GUERRA EN UCRANIA

"Una ciudad bajo la ciudad": así es Azovstal, el penúltimo reducto de la resistencia ucraniana en Mariúpol

Cientos de civiles y militares permanecen escondidos esta reliquia soviética con una red de túneles y refugios en su subsuelo que solo dejó de operar durante la invasión nazi

"Una ciudad bajo la ciudad", el penúltimo reducto de la resistencia ucraniana en Mariúpol.

"Una ciudad bajo la ciudad", el penúltimo reducto de la resistencia ucraniana en Mariúpol.

Ricardo Mir de Francia

Ricardo Mir de Francia

Los ultimátum del Kremlin se repiten desde el fin de semana. También los bombardeos con armas pesadas. Pero la bandera blanca sigue sin ondear sobre las chimeneas de la planta acerera. Cientos de civiles y militares ucranianos siguen atrincherados en los búnkeres y pasadizos subterráneos de Azovstal, bombardeada desde este martes por Rusia.

La central metalúrgica, una de las mayores de Europa, se ha convertido en uno de los últimos reductos de la resistencia ucraniana en Mariúpol, la ciudad del este del país reducida a símbolo de la estrategia de tierra quemada seguida por las tropas de Vladímir Putin en Ucrania.

El Pentágono niega que la urbe portuaria haya quedado completamente bajo control ruso, un hito que podría depender del aguante de esta reliquia soviética levantada en tiempos de Stalin.

Azovstal no es una planta industrial al uso. Situada al este de Mariúpol y asomada a las costas del mar de Azov, ocupa una extensión de 11 kilómetros cuadrados, sembrados de hornos, fundiciones, edificios y vías de tren.

En tiempos de paz producía cerca de cuatro millones de toneladas anuales de acero y casi otras tantas de hierro fundido, y empleaba --conjuntamente con la vecina planta de Ilych Iron & Steel Works-- a cerca de 40.000 personas. Pero su relevancia actual no estriba en la herrumbre que despunta de los restos de la central, severamente bombardeada, sino en la red de túneles y refugios que recorren su subsuelo, concebidos para afrontar un conflicto nuclear.

"Bajo la ciudad hay básicamente otra ciudad", afirmó el fin de semana Yan Gagin, asesor de las fuerzas prorrusas de la autoproclamada República Popular de Donetsk, situada en una de las provincias separatistas del Donbás. En esa misma entrevista Gagin se quejaba de la impenetrabilidad del complejo, que contaría también con su propia red de telecomunicaciones.

"La fábrica de Azovstal es un lugar enorme, con tantos edificios que los rusos simplemente no pueden encontrar a las fuerzas ucranianas", dijo hace unos días el analista militar Oleh Zhdabov. "Ese el motivo por el que los rusos han empezado a especular con un posible ataque químico: fumigarlos como única forma de sacarlos".

Resistencia liderada por el Batallón Azov

Nadie parece saber exactamente cuántos militares ucranianos resisten en Azovstal, donde se habrían atrincherado grupos de marines ucranianos, brigadas de su Guardia Nacional y soldados del Batallón Azov, tan conocidos por su osadía en el campo de batalla como por las inclinaciones neofascistas de muchos de sus miembros.

Borrarlos de la faz de la tierra, la misma suerte que está corriendo Mariúpol, es uno de los objetivos prioritarios del Kremlin, que necesita controlar la ciudad para establecer un corredor terrestre que una sus conquistas en la península de Crimea con el resto del Donbás, que trata de someter infructuosamente desde 2014. No es un premio menor porque es en toda la cornisa oriental del país donde se concentra la industria ucraniana.

Pero en la ratonera de Azovstal hay también como mínimo un millar de civiles escondidos, según las autoridades ucranianas, una cuarta parte de los que había hace un mes. "Mujeres, niños y bebés están viviendo en la planta de Azovstal. Cada día son atacados por la aviación enemiga. Los heridos mueren a diario porque no hay medicina, agua ni comida", escribió el lunes Serhii Volyna, comandante de la 36 Brigada Separada de los Marines ucranianos en una carta al Papa Francisco, publicada por Pravda Ukrainska.

Moscú ha pedido a los militares que se rindan e incluso les habría ofrecido un "corredor" para sacarlos de allí si deponen las armas, según el jefe de la policía de Mariúpol. "Son conscientes del destino que podría esperarles, pero nadie se va a rendir", dijo Myhailo Vershynin.

Los hornos de Azovstal dejaron de producir horas después del inicio de la invasión rusa el pasado 24 de febrero, algo que no había sucedido desde 1941, cuando los nazis tomaron el control de Ucrania. Dos años después reanudó su actividad y hoy es propiedad del oligarca Rinat Ajmetov, el hombre más rico del país.

Hijo de un minero de Donetsk, con un pasado sinuoso, Ajmetov fue diputado por el Partido de las Regiones de Viktor Yanukovich, el último presidente prorruso de Ucrania, depuesto a raíz de la revolución del Maidan en 2014. Pero ese mismo año se negó apoyar la invasión rusa de Crimea y, aunque ha mantenido un pulso sonado con Volodímir Zelenski, se ha posicionado a favor de la unidad ucraniana.

No en vano, sus trabajadores en Azovstal fueron determinantes para impedir que Mariúpol cayera en manos de las fuerzas prorrusas a principios del 2015, a diferencia de otras zonas del Donbás. La suerte del segundo puerto del país vuelve a estar ahora vinculada a este gigante industrial. Solo falta saber si será capaz de frustrar los planes de una fuerza mejor armada y mucho más numerosa de la que permanece lista para la emboscada en los túneles laberínticos de Azovstal.