Crónica de guerra

Casas calcinadas y francotiradores a la vista: el relato de los supervivientes de la ofensiva rusa al sur de Járkov

Los habitantes que quedan, en su mayoría ancianos campesinos, relatan el horror vivido mientras se empieza a pensar en la reconstrucción

Una imagen de las casas destruidas por las tropas rusas en las poblaciones del sur de Járkov.

Una imagen de las casas destruidas por las tropas rusas en las poblaciones del sur de Járkov. / IRENE SAVIO

Irene Savio

A las once de la mañana las aldeas de Malaya Rohan y Rohan son pueblos fantasma poblados solo por ancianos que vagan por sus calles, o charlan sentados en sillas de madera delante de casas derruidas. Tipos uniformados también pasean por allí, mientras la artillería sigue y sigue a una distancia oíble, y los pocos automóviles que se atreven a circular -a velocidades inconfesables por estos caminos de tierra- zarandean por las rutas de este pueblo retomado por las fuerzas ucranianas después de semanas de permanecer bajo ocupación rusa. 

La destrucción es visible en todas partes. Hay autocares incendiados, helicópteros abatidos, centros de salud derruidos, colegios acribillados, viviendas que los vecinos han abandonado para vivir bajo tierra. Este es el paisaje que han dejado los combates en estos pueblos que han hecho de escudo a Járkov en los largos días en los que aquí llegaron las fuerzas rusas en el intento de asediar a la segunda ciudad más importante de Ucrania. 

Atacados por tierra y aire

Vadim Polyak, un hombre joven que tiembla al hablar, dice que los atacaron por tierra y por aire. Lo hace delante de una cabaña agrícola que ahora es un revoltijo de cemento y hierros, y que está al lado de la casa que por cuarenta años fue habitada por Valentina, otra vecina que también habla conmovida. Allí, en el salón del interior de la vivienda, en el segundo piso, no queda nada intacto. Se ve un gran agujero negro en una pared, cortesía del impacto de un proyectil, y otros restos de municiones están esparcidos por la habitación en medio de mobiliario también destrozado.

Si no hubiese sido por los vecinos, habría sido peor. Vinieron corriendo y nos ayudaron a apagar el fuego. Los de al lado no tuvieron tanta suerte, su casa se incendió por completo después de ser bombardeada”, cuenta Valentina, al explicar que ella aquel día no murió porque se encontraba en el sótano de la casa. Vadim, que también trabaja en la administración municipal de Rohan, añade entonces que aún no logra asimilar lo que ha pasado. “Aquí no hay objetivos militares. Solo muchas casas en las que hay personas que vivían en paz”, afirma.

"Aquí no hay objetivos militares. Solo muchas casas en las que hay personas que vivían en paz”, dice Vadim Poljak, residente en la zona

“Todavía estamos en shock y tenemos miedo. No sabemos si volverán. Cuando oímos un ruido, enseguida nos escondemos, y parte de mi familia se fue a vivir a otro sitio”, continúa Valentina que, aunque parezca mayor, de años tiene unos sesenta. “Los ataques fueron muy fuertes. Ya en febrero, las dos aldeas se quedaron sin agua, ni gas, ni electricidad”, advierte Vadim, al explicar que recién ahora han empezado a hacer un primer balance de los daños y planear cómo reconstruir lo dañado.

Este destello de vida, sin embargo, aún no es ajeno a la sustancial amenaza que aún se siente y se ve en los campos y carreteras de campo de estos pueblos, cuyas tierras se recomienda no pisar ingenuamente, pues el peligro es que haya minas. “A los vecinos les hemos dicho que en algunas zonas es mejor no pasar con los automóviles, aunque sí pueden ir caminando a pie porque lo que hay son minas antitanque que no son tan sensibles. En cualquier caso, hay que ir con cuidado”, explica un oficial, que en su automóvil ha cargado algunos restos de este armamento que se ha encontrado en la zona.

"Veía a los francotiradores desde mi casa"

Y es que los habitantes que se han quedado -y los pocos que han vuelto- no se resisten a poner la nariz fuera después de semanas de vivir encerrados. Natasha es otra superviviente que pasó semanas escondida en un húmedo sótano mientras las tropas rusas se encontraban en el pueblo de Malaya Rohan. Según cuenta, fueron días de estrecheces y miedo. “Si salíamos a buscar ayuda humanitaria, corríamos el riesgo de que nos mataran. Podía ver a los francotiradores desde la entrada de mi casa. Tres hombres fueron asesinados así. Un hombre caminaba con su hijo de cuatro años y también lo mataron”, explica, al señalar una casa más alejada desde la que, dice, les disparaban. 

"Si salíamos a buscar ayuda humanitaria, corríamos el riesgo de que nos mataran", dice Natasha, otra superviviente

En esos días terribles, Natasha afirma que una mujer y una joven sufrieron violencia sexual. “Por eso, ya estuvo aquí un investigador (de las procuradurías ucranianas que están indagando estas denuncias), y habló con los padres de una chica”, dice.

Otra anciana, que no quiere mostrar su rostro ni dar su nombres mientras talla madera, cuenta que incluso pudo ver cómo las tropas rusas se resguardaban en un gran barracón, y accede a llevarnos hasta allí. Dentro de este sitio, en medio de polvo y piedras, quedan los restos de esos días salvajes: trozos de uniformes, restos de comida enlatada, colchones para dormir, botas militares y lazos bicolores -naranja y negra- de San Jorge, un símbolo militar de la época zarista que aún usa el ejército de Moscú.