LIMÓN & VINAGRE

Lauren Boebert: tiroteando la democracia

Boebert tiene 36 años, le gusta lucir pistola al cinto, es una acérrima activista a favor de las armas

Lauren Boebert

Lauren Boebert

Emma Riverola

Emma Riverola

Nuestros votos no deciden el destino de Lauren Boebert, pero su ejercicio político no nos resulta ajeno. Tiene algo del poder corrosivo del salitre. Un soplo de viento y ya se extiende más allá de Washington. Otros más y ya cruza océanos y continentes. ¿Cuántos faltan para que nos alcance? Ella es una de las congresistas que bloquearon la elección de Kevin McCarthy como presidente de la Cámara de Representantes, un puñado de trumpistas que no cesaron en su empeño hasta que doblegaron al candidato.

Boebert tiene 36 años, le gusta lucir pistola al cinto, es una acérrima activista a favor de las armas y es uno de los personajes de este espectáculo más cercano al esperpento que a la democracia.

Boebert nació en Florida, en un hogar que dependía de la asistencia social. Cuando tenía 17 años, toda la familia se trasladó a Rifle, Colorado. Un año más tarde, la joven abandonó la escuela secundaria al tener su primer hijo. Trabajó en un McDonald’s, en una empresa de perforación de gas natural y, en 2013, con su actual marido, abrieron un restaurante en el que la especialidad de la casa son las pistolas que lucen las camareras en sus caderas. 

Boebert alcanzó sus primeros momentos de gloria al oponerse a la confiscación de rifles semiatuomáticos después de un tiroteo que dejó casi dos docenas de muertos y por desafiar la orden de cerrar su restaurante durante la pandemia. Por esos días también dijo estar "muy familiarizada" con QAnon, la teoría conspiranoica de extrema derecha que considera a Trump el salvador de un mundo dominado por una élite pedófila y corrupta (Obama, el papa Francisco o el actor Tom Hanks serían algunos de sus miembros). En 2020 dio la campanada y, contra todo pronóstico, fue elegida congresista republicana por el distrito de Colorado. 

Durante sus primeros días en Washington difundió un vídeo en el que se paseaba por las calles de la capital con su pistola Glock y protagonizó varios episodios ante el detector de metales del Congreso. En las horas previas al asalto del Capitolio tuiteó: "Hoy es 1776", en referencia al año de la declaración de independencia de los Estados Unidos.

Los meses no han suavizado el verbo de Boebert, que tanto grita e insulta como jalona su discurso con términos bíblicos. Llegó a llamar "escuadrón de la yihad" a la congresista demócrata de origen somalí Ilhan Omar y escogió el día de la comparecencia de Zelenski para volver a burlar la seguridad del Congreso. 

En diciembre de 2021 eligió una tierna imagen para felicitar las Navidades: un posado junto a sus cuatros hijos armados con rifles. Hay algo en esa imagen que, estos días, resulta especialmente perturbador. El pequeño, de siete años, mira a la cámara. Su madre, en la treintena, posa la mano sobre su hombro. Año arriba, año abajo ambos tienen las mismas edades que la profesora gravemente herida en una escuela de Virginia y el niño que le disparó.

Las estadísticas son difíciles de digerir. Durante 2020, más de 4.300 jóvenes murieron por lesiones relacionadas con armas de fuego en EEUU. Cada tres, cuatro días, un centro educativo sufre un incidente con armas. Según la oenegé Gun Violence Archive, 2022 es el año que más niños y adolescentes han muerto en tiroteos. De hecho, las armas de fuego se han convertido en el primer factor de muerte de menores, por delante de los accidentes de coche. Las muertes de niños negros cuadruplican las de los blancos. También los suicidios infantiles con un arma han alcanzado un máximo histórico. 

Entre los muchos vídeos que circulan en las redes sobre el uso de armas en menores, uno muestra la imposibilidad de un adolescente de 13 años de comprar alcohol o tabaco y la facilidad con la que adquiere un arma legalmente. En otro vídeo, un crío de 4 años maneja un rifle con especial destreza mientras es jaleado por una mujer. 

Boebert defiende el uso de las armas como un ejercicio de libertad y no duda en comparar su regulación con las políticas de control de los nazis. Pero, en el fondo, las armas no dejan de ser un símbolo, un emblema de una concepción maleada de la libertad.

En nombre de esa falsedad, se educa en la intolerancia, se burlan las instituciones, se pervierte el sentido de justicia y se conduce al país a una suerte de suicidio, físico y también social y político. No, no podemos votar a Boebert, pero su hálito político llega a nuestras costas. Como el salitre corroyendo el hierro y la madera. Como un tiro cortando el aire.