Guerra en Ucrania

Paisaje de desolación tras la batalla de Kiev

Las tropas rusas dejaron en su retirada de los alrededores de la capital ucraniana bosques sembrados de trincheras y fosas con cadáveres torturados

Paisaje de desolación tras la batalla de Kiev.

Paisaje de desolación tras la batalla de Kiev. / Marc Marginedas

Debió de ser una batalla de órdago, a juzgar por los pertrechos militares y las unidades blindadas abandonadas. Aquí, junto a un extenso humedal donde las ranas croan sin cesar, no lejos de la pedanía de Moshchun, un puñado de kilómetros al norte de Kiev, aún es posible hallar pantalones militares manchados de sangre, botas con la correspondiente identificación del soldado y hasta el número de inventariado, además de esas inconfundibles camisetas a barras horizontales blanquiazules que distribuye el Ejército ruso entre sus hombres. Los vehículos anfibios rusos BRDM que intentaron sin éxito, a mediados de marzo, abrirse paso hasta la cercana capital permanecen aún en el mismo lugar donde fueron destruidos, reducidos a un amasijo de hierros retorcidos y oxidados. Los combates acabaron hace mas de un mes, pero la guerra sigue muy presente en el paisaje y las conciencias de los lugareños.

Motilkov y Mankin eran los apellidos de los dos soldados del vecino país a quienes pertenecía ese calzado ribeteado de barro reseco. "Es difícil saber lo que sucedió, por qué se desvistieron; es posible que perdieran el contacto con su unidad y se vistieran de civil para pasar desapercibidos", explica Dima Korbut, miembro de la Defensa Territorial, el cuerpo de voluntarios formado por el Gobierno ucraniano para colaborar en la lucha contra los ocupantes. Este civil con entrenamiento militar advierte a la pequeña comitiva de reporteros que la aproximación a los blindados destruidos debe hacerse con cautela y siguiendo unas tablas colocadas sobre el barro reseco, ya que el lugar fue minado por las tropas atacantes en su repliegue.

Valentina Kusan fue una de las escasas habitantes de Moshchun que declinó ser evacuada tras el inicio de las hostilidades, el 24 de febrero. "Tengo perros y gatos; además, he padecido cáncer y me estoy tratando con hormonas", justifica. En los primeros días, la guerra parecía desarrollarse a lo lejos, aunque el panorama cambió en seguida. Para cuando se dio cuenta de que había que huir a toda costa, ya era tarde: la guerra le había atrapado y no podía salir del pueblo porque su casa se encontraba en una zona en disputa, en la que soldados rusos y ucranianos realizaban constantemente incursiones temporales para luego retirarse. Cualquier movimiento entrañaba un gran peligro.

Escondida en el sótano

"Me refugié con mi vecina en su sótano; estábamos a oscuras y hablábamos en susurros para que los rusos, si venían, no nos encontrasen", explica. Hubo un día en que salió del refugio para dar de comer a sus animales, creyó ver a un soldado ucraniano y se disponía hacerle una señal. Pero en ese preciso momento, uno de sus perros comenzó a ladrar, lo que le dio tiempo a darse cuenta de que el uniforme y el material no se correspondían con el de las tropas de Kiev. El 8 de marzo, tuvo un nuevo encuentro con militares, en este caso nacionales a los que distinguió por llevar una banda amarilla. Éstos se sorprendieron al comprobar que aún permanecían gentes en Moshchun y le dieron "diez minutos para salir". "Cogimos un coche y nos fuimos a toda prisa", rememora.

A mediados de abril, tras la retirada rusa, Valentina fue autorizada a regresar a su casa. Se congratuló al ver que la construcción de dos plantas todavía permanecía en pie, aunque con daños considerables: los muros y el techo presentaban regueros de metralla, las ventanas habían sido reventadas y gran parte del mobiliario estaba destruido. Pero lo que más le sorprendió fue llegar a la conclusión de que en su ausencia, su morada se había convertido en un cuartel para mandos militares rusos de gradación. "Dejaron decenas de mapas militares", explica, mientras muestra los documentos y aprovecha la ocasión para enseñar a la cámara las cajas de raciones militares y de munición rusa.

El correctivo que recibieron los atacantes en Moshchun palidece en comparación con el que éstos experimentaron en Mirotske, a unos seis kilómetros al oeste. Aquí, una División Aerotransportada de élite formada por unos 10.000 soldados se instaló en un bosque cercano, talando árboles, cavando cientos de trincheras e instalando una importante infraestructura militar que también tuvo que ser abandonada a toda prisa cuando

Moscú

ordenó la retirada.

Volodímir Tishenko, un lugareño que tuvo algún que otro encontronazo con los ocupantes rusos debido su empeño diario de nadar en el lago cercano, extrae de entre los restos un ejemplar de Krasnaya Zvezda, el periódico del Ejército ruso, frente a un camión carbonizado. Además de vehículos militares, los rusos dejaron también un reguero de muertos. Tres cadáveres de hombres, desfigurados, torturados y con las uñas arrancadas, fueron hallados en una fosa común en este mismo bosque.