CRISIS REGIONAL

La selva del Darién: el infierno que cruzan los migrantes latinoamericanos antes de llegar a EEUU

La espesa frontera de 575.000 hectáreas que separa a Panamá de Colombia entraña la amenaza de animales peligrosos y bandas criminales

Migrantes hacen fila para ser enviados a una estación de recepción migratoria (ERM) de San Vicente en Metetí, en Bajo Chiquito (Panamá).

Migrantes hacen fila para ser enviados a una estación de recepción migratoria (ERM) de San Vicente en Metetí, en Bajo Chiquito (Panamá). / EFE

Abel Gilbert

Avanzaron a tientas, bajo la vigilancia de águilas arpías. Los capibaras, como se conocen a los roedores más grandes del mundo, a veces les mordían los talones. Escucharon ladridos de perros salvajes: un posible desastre en ciernes. No el único. Bajo olas de calor que encendían la piel esquivaron alacranes, ranas y hormigas venenosas, serpientes, jaguares e insectos trasmisores del dengue, la malaria o el chikungunya. El Servicio Nacional de Migración panameño ha contabilizado que 45.727 migrantes irregulares, casi todos latinoamericanos, han cruzado bajo esas condiciones la selva conocida como el tapón del Darién en lo que va del presente años. Lo hicieron sin girar sobre sus talones, encomendándose a un cielo que la fronda oculta, con el único anhelo de llegar a Estados Unidos.

Fue durante una expedición de 'National Geographic', hace más de medio siglo, que la espesa frontera de 575.000 hectáreas que separa a Panamá de Colombia comenzó a llamarse de esa manera. El modo de designar esa zona presenta de entrada problemas entonces no imaginados: un tapón sella, impide, dificulta. Pero una cosa evitar que se derrame el contenido de una botella y otra obturar la salida de un flujo incesante de hombres, mujeres y niños. Ellos deben desafiar a la naturaleza, pero también a remanentes guerrilleros y narcotraficantes.

La crisis regional convirtió a esa fronda inexpugnable en una impensada ruta hacia al imaginado paraíso. Las autoridades panameñas estimaron que por el Darién pasaron en enero 24.634 personas mientras en febrero el número ha sido de 21.093. El salto respecto al mismo período de 2022 es abismal: entonces se registraron 8964 casos. Pero ese número fue creciendo a lo largo del pasado año hasta llegar a 250.000, casi el doble que en 2021. Entre ese contingente había 40.000 menores.

Haití, Ecuador y Venezuela

En lo que respecta al primer bimestre de 2023, unas 16.200 personas provenían de Haití, 11.070 habían salido de Ecuador y 7.900 de Venezuela. Los demás llegaron a las puertas de la selva desde la India (1246), la vecina Colombia (822), República Dominicana (181) y Cuba (168). Un 28% de quienes se lanzan a la odisea en condiciones aberrantes, de acuerdo con Human Rights Watch, son mujeres. La cantidad de niños, niñas y adolescentes asciende a un 16% del total.

Cuenta el Dante en la Divina Comedia que, al asomarse al infierno, acompañado del poeta Virgilio, se encuentra con un cartel que lo invita a abandonar toda esperanza. Necoclí, una localidad del departamento de Antioquia ubicada casi 800 kilómetros al noroeste de Bogotá, se abstiene de exhibir esa leyenda, pero la recomendación flota en el aire. La entrada al tapón no invita a ilusionarse. Se accede primero en lanchas que cruzan el Golfo de Urabá hacia el río Acandí. Recién después se inicia el verdadero calvario. El verde de la foresta engaña. Al internarse, el migrante enfrenta crecidas de río voraces, lodazales que llegan a cubrir buena parte de cuerpos que se mueven lentamente. Aparecen las fracturas y las enfermedades. El recorrido se siembra de cadáveres.

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) ha informado que 36 personas fueron tragadas por la selva en 2022. Se cree que esa estimación es apenas una pequeña fracción de la cantidad de vidas perdidas.

Acechanzas fatales

Panamá suspendió el traslado de migrantes en bus desde la selva hasta un albergue próximo a la frontera con Costa Rica después del accidente que provocó el fallecimiento de 40 personas, entre ellos 11 venezolanos. Allí viajaban a su vez cuatro africanos: dos cameruneses, un nigeriano y otro hombre procedente de Eritrea.

La selva pone a prueba la capacidad de supervivencia en todo momento. A veces, el azar muestra su carta de perdición. En otras ocasiones es la propia barbarie que muestra sus fauces. La Cruz Roja de Panamá calcula que hasta un 15% de los que se aventuran a llegar del otro lado de Darién han sufrido situaciones de violencia sexual.

Entre el barro y los animales salvajes, en medio de un calor abrasivo, acechan, además, las bandas criminales. La revista colombiana Cambio ha revelado que grupos de narcotraficantes exigen una contraprestación a aquellos que quieren llegar a Panamá y no tienen dinero: deben esconder droga en sus equipajes, hacer, en definitiva, un trabajo de “hormiga” sin garantía de éxito.

Se entra a la selva con arrojo y mucha desesperación. La salida del Darién es un pequeño paraje panameño conocido como Canaán Membrillo, de la comunidad originaria Emberá. Giuseppe Loprete, jefe de misión de la OIM en Panamá asegura haber escuchado allí historias escalofriantes de los que lograron su proeza. Algunos migrantes dejaron en la selva a un ser querido y llegaron a Canaán Membrillo con trastornos psicológicos y físicos.

Trajeron las marcas de la deshidratación y la fatiga extrema, la leishmaniasis cutánea y el paludismo. Les diagnostican fallos cardiorrespiratorios, dolores en los pies y crisis de pánico. Durante las noches de recuperación irrumpen los recuerdos de las pesadillas que no formaban parte de los sueños de modesta prosperidad. Ellas y ellos se despiertan con la certeza de que algo peor los espera: alcanzar la frontera mexicana y, después, mucho después, Estados Unidos, si es que la suerte los acompaña.