COP27

La guerra de Putin y el choque de China y Estados Unidos torpedean la cumbre climática

Ninguno de los líderes de China, India y Rusia acude a la conferencia anual contra el cambio climático

La guerra en Ucrania ha provocado una crisis energética y giros en las políticas de energías verdes

China castigó a Estados Unidos por la visita de Nancy Pelosi a Taiwán cancelando las conversaciones bilaterales de cambio climático

Líderes atendiendo una conferencia del COP27 en Egipto

Líderes atendiendo una conferencia del COP27 en Egipto / REUTERS/Mohammed Salem

Mario Saavedra

Mario Saavedra

Sin China, India y Rusia no hay opción de frenar el calentamiento global. Y ninguno de los líderes de esos tres países se ha molestado en ir a la conferencia de Naciones Unidas para la lucha contra el cambio climático. ¿Por qué? 

Vladímir Putin es, en estos momentos, un paria internacional. Lo extraño habría sido verlo por el el resort de playa del Mar Rojo de Sharm el-Sheikh (Egipto) departiendo con los otros líderes, un centenar, que sí estarán en la cita. La invasión que ha lanzado el presidente ruso sobre Ucrania no solo ha costado decenas de miles de vidas y centenares de miles de millones de euros en destrucción. También ha supuesto el mayor torpedo a la línea de flotación de la descarbonización de la energía en los últimos años. Alemania, por ejemplo, se encamina al uso intensivo de nuevo de las plantas de carbón, que es el combustible fósil más contaminante y el objetivo más importante de reemplazo por energías verdes. 

“Aunque la lucha contra el cambio climático es lo importante, lo urgente ahora es la crisis energética: lo primero para la gente es calentarse, y ahora se están pagando facturas demenciales”, apunta para EL PERIÓDICO DE ESPAÑA Frédéric Mertens, profesor de relaciones internacionales en la Universidad Europea de Valencia. “La Agencia Internacional de la Energía lo ha dicho claro: habrá escasez de gas en el invierno de 2022-2023”.  

La del cambio climático es una carrera contrarreloj: cada año de emisiones supone un incremento en la temperatura media del mundo y más fenómenos climáticos extremos. Una guerra larga en Ucrania puede abocar al soslayo temporal de las políticas medioambientales más comprometidas. En el escenario más optimista, con una contienda más corta, es de prever que los países de la UE o Estados Unidos aprieten el acelerador de sus políticas de transición energética. Pero hay otro problema, quizá más profundo y de largo plazo: la aceleración en la competencia geoestratégica de China y Estados Unidos.

En la cumbre de la OTAN de Madrid del pasado mes de junio, los países aliados (Estados Unidos, Canadá, Turquía y los países europeos) pusieron negro sobre blanco que China es, para todos ellos, un rival sistémico. Afearon al régimen de Xi Jinping que se comporte como algo parecido a un matón en las aguas del Indopacífico. Mostraron unidad frente a un gigante que es cada vez más asertivo en lo político, en lo económico y en lo militar. Antes no era así. La Unión Europea mantenía una ambigüedad estratégica y cierta independencia al respecto de Washington. El texto, llamado Concepto de Madrid, irritó como era de esperar a Pekín. Y era solo la antesala de otra gran afrenta a ojos del gobierno chino.

En agosto, la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi visitó Taiwán, una isla democrática independiente que Pekín reclama como propia. China suspendió en ese momento como venganza las negociaciones bilaterales sobre el cambio climático con Estados Unidos. La competición frontal entre ambas potencias, el giro al Indopacífico iniciado por Barak Obama, puede tener como daño colateral la lucha conjunta contra el cambio climático. Sin la cooperación de los dos mayores emisores de gases de efecto invernadero es difícil contemplar un escenario productivo. El presidente Xi Jinping no va a ir Sharm el-Sheikh. La reunión número 27 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27) se celebra sin la presencia del líder del gigante de 1.400 millones de habitantes. 

Mientras, en China, sí parecen estar sucediendo cambios unilaterales y graduales en temas medioambientales, al menos formalmente.

“Durante los años de la administración Trump, en la que Estados Unidos abandonó el Acuerdo de París y paralizó todas las acciones contra la lucha climática, China se estableció como líder en la acción climática mediante la inversión en energías renovables y en vehículos eléctricos”, explica a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA Inés Arco, investigadora de Cidob. Adquirieron el compromiso de alcanzar sus emisiones máximas en 2030 y de convertirse en un país neutro en cuanto a emisiones de carbono en 2060. “La lucha contra el cambio climático y la contaminación es un elemento muy importante para la legitimación del Partido frente a los ciudadanos chinos y se ha convertido en un factor central de su diplomacia y de los discursos oficiales. Se ha visto en el 20º Congreso Nacional del Partido Comunista Chino celebrado el mes pasado”, apunta la experta en Asia. 

La posición de China en esta COP será más bien conservadora, prevé la investigadora, y posiblemente se limitará a reforzar su discurso de apoyo a la agenda internacional climática, destacando las medidas políticas domésticas de China en su apoyo al desarrollo verde y de bajas emisiones, los subsidios para la industria eléctrica del automóvil y la reducción de la contaminación ambiental y la dependencia en el carbón a través de un aumento de la inversión en renovables para asegurar que el 25% de su producción energética provenga de estas fuentes de energía en 2030.

A la guerra de Putin, la crisis energética y la competición geoestratégica de China y Estados Unidos hay que sumar otro ingrediente del cóctel de dificultades al que se enfrenta la lucha contra la crisis climática: el escenario global de alza de precios o, en algunos casos, de estanflación (inflación y estancamiento económico o incluso recesión). “Esto va a ir a peor, porque estamos centrados en el corto plazo”, asegura Frédéric Mertens

Y luego está India. Su presidente, Narendra Modi, tampoco acude a la cita. El país está en una especie de tercera vía geopolítica en el escenario internacional actual. No vota las resoluciones de condena de la ONU a la invasión rusa de Ucrania, y asiste a foros alternativos como la Organización de Cooperación de Shanghái, donde Rusia, China, Irán y la propia India, entre otros países, trataron de plantar cara a los países aliados de la OTAN. Modi e India están recelosos: quieren que se pongan definitivamente en marcha los planes de ayudas a los efectos económicos del cambio climático. En París en 2015 se comprometieron 100.000 millones de euros anuales para financiar proyectos de adaptación climática y de mitigación de los efectos de los fenómenos atmosféricos extremos. El ejemplo típico son las inundaciones, cada vez más dramáticas, en India. Se llevan la vida de centenares de personas y de miles de millones de euros en pérdidas. India pide que se haga ya. Pekín, mientras, ha comenzado a trabajar con pequeños estados insulares como Tonga, Samoa, Fiji y Kiribati en proyectos de acción climática, apunta Arco. China lanza su un discurso de colaboración sur-sur que atraerá a parte del Sur global.