MUJERES SIN UNIVERSIDAD

Afganistán vuelve al infierno talibán y borra los avances de las últimas décadas

España se une al clamor internacional por la última decisión de los ultras islamistas mientras Estados Unidos amenaza con represalias

EL PERIÓDICO DE ESPAÑA analiza qué queda del proceso de apertura apoyado por occidente con Félix Arteaga, del Real Instituto Elcano 

Estudiantes afganos varones atienden la graduación en la universidad

Estudiantes afganos varones atienden la graduación en la universidad / EFE/EPA/STRINGER

Mario Saavedra

Mario Saavedra

España hizo una apuesta por ayudar a sacar a Afganistán del infierno medieval en el que estaba a principios de este siglo. Durante dos décadas, contribuyó con cerca de 6.000 millones de euros a la reconstrucción y modernización del país. 102 españoles perdieron la vida en la misión militar dirigida por Estados Unidos y la OTAN en  Afganistán. Durante un tiempo se consiguió crear un Estado donde no lo había. Antes de la guerra lanzada en 2001, el país estaba dominado por los señores de la guerra y los talibanes, que imponían un régimen de negación total de la mujer y de fuerte represión y extremismo religioso, además de albergar a terroristas como Osama Bin Laden. Tras la intervención aliada, se levantaron instituciones, ministerios y hospitales, y se liberaron las restricciones morales que impedían la vida a la mitad de la población. Fueron los mejores años de un país siempre azotado por la guerra, el radicalismo y la pobreza. Todo se derrumbó repentinamente en 2021, con la toma de Kabul por los talibanes y la huida a la carrera de las tropas occidentales. Ahora, ¿qué queda de todo aquello? Muy poco.

En el último año y medio, los talibán han emitido 16 decretos y edictos para limitar la movilidad de las mujeres, arrebatarles sus puestos de trabajo, cubrirlas de pies a cabeza o prohibirles el uso de espacios públicos como parques o gimnasios. El último golpe ha sido este martes, con un decreto del  ministerio de Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio que suspende la admisión de las mujeres en las universidades hasta que se cree un “ambiente cultural y religioso decente”.  

A las estudiantes, decenas de miles por todo el país, les ha pillado en mitad del curso. En un vídeo publicado en redes sociales se observa cómo un par de docenas de mujeres rompen a llorar desconsoladamente durante varios minutos tras escuchar en clase el anuncio de que no podrán volver. Sus compañeros de otra aula (hay segregación por sexos) abandonan un examen a modo de protesta y apoyo. 

Los ministros de Exteriores de España y otros diez países, entre los que se encuentran Estados Unidos, Francia, Alemania y Reino Unido, además de la representación exterior de la UE, han publicado este jueves un comunicado de condena “rotunda” a la decisión talibán de prohibir el acceso de las mujeres a la universidad y a las niñas de ir a los institutos. Las cancillerías occidentales han cargado contra “todas las duras restricciones que impiden a las mujeres y niñas de Afganistán ejercitar sus derechos humanos y libertades fundamentales”. Estados Unidos ha amenazado con represalias, pero son de dudosa eficacia si se tiene en cuenta de que la presencia del mayor ejército del mundo no ha conseguido frenar a los talibanes. 

El número de estudiantes del país saltó desde un millón en 2001 (de un total de 40 millones de habitantes) a los 10 millones en 2020. En el caso de la formación de grado superior, se subió desde los tan solo 7.000 estudiantes de la era talibán hasta los 200.000 cuando se fueron las fuerzas aliadas. En 2001 no había ninguna estudiante universitaria. Llegaron a rondar las 55.000 antes de la huida de las fuerzas aliadas. Ahora esa cifra volverá a cero si los talibanes continúan con su plan. 

¿Qué queda del Afganistán construido?


La desazón es total entre los observadores del país asiático. Ha sido el país que más fondos internacionales ha recibido en la historia. Centenares de miles de millones de euros en asistencia financiera y para la reconstrucción de Estados Unidos, la Unión Europea, el Banco Mundial y distintos países de forma individual. ¿De qué ha servido?

“Aún queda todo lo que se ha invertido en capital humano en esas dos décadas en que las mujeres pudieron ir a la escuela y formarse en la universidad. El 30% de los puestos de la administración han llegado a ocuparlos las mujeres, gracias a la apertura forzada”, explica a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA Félix Arteaga, investigador principal del Real Instituto Elcano. “Quedan también todas las infraestructuras públicas, especialmente de sanidad, con profesionales sanitarios formados. Eso sigue existiendo”.

La mortalidad posparto cayó desde una de las más altas del mundo (1.600 mujeres fallecidas por cada 100.000 nacimientos) hasta una relativamente baja (400).

Gracias a los avances en sanidad, la esperanza de vida subió una década, hasta los 65 años (en España es de 83 años). En los dispensarios y centros españoles se formaron miles de profesionales sanitarios. Se crearon miles de kilómetros en carreteras, se construyeron presas y centrales de energía solar, y también aeropuertos. La economía siempre ha dependido de la ayuda exterior y el tejido productivo era prácticamente inexistente. En 2001 el PIB del país era de 4.000 millones de euros, 300 veces menor que el de España con una población similar. Se consiguió multiplicar por cuatro con la lluvia de millones internacional, pero la corrupción y la mala gestión impidieron que el país fuera autosuficiente. Ahora, aislado internacionalmente para evitar que el régimen extremista se aproveche, solo llega la ayuda humanitaria de Naciones Unidas o de países como China. La situación económica y social es terrible. Los funcionarios públicos hace meses que no cobran y la moneda se está hundiendo. 

Si usáramos una escala del uno al 10, siendo el uno la situación en la que se encontraba el país en su punto más bajo, la guerra y el dominio talibán de 2001, y el 10 su máximo apogeo, en 2021, antes de la salida occidental, ¿en qué situación se encuentra ahora Afganistán? “Estaríamos probablemente en torno al dos o al tres sobre 10 en grandes ciudades como Kabul, y probablemente en el uno en las zonas de interior, donde hay más beligerancia hacia las mujeres y se las mantiene encerradas en casa. Esencialmente hemos vuelto a la casilla de salida”, opina Arteaga, que recuerda cómo hubo un tiempo en que niños y niñas iban juntos al colegio con sus babis de colores.

Más allá de la pobreza y la situación de las mujeres, la vuelta al régimen de gobierno medieval en Afganistán supone otro riesgo: la seguridad. De momento, “está mejor, más calmado que en épocas anteriores: los que antes ponían bombas ahora han dejado de hacerlo, con la salvedad de asesinatos selectivos contra contra gobernadores, magistrados o colaboradores del gobierno anterior han estado en el punto de mira”, dice Arteaga. Eso no impide atentados de Estado Islámico contra la embajada rusa o ataques contra la minoría chií. 

La duda ahora es si volverá a ser el caldo de cultivo para que radicales islámicos lancen ataques contra Occidente, como ocurrió en 2001. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos llevaron al Consejo Atlántico a invocar el Artículo 5 del Tratado de la OTAN. Se lanzó la operación Libertad Duradera, y España se unió inmediatamente con un primer contingente de 350. Por entonces, Afganistán era un Estado fallido sin estructura de Gobierno. Un grupo extremista islámico entonces poco conocido en occidente, los talibanes, ejercían el poder de facto, e imponían desde 1996 un código ético llamado Pashtunwali, que regulaba qué se podía hacer y qué no, quién iba a la cárcel y a quién se ejecutaba. Una mezcla de valores como el honor, la familia y la nación como tribu, mezclados con doctrina sobre la venganza o la hospitalidad. Las mujeres casi no existían. Por supuesto, no podían estudiar. Como ahora.