Guerra de Ucrania

Bucha trata de dejar atrás sus fantasmas

La ciudad intenta borrar las huellas de la ocupación rusa y busca sobreponerse a su trauma colectivo

Una mujer se asoma a la ventana de su casa en una calle residencial de Bucha.

Una mujer se asoma a la ventana de su casa en una calle residencial de Bucha. / Ricardo Mir de Francia

Ricardo Mir de Francia

Ricardo Mir de Francia

Donde antes había una riada de tanques rusos calcinados en la calle, ha abierto una tienda de colchones. Sobre una de las tumbas a la entrada de un bloque de apartamentos crece un pequeño huerto. La tapia con restos de sangre donde se fusiló a varios vecinos tiene pintura nueva. Y en el parque infantil convertido en chatarra vuelven a corretear los niños. Seis meses después de que el mundo descubriera horrorizado la matanza de civiles perpetrada por las fuerzas rusas en Bucha, la ciudad ucraniana trata de borrar las huellas de la destrucción legada por los soldados ocupantes y sobreponerse a su inmenso trauma colectivo. La primera parte del exorcismo avanza relativamente rápido; la otra es difícilmente cuantificable. Ya casi no se habla de lo ocurrido: cada uno convive con sus fantasmas

Oleksandr Beszmerny pasó buena parte de la ocupación rusa de Bucha cuidando de su madreen la vecina Irpin, una ciudad con bastante más destrucción material que la primera al convertirse en uno de los frentes de la batalla de Kiev. "Lo más duro al volver a casa fue ir enterándote de toda la gente que había muerto. Y no solo de aquellos asesinados por los rusos, sino de los que fallecieron días después de que se marcharan tras haber vivido escondidos sin calefacción, agua o apenas comida durante un mes", dice a sus 64 años frente a la puerta de su apartamento, donde dos de sus vecinas murieron poco después del fin de la ocupación. "Es imposible dejar atrás todo el horror vivido, pero lo estamos intentando", añade Beszmerny con una media sonrisa.

Bucha fue la primera gran masacre de civiles de esta guerra, con permiso de Mariúpol, una ciudad de casi medio millón de habitantes arrasada por el ejército de Vladímir Putin. Un aquelarre de atrocidades a las puertas de la capital que se prolongó desde el 27 de febrero hasta el 30 de marzo: ejecuciones sumarias, asesinatos, tortura, violaciones, fosas comunes…Un total de 458 personas murieron durante la ocupación rusa, algunas tan irreconocibles que han sido enterradas en tumbas sin nombre en el cementerio local. "Al principio todo el mundo quería contar lo que les pasó”, dice Liliya Usakova mientras barre las hojas del otoño en el callejón de su casa. "Pero ahora casi no se habla del tema. La gente está muy cansada y hace lo posible por borrarlo de su memoria. No quieren recordar”.

La tragedia ha cambiado a esta pequeña ciudad dormitorio al oeste de Kiev, como no podía ser de otra forma. "El dolor compartido ha hecho que los vecinos estén más unidos y predispuestos a ayudarse entre ellos. La gente se ha vuelto más empática y cercana", añade Usakova, una mujer de 72 años que lleva desde 1953 viviendo en Bucha. Su familia acabó allí por fuerza mayor. “Vengo de una familia rusa de represaliados políticos. Mis padres fueron encarcelados por Stalin e internados en los campos por visitar Ucrania durante la ocupación nazi. Al morir Stalin les dejaron marcharse, siempre y cuando se establecieran en una aldea en el campo. Bucha acabó siendo esa aldea”, dice ahora con resentimiento. “Mi familia sabe bien quienes son estos ‘libertadores’ y cómo se comportan”, añade en alusión a Rusia.

Cuadrillas de obreros trabajan aquí y allá en los tejados y fachadas del barrio, el mismo donde aparecieron muchos de aquellos cadáveres tirados en arcenes y cunetas. Se ha dado prioridad a la rehabilitación de las viviendas que no necesitan desguace, así como a los colegios, utilizados por los ocupantes como centros de mando y cuartel para la tropa. Las casas más destruidas han sido tapiadas para borrarlas de la vista y los tramos de calle baqueteados por las bombas, repavimentados. "Estamos haciendo todo lo que podemos", dice el jefe de las brigadas de reconstrucción del ayuntamiento. "Para lo único que no hay dinero de momento es para rehacer la instalación eléctrica y la calefacción de las casas dañadas". 

El lento regreso al hogar

Junto a una de las escuelas ocupadas por los rusos, donde dejaron armas y pertrechos, se ha levantado un barracón de viviendas prefabricadas donadas por el Gobierno polaco. Albergan a aquellos que se quedaron en la absoluta indigencia. "Cerca del 70% de la gente que se marchó durante la ocupación o justo antes ha regresado", asegura Iryna Pasichna, directora de los Servicios Sociales en el Ayuntamiento de Bucha. "A las familias con niños les está costando más volver porque todavía tienen miedo". A pesar de todo, este sigue siendo un lugar marcado por las ausencias. Las de aquellos que fueron brutalmente asesinados y las de aquellos que quisieron poner tierra.

El tema de conversación ahora es la cercanía del invierno. "La gente vuelve a estar muy estresada porque no sabe qué esperar", dice Usakova. "Muchos no tienen todavía las puertas o la calefacción reparada, se habla de otra invasión desde Bielorrusia y encima han vuelto los ataques sobre la capital". A diferencia de cómo actuó a principios de la guerra, esta pensionista que se ganó la vida coordinando ambulancias ha preparado esta vez una mochila con todo lo indispensable para huir si vuelven todo vuelve a torcerse. 

La que no irá a ningún lado es Natalia Zhabenko, una mujer de 65 años que vive ahora en las casas prefabricadas para los desplazados. Tiene problemas de salud y camina a duras penas con muletas. Su casa se quemó durante la ocupación rusa, después de que se mudara con su hermana a la vecina Hostomel a comienzos de la guerra. Allí se vivió una de las grandes batallas de aquellos primeros compases, la batalla del aeropuerto de Antonov. “Nosotras vivíamos al lado del aeropuerto. Aviones y helicópteros pasaban todo el tiempo junto del edificio. Durante días hubo combates y explosiones tremendas”, dice tras unos ojos pequeños y asustadizos. 

Ahora se sobresalta con cada ruido, como les pasa a muchos ucranianos, y sabe que nunca más podrá volver a su casa. "Tenía flores y un banco en el jardín. No pido que me devuelvan la casa, pero sí quiero flores y un jardín. Es lo único que me ilusiona para seguir viviendo", dice Zhabenko.