AERONAVES NO TRIPULADAS

Carrera armamentística global de drones de guerra: de Ucrania al Sáhara, de Etiopía a Libia

EEUU ha matado con aeronaves no tripulados hasta a 17.000 personas en una década

Marruecos acaba de comprar drones asesinos israelíes para defender el muro del Sáhara

Los drones son ya tan importantes como la artillería o los tanques

Drone predator

Drone predator / U.S. Air Force Photo / Lt. Col. Leslie Pratt

Hay un dato que expone como ningún otro la ubicuidad de los drones como armas para matar. Los soldados estadounidenses que más misiles han lanzado y más gente han matado en la última década no son los pilotos de los potentes cazas F-35 o los navegantes de los superdestructores. Son los operadores de drones del Ejército, normalmente gente joven con altas habilidades tecnológicas que dirigen las potentes armas de guerra a través de las pantallas de sus ordenadores, metidos en un búnker desde el que controlan las aeronaves no tripuladas más avanzadas del mundo, controladas vía satélite.

Lanzan sus misiles a miles o decenas de miles de kilómetros de distancia en función de lo que vean en su visor digital. Sólo la CIA ha lanzado entre 2010 y 2020 un total de 14.000 ataques con drones cargados de misiles Hellfire, y ha acabado con la vida de entre 9.000 y 17.000 personas, según una investigación del Bureau of Investigative Journalism. Los principales “asesinatos selectivos” (en ocasiones con decenas de bajas civiles) se han producido en Pakistán, Afganistán, Yemen y Somalia.

Esta tendencia, inaugurada tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos, ha seguido imparable y se ha convertido en una auténtica guerra armamentística de vehículos aéreos no tripulados (UAV en sus siglas en inglés). Drones para matar o vigilar (y después atacar) que incluye modelos de alta tecnología desarrollados en China, Israel, Irán, Turquía o Estados Unidos, entre otros, y que luego se venden a combatientes por todo el mundo para reventar desde el aire a sus enemigos. 

“El término ‘asesinato selectivo’ no formaba parte siquiera del argot de la seguridad nacional antes de los ataques del 11S, pero desde entonces se ha generalizado en relación a los ataques con drones”, explica a este diario William C. Banks, profesor especializado en drones de guerra de la Universidad de Siracusa (Nueva York). “Desde entonces se han convertido en un arma esencial para atacar a objetivos [presuntamente] terroristas en Afganistán y otros lugares, incluidos países donde no hay una guerra abierta. Y seguirá siendo así en los años venideros”.

Este origen en la guerra contra el terror lanzada por George W. Bush y llevada a su máxima expresión por Barack Obama (el que más ataques con dron ha lanzado) es sólo el origen. 

“El uso de los drones en la guerra está ya totalmente generalizado porque es una tecnología barata que no requiere grandes inversiones ni reestructuraciones organizativas de los ejércitos”, explica a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA Paul Lushenko, experto en cuestiones militares de la Universidad de Cornell (Nueva York). “Los drones atraen a los políticos porque prometen actuaciones quirúrgicas para eliminar a objetivos determinados mientras protegen la vida de sus soldados y evitan bajas civiles como nunca hasta ahora”.

El caso más reciente es el de la guerra de Ucrania, sangriento campo de pruebas de algunos de los más avanzados de estos aparatos. En los primeros meses del conflicto destacó el uso de los drones turcos Bayraktar TB2. “Sobre vuestra 'poderosa' artillería rusa, solo tengo una cosa que comentar: Bayraktar, Bayraktar”, se escuchaba en una canción ucraniana que loaba la capacidad de estas aeronaves no tripuladas para destruir tanques rusos. Estos drones son controlados por tres operarios desde una estación en tierra, normalmente incorporada en un camión militar. Pueden transportar cohetes guiados por láser, misiles antitanque o sistemas de inteligencia. Son ligeros, de 150 kg, y relativamente pequeños: 6,5 metros de longitud y 12 metros de anchura. Pueden volar a hasta 8.200 metros de altitud, y tienen una autonomía de 27 horas, según la información del fabricante, la empresa turca Bayraktar Tech.

La venganza rusa ha llegado en los últimos meses en forma de ataques con drones suicidas iraníes Shahed 136. Unas moles cargadas de explosivos que se han utilizado para atacar ciudades como Kiev y destruir infraestructuras eléctricas o de suministro de agua. El Shahed-136 (“testigo” en persa) tiene un rango de acción de 2.500 kilómetros, según el Ministerio de Defensa de Reino Unido. Han sido usados anteriormente en el ataque contra el petrolero MT "Mercer Street" frente a la costa de Omán en 2021 y por Yemen en la guerra contra Arabia Saudí.

Drones chinos en Libia

Hasta la guerra de Ucrania, el de Libia ha sido el conflicto en el que más profusamente se han producido combates de drones, unas 1.000 batallas, según Naciones Unidas. El vecino país el sur del Mediterráneo está asolada por una guerra civil desde que en 2011 se derrocó, con ayuda occidental, al dictador Muamar el Gadafi. De un lado está el Gobierno del GNA, que controla la capital, Trípoli, y está apoyado por países como Turquía o Catar; del otro, el Ejército Nacional Libio (LNA), que controla Benghazi y cuenta con los apoyos de Francia, Rusia y Arabia Saudí. Hace tres años, las fuerzas del LNA lanzaron una ofensiva total para tomar Trípoli. Las fuerzas convencionales de artillería o vehículos blindados estaban en tablas. Ambos ejércitos empezaron a recurrir al uso de drones: el GNA desplegó Bayraktar TB-2 turcos mientras que el LNA usó drones Wing Loong chinos comprados y entregados por otro de sus apoyos internacionales, Emiratos Árabes Unidos. 

La batalla la ganaron los Wing Loong chinos, que tienen un radio de combate de 1.500 kilómetros y portan misiles de precisión guiados por láser y bombas. Consiguieron romper el cerco de Trípoli, según cuenta el periodista especializado Syed Ali Abbas. La contraofensiva del GNA con los drones turcos permitió frenar los avances en la capital y retomar algunos barrios. 

Drones en el Sáhara Occidental

Marruecos ha construido uno de los muros de separación más largos del mundo en pleno desierto. Casi 3.000 kilómetros de barrera defensiva que marca también el trozo del Sáhara Occidental que pretende quedarse, a pesar de las reclamaciones del Frente Polisario y del pueblo saharaui en el exilio en los campos de refugiados de Argelia. Es una zona con búnkeres, vallas y campos de minas. Para proteger ese vasto territorio de las incursiones del Frente Polisario, con quien está técnicamente en guerra, Rabat utiliza drones. Aprovechando su nueva buena sintonía con Tel Aviv, después de los Acuerdos de Abraham propiciados por Donald Trump, ha adquirido de la empresa estatal de armamento Israel Aerospace Industries, un lote de drones de ataque kamikazes por valor de 22 millones de euros.

Fue el año pasado, y supuso el primer acuerdo militar de este tipo entre los dos países, según desveló el diario Haaretz. Probablemente se trate de los drones asesinos Harop, un aparato de 2,5 metros de largo y tres de ancho, con una autonomía de vuelo de 1.000 kilómetros y siete horas y capacidad para 20 kilos de explosivos. Es el mismo que usó Azerbaiyán, con gran éxito, en su conflicto de 2020 en el Nagorno-Karabakh contra Armenia. Aquel conflicto fue la puesta de largo de los drones como arma de guerra en el campo de batalla. Azerbaiyán destruyó 1.000 millones de euros en material bélico de su enemigo armenio, entre ellos una veintena de sistemas de defensa aérea, además de tanques y sistemas de artillería Howitzers.

Drones tácticos o de ataque en el exterior

De la guerra contra el terror al uso de los drones en estos conflictos mencionados hay una diferencia esencial, que explica a este diario Paul Lushenko.

De un lado está el uso “táctico”, dentro de las fronteras, en una zona de conflicto. Ahí son similares al uso que se le da a la artillería, los helicópteros de combate o las ametralladoras, apunta el analista. “Los lanzan los comandantes sobre el terreno que están en el campo de batalla enfrentándose directamente con el enemigo y pretenden proteger a sus tropas”, explica. Son los llamados “drones de aeropuerto cercano”, en oposición a los que usa Estados Unidos para lanzar ataques quirúrgicos y asesinar a presuntos terroristas desde algunas de sus cerca de 60 bases secretas tanto en Estados Unidos como en África y Oriente Próximo. 

“Los patrones de evolución de la guerra de drones globalmente muestran que el uso táctico (en el campo de batalla de una guerra abierta) está imponiéndose al de los ataques desde Estados Unidos”, aprecia.

Y eso es así, cada vez más, en cada conflicto de cada continente.

Por ejemplo, en África. Desde hace dos años hay un cruento conflicto entre el Gobierno de Etiopía y rebeldes de la región de Tigray (el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray o TPLF, en sus siglas en inglés). El Gobierno ha atacado frecuentemente las posiciones del TPLF con drones de todo tipo: desde los Shahed iraníes a los Wing Loong chinos o los Bayraktar turcos. Como en el caso de Libia, en Etiopía los rebeldes del TPLF estaban avanzando para capturar la capital, Adís Abeba. Entonces, un ataque organizado con drones les hizo retirarse. El pasado 4 de noviembre, las partes han llegado a un acuerdo de paz para poner fin al conflicto, que implica el desarme de las partes, drones incluidos.