LIMÓN & VINAGRE

Ron DeSantis, el trumpista tolerable

Quizás coma demasiadas hamburguesas y pizzas y está engordando, pero eso ni siquiera es un pecado dietético, sino una seña de identidad nacional

Ron DeSantis en Limón & Vinagre

Ron DeSantis en Limón & Vinagre / EPE

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

En 2018 Ron DeSantis, apenas en la cuarentena, se convirtió en gobernador de Florida gracias al apoyo explícito, casi paternalmente estruendoso, del entonces presidente Donald Trump, aunque también jugaron un papel relevante en su apurada victoria de hace cuatro años varias iglesias evangélicas y activistas del antiguo Tea Party. Las primarias republicanas fueron un mero trámite, pero en uno de sus debates alguien le preguntó: “¿Existe algún asunto en el que no esté de acuerdo con Trump?” El candidato pareció dudar dos o tres segundos, pero solo se aclaraba la voz: “No”. Y estalló un aplauso ensordecedor de los militantes republicanos.

Cuatro años después, Trump hubiera preferido perder Florida antes que encontrarse a su antiguo pupilo entronizado como el político republicano más descollante y una alternativa a su liderazgo despótico, grosero y avasallador. Lo peor es que no puede decir que DeSantis no sea un trumpista de corazón. Lo es: puro nacionalpopulismo ultraderechista. Los que respiran pensando que Trump puede estar entrando en su ocaso para ser sustituido por alguien razonable tal vez no conozcan a Trump, pero seguro que no conocen a DeSantis.

Los republicanos han fracasado en su objetivo de arrasar en el Congreso (Cámara de Representantes y Senado), pero si en algún lugar pueden estar satisfechos es en Florida. Mario Rubio ha sido reelegido senador por una mayoría abrumadora, María Elvira Salazar han quitado el escaño a Anette Tadeo en la Cámara de Representantes y DeSantis le ha sacado casi veinte puntos a su contrincante demócrata. Visto desde el exterior, la popularidad del gobernador en su estado es algo entre sorprendente y grimoso. Sonríe con casa de asco. Se mueve robóticamente. En cuanto tiene ocasión saca de paseo a su esposa – una expresentadora de televisión que es su principal asesora en marketing, es decir, en todo – y sus tres hijos – criaturas de expresión habitualmente despavorida cargadas de corbatitas y lazos-. No es un gran orador y le da lo mismo, aunque, por supuesto, evita las ordinarieces y cutradas de Trump.

Nieto de emigrantes italianos y de padres enriquecidos en negocios inmobiliarios, DeSantis pudo estudiar Derecho –aunque también tiene una licenciatura en Historia– en Yale y Harvard y se metió en las Fuerzas Armadas y fue teniente de la Abogacía General de la Marina de Estados Unidos. Estuvo en Irak pero no entró en combate, lo que no fue obstáculo para ser enmedallado en un par de ocasiones. Después regresó a la vida civil ya decidido a meterse en política. Fue fiscal en Florida, y después consiguió entrar en la Cámara de Representantes en 2012, resultando reelegido en 2016. Era y es una carrera perfecta para un republicano ambicioso. Estudios en la Ivy League, meritoria hoja de servicios en el ejército, matrimonio ejemplar, ni una sola tacha en su expediente moral. Quizás coma demasiadas hamburguesas y pizzas y está engordando, pero eso ni siquiera es un pecado dietético, sino una seña de identidad nacional. Un perfil sin fisuras y -- después de ser reelegido -- muy presidenciable.

El gobernador de Florida, Ron DeSantis, habla durante un mitin electoral.

El gobernador de Florida, Ron DeSantis, habla durante un mitin electoral. / REUTERS/Marco Bello

Si se quiere conocer el argumentario de DeSantis no es mala idea leer el único libro que –supuestamente -- ha escrito, Sueños de los Padres Fundadores. Es una réplica al de Barack ObamaLos sueños de mi padre. No se busquen en sus páginas análisis político o exégesis historiográfica. El volumen recoge simplemente eslóganes basados en postulados emocionales de auspicioso patriotismo y una concepción tebeística de la historia. Republicanismo trumpista: Estados Unidos es la tierra de la libertad y de las oportunidades.

Conviene prestar atención: DeSantis, como todo el ultraderechismo trumpista, jamás defiende el sistema democrático en su vademécum ideológico. Para el gobernador y sus compañeros, los valores políticos fundacionales y fundamentales de los Estados Unidos no están ligados al desarrollo y consolidación de la democracia liberal y representativa. ¿Cuándo habló George Washington de democracia?

Durante estos cuatro años se ha dedicado a combatir lo que a su juicio son repulsivos y antiamericanos subproductos de la obsesión democrática. Es el principal y más exitoso comando reaccionario de la guerra cultural en Estados Unidos. Anhela cincelar Florida como el reverso republicano, limpio, ordenado y bendecido por Dios de California. Y lucha. Contra el aborto, por supuesto. Contra el movimiento y los derechos LGTBI, hasta el punto de aprobar una normativa por el que en las escuelas no puede hacerse alusión a la mera existencia de ciudadanos no heterosexuales. Contra la vacunación y las restricciones con motivo del covid. Contra los subsidios de desempleo y las políticas sociales que casi ha desmantelado en su estado. Y furiosamente –como se vió con motivo del último huracán padecido por Florida –contra los inmigrantes “ilegales”.

Por eso le votan decenas y decenas de miles de cubanos y otros latinos que llevan dos, tres, cuatro generaciones ya en Florida. Que no entre nadie más. En el verano pasado, el gobernador metió a 50 emigrantes venezolanos en un avión –todos, por cierto, había abierto el proceso para regularizar su situación legal en Estados Unidos– y prometiéndoles un trabajo los llevó a la isla Martha Vineyard, donde entre otros millonarios demócratas viven los Obama, y los soltó ahí sin un dólar en el bolsillo. A sus votantes les encantó. Presumió de esa sucia canallada como de una heroicidad.