TESTIMONIO DIRECTO

"Los rusos mataron a mi marido y a mi hijo el primer día de la guerra"

Lila Ogneva, habitante de una población cercana a Chernóbil, cuenta como una columna de blindados rusos disparó contra el vehículo en el que viajaban su cónyuge y su primogénito

Lila Ogneva y su suegro Anatoli, ante la furgoneta donde murieron su marido y su hijo adolescente.

Lila Ogneva y su suegro Anatoli, ante la furgoneta donde murieron su marido y su hijo adolescente. / MARC MARGINEDAS

Un simple examen médico muy probablemente bastaría para diagnosticar que Lila Sergueyevna Ogneva, habitante de Dytiatki, una pequeña población de cinco centenares de habitantes situada en el límite la Zona de Exclusión en torno a la central de Chernóbil, padece un profundo trauma psicológico.

Tiene la mirada perdida, camina arrastrando los pies, fuma un cigarrillo tras otro y cuando debe teclear algo en su móvil, le tiemblan los dedos y en ocasiones ni siquiera alcanza a pulsar la aplicación adecuada. Habla en susurros, apenas se la puede entender, además de mostrarse desorientada, sin saber qué hacer o a qué instancia reclamar.

Lila se halla en este estado de entumecimiento emocional prácticamente desde el primer día de la guerra. Tan solo horas después de iniciarse el ataque de las tropas del Kremlin, esta mujer de baja estatura y melena corta plateada perdió a su marido Viktor, de 35 años, y a su hijo Dmitri, de 14, cuando la furgoneta en la que regresaban al hogar familiar tuvo un mal encuentro en una carretera próxima.

Sobre las cinco de la tarde del mismo día en que comenzó la invasión, cuando ya estaba oscuro, un blindado BTR perteneciente a una columna rusa recién ingresada en territorio ucraniano se topó con el vehículo en el que viajaban cónyuge y primogénito, abriendo fuego de inmediato.

Instantes después, el vehículo atacante volvió sobre sus pasos, y apartó de la carretera y con violencia a la camioneta de las víctimas, arrastrándola hacia la cuneta y llegando incluso a aplastarla.

"No sé qué debió suceder; era una furgoneta elevada y quizás los faros les iluminaron", explica Lila en un hilo de voz. Según atestiguan las fotos que guarda en la memoria de su teléfono, Lila incluso se ha visto obligada a contemplar los cadáveres de su esposo e hijo en un estado en el que jamás nadie querría ver a un ser querido. Además, los cuerpos permanecieron todo una jornada en la carretera, abandonados a su suerte en medio de la guerra, y solo pudieron ser recuperados al día siguiente gracias a que su suegro Anatoli agarró un tractor y salió a la carretera arriesgando incluso la vida.

"Todo ocurrió a apenas 300 metros del puesto de control" que da entrada a la Zona de Exclusión en torno a la central atómica, cuenta Lila. "Tuve que esconder el coche porque si los rusos lo hubieran encontrado...", explica Anatoli, padre de la víctima.

Lila de momento no sabe qué hacer, ni cómo enfocar su futuro. "Mi marido trabajaba con un tractor en la Zona de Exclusión, y era el que traía el salario a casa". A su cargo se ha quedado una hija, y una casa con un pequeño terreno familiar con huerto incluido y una entusiasta y cariñosa perra, ajena por completo a la tragedia familiar que acaba de producirse en su hogar de acogida. Sin recibir de momento ninguna pensión o ayuda financiera de ninguna entidad o institución estatal rusa, espera a que regrese la normalidad al pueblo para empezar a buscar trabajo. "Hay que recuperar la vida, y luego buscaré algo; cualquier cosa; me he quedado sin entradas de dinero", reconoce.

Furgoneta aplastada

Convencida de que la denuncia que ha presentado ante la Fiscalía en Ucrania no va a ser suficiente, Lila, se muestra incluso dispuesta a acompañar a la comitiva de informadores recién llegada a Dytiatky hasta la casa de sus suegros, donde se guarda, cubierta bajo una lona de tela, los restos de la camioneta atacada, convertida no solo en material de chatarra, sino también en eventual acusatoria para documentar un posible crimen de guerra. 

"Ninguna compensación en dinero me devolverá a mi hijo; yo esto lo arreglo con un fusil automático"

"Ninguna compensación en dinero me devolverá a mi hijo; yo esto lo arreglo con un fusil automático", maldice Anatoli, apoyándose con dificultad en dos muletas. La madre del fallecido no resiste la escena, rompe a llorar y debe retirarse a casa en cuanto se alza la lona del vehículo, que presenta toda la parte delantera, capo y techo incluidos, hundida de forma inmisericorde sobre el asiento del conductor.

Lila permanece inmóvil, con la mirada hacia el suelo y apurando un cigarrillo. Le han dicho que muy probablemente, quienes acabaron con su marido y su hijo también ya estén muertos, pues formaban parte de la primera incursión blindada rusa en la región, que fue aniquilada por completo cuando intentó conquistar la población de Ivankiv, a un puñado de kilómetros en dirección sur. Pero nada de ello parece servirle de consuelo.