico, de una efímera Truss y, finalmente, del actual premier, Rishi Sunak, que se despide de Sturgeon mientras grita: "¿Te vas tan pronto?".

En su casa, el ambiente familiar era independentista, pero ella entró en el mundo de la política empujada por la figura de Margaret Thatcher. Es decir, en contra de Thatcher: "Odio todo lo que representa". Como las reconversiones industriales en Escocia. Quizá por eso abandonó la adolescente pasión por la música de discoteca de Duran Duran (en su natal Irvine, en la costa oeste de Escocia) y abrazó la reivindicación nacional en forma de himno que The Proclaimers sacó en 1987, cuando ella tenía 17 años. En aquella melancólica Letter from America, se comparaban las antiguas emigraciones (como te sentiste el día que zarpaste de Wester Ross) con las doctrinas ultraliberales de los conservadores (siempre esperamos demasiado tiempo).

Se forjaba así un carácter que, en el punto final de su trayectoria, ha concretado con una frase hecha que proviene de Shakespeare: The world is my oyster. Más o menos significa, en una traducción muy nuestra y muy libre, que todo está por hacer y que todo es posible, que el mundo entero es la ostra que esconde una perla. Es decir, no se ha ido porque estaba deprimida, sino porque tiene otras cosas en la cabeza, como leer o vivir a su manera, como el esturión (sturgeon en inglés) que remonta el río contra corriente.

En el funeral por Isabel II en la catedral de Saint Gilles de Edimburgo, toda de negro y no con las características variaciones de tonos escarlata, cereza o borgoña, leyó el capítulo tercero del Eclesiastés, el libro más singular, sabroso y sorprendente de la Biblia. "Todo tiene su momento", dice, "bajo el cielo hay un tiempo para cada cosa". Ahora, Sturgeon, que tiene un cierto aire a lo Imelda Staunton, lo ha puesto en práctica.