Opinión | LA CAMPAÑA MILITAR

Putin vuelve a equivocarse

La realidad es que Kiev tiene ahora la iniciativa y Moscú apenas puede esconder su inquietud actual con un forzado discurso entre victimista y amenazador, que no logra ocultar su debilidad

El presidente ruso, Vladimir Putin, el 21 de septiembre de 2022.

El presidente ruso, Vladimir Putin, el 21 de septiembre de 2022. / SPUTNIK / GAVRIIL GRIGOROV / POOL / REUTERS

Frente a un Volodímir Zelenski que se afana por mantener contacto muy frecuente con sus conciudadanos, Vladimir Putin ha tardado siete meses en volver a enviar un mensaje a la nación. Demuestra con eso no solo su escasa sensibilidad con las preocupaciones de su propia ciudadanía -a la que cree tener dominada a través de su aparato de represión y propaganda-, sino también su desconocimiento sobre la importancia del liderazgo en tiempos de redes sociales. Y ahora, cuando se ha decidido a hablar a su pueblo, vuelve a equivocarse.

Se equivoca cuando supone que es creíble su discurso militarista, dado que es evidente que si fuera cierto (y no lo es) lo que dice su ministro de Defensa, sosteniendo que solo han sufrido apenas 6.000 bajas y han provocado unas 100.000 en las filas ucranianas, no sería necesario decretar una movilización para redoblar el esfuerzo. La realidad es que Kiev tiene ahora la iniciativa y Moscú apenas puede esconder su inquietud actual con un forzado discurso entre victimista -el mundo quiere la ruina de Rusia- y amenazador, que no logra ocultar su debilidad.

Se equivoca igualmente cuando cree que su llamamiento a la industria de defensa para que intensifique su esfuerzo, con la idea de satisfacer plenamente las necesidades de la guerra, va a ser respondido satisfactoriamente. Además de la corrupción que la caracteriza, esa industria ya está sufriendo muy directamente los efectos de las sanciones internacionales y no cuenta con suficientes materias primas y componentes básicos (semiconductores entre otros) para poder fabricar sistemas de armas en cantidad y calidad adecuados para neutralizar a las que los ucranianos están empleando en los combates.

Y lo mismo cabe decir en relación con una movilización general altamente impopular -se agotan los billetes de avión con destino a países que no exijan visado-, militarmente condenada al desastre. Si Putin decide desplegar de inmediato a los que ahora movilice estará enviándolos al matadero, porque no estarán adiestrados para poder combatir en condiciones de igualdad con las fuerzas ucranianas. Y si emplea el tiempo necesario para instruirlos adecuadamente -no menos de seis meses en ningún caso-, queda por ver cómo podrá resistir mientras tanto el actual empuje de Kiev en todos los frentes. Sea como sea, parece claro que no cabe esperar que esos soldados adicionales vayan a lograr lo que no han conseguido las mejores unidades empleadas hasta ahora.

Finalmente, se equivoca también si cree que celebrar un simulacro de consultas en las zonas ocupadas le va a rendir algún resultado positivo. No solo se trata de que ni siquiera domina por completo Lugansk, Donetsk, Jersón y Zaporiyia ni se ha realizado un proceso de organización mínimamente creíble, sino que el previsible resultado a favor de la integración en la Federación de Rusia no va a cambiar un ápice la situación en el terreno. De hecho, ni siquiera necesitaba dar un paso que generará la unánime condena internacional porque, para seguir amenazando con el uso del arma nuclear- no es un farol- para defender a toda costa el territorio ruso, ya le bastaba con apelar a los ataques ucranianos que han abatido objetivos en diferentes partes de Crimea (territorio ruso, según Moscú, desde 2014).

En definitiva, Putin comienza a mostrar su desesperación ante los reveses sufridos desde que activó un plan en el que se veía como salvador de los ucranianos (rusos con acento, según su versión de la historia). La paz, mientras tanto, ni está ni se la espera.