Opinión | GUERRA EN UCRANIA

La guerra cumple un año

Debemos medir muy bien los pasos que damos para seguir apoyando a los ucranianos sin vernos arrastrados a un conflicto abierto de la OTAN con Rusia

Russian President Putin chairs a Government meeting

Russian President Putin chairs a Government meeting / EFE/Sputnik /Mikhail Metzel

Esta semana se cumplirá un año desde que empezó la invasión rusa de Ucrania, que puede terminar de muchas maneras: con una victoria rusa, con una victoria de Ucrania, con negociaciones, con un golpe de Estado en el Kremlin, o que puede estancarse porque ninguno de los contendientes pueda acabar con el otro, que hoy por hoy parece lo más probable. El resultado es siempre malo para los que ya sufrimos las crisis energética y alimentaria y la inflación, que se ha disparado después de estar años adormecida. Pero puede ser aún peor.

Ahora ambos bandos se preparan para un nuevo enfrentamiento. Rusia amontona hombres, se dice que 300.000, que mueren como chinches por su falta de preparación, eficacia en combate, errores de mando e incapacidad logística de Rusia para mantenerlos y abastecerlos debidamente. Según fuentes de inteligencia, Rusia podría haber sufrido ya 200.000 bajas en este conflicto, aunque esa no parece ser la principal preocupación del Kremlin. Su objetivo inmediato es el nudo de Bajmut para asegurarse el control del Donbás. Y luego ya veremos, porque seguimos sin conocer sus objetivos reales. No le va mejor a Ucrania, un país destrozado que también tiene bajas enormes y mayor dificultad para reponerlas y que nos pide misiles de largo alcance y tanques cuya llegada llevará tiempo, al igual que el adiestramiento de sus tripulaciones. Con ellos Kiev pretende recuperar el terreno perdido.

Moscú piensa que su capacidad de lucha y de sacrificio será siempre mayor que la de los hedonistas que poblamos la Europa democrática, que nos cansaremos pronto de seguir enviando a Ucrania el dinero que necesita para pagar los servicios básicos que le permiten seguir funcionando como país, las muchas armas cada vez más caras y sofisticadas, y el apoyo en inteligencia preciso para usarlas con eficacia. Cree que es cuestión de tiempo que aparezcan diferencias entre países europeos, entre Europa y Estados Unidos, y que los republicanos obstaculicen la política pro-Ucrania de Biden. Piensa que podrá quebrar la voluntad de resistencia de los ucranianos a base de dejarles sin viviendas, agua potable o electricidad y sin preocuparle que nosotros a eso lo llamemos crímenes de guerra. Por todas esas razones Moscú, a falta de la victoria rápida que inicialmente esperaba y que ya no parece posible, piensa que una guerra larga de desgaste puede ser la siguiente mejor opción porque aparentemente no le preocupan los muertos que eso le cueste, mientras capea mejor que peor nuestras sanciones.

El problema es que esa estrategia se encuentra con la firme voluntad occidental de seguir apoyando a Ucrania, como demuestran todas las intervenciones que se oyen estos días en la Conferencia de Seguridad de Múnich, donde se reitera la idea de que una victoria rusa sería un desastre para las democracias.

El resultado es que si vamos a una guerra larga aumentan las posibilidades de que una chispa, incluso indeseada, pueda desembocar en una extensión del conflicto e involucrarnos a todos aunque no queramos.

Moscú piensa que su capacidad de lucha y de sacrificio será siempre mayor que la de los hedonistas que poblamos la Europa democrática

El secretario general de la OTAN piensa que mientras no intervengamos abiertamente con soldados propios en la lucha, o sea, mientras no pongamos “botas sobre el terreno”, no rompemos con nuestra postura de no beligerancia. Dice que apoyamos a Ucrania pero no estamos en guerra con Rusia. Y hasta ahora ha funcionado, pero ¿seguirá haciéndolo cuando entren en combate los tanques Abrams, Challenger y Leopard y misiles de largo alcance caigan sobre el territorio de la Federación Rusa? Hace unos días en Bruselas Zelenski nos pidió aviones F-16 y se le dijo amablemente que no, pero supongo que en no demasiado tiempo ese ‘no’ se convertirá en un ‘sí’, como acaba de ocurrir con los tanques Leopard. ¿Qué ocurrirá entonces?

No digo que no debamos seguir ayudando a un país que ha sido injustamente atacado por el 'delito' de pretender decidir su futuro con libertad acercándose a la Unión Europea y la OTAN, lo que digo es que debemos ser muy conscientes de que con la entrega a Ucrania de armamento cada vez más sofisticado nos acercamos a una peligrosa escalada, y debemos medir muy bien los pasos que damos para seguir apoyando a los ucranianos sin vernos arrastrados adonde no queremos ir, a un conflicto abierto de la OTAN con Rusia, porque ya hemos tenido dos grandes guerras en este continente y nadie quiere otra.