Intrahistoria de un gesto por Ucrania

Limpia casas, tiene una hija refugiada y un hermano soldado, y bordó la blusa ucraniana de Letizia

Había paz en Ucrania cuando Olga bordó a mano la blusa que Letizia Ortiz lució el pasado 3 de marzo en apoyo del país agredido. La modesta tejedora de esa 'vishivanka' no pudo imaginar que la camisa que bordaba la iba a vestir una reina de España

Olga Solovey, la ucraniana que le hizo la camisa típica a la reina Letizia.

Olga Solovey, la ucraniana que le hizo la camisa típica a la reina Letizia.

Últimamente Olga Solovey procura no ver telediarios; demasiado para sus nervios. Pero no pierde hilo de la guerra porque le invaden el móvil los titulares de redes sociales y mensajes de la familia desde Ucrania.

Ahora, cada puntada de hilo que da a solas en su piso del extrarradio madrileño es un parapeto contra la angustia, pero hubo días en que era solo un pasatiempo.

Eran los días de paz en que Olga dejó el supermercado en que trabajaba para ingresar en la colonia de 115.000 inmigrantes ucranianos venidos a España para trabajar y ayudar a la familia; en su caso, a diez euros la hora limpiando casas.

Ahora, en días de guerra, es una más entre las ucranianas expatriadas que quieren traerse a la madre anciana, ponerla a salvo, a 3.000 kilómetros de las bombas y las 'razzias' del ejército ruso. "Ella me dice que es muy mayor para moverse –se encoge de hombros-. No se la puede convencer. Muchos viejos de mi país dicen lo mismo”.

Había paz en Ucrania cuando Olga bordó a mano la blusa que Letizia Ortiz lució el pasado 3 de marzo en apoyo del país agredido, durante un acto de la Fundación Mutua Madrileña. La modesta tejedora de esa 'vishivanka' no pudo imaginar que la camisa que bordaba la iba a vestir una reina de España.

“Esos puños son los míos”

"La vishivanka es una prenda tradicional. Todos los ucranianos tenemos alguna en la casa. Con la Unión Soviética estaba prohibido ponérsela en público. Cuando nos separamos de Rusia, la gente empezó a ponérsela otra vez. Y en 2014, cuando lo de Crimea, mucho más", explica Olga tirando de unos apuntes que se ha traído escritos a bolígrafo azul, con cuidada caligrafía cirílica.

Esta mujer vino a la colmena sur de Madrid desde Ivano-Frankisvk, ciudad de cuarto de millón de vecinos que conserva un urbanismo de casas no demasiado altas y fachadas claras. Es la plácida Ucrania del oeste, entre Polonia y Leópolis, de donde también ha salido su hermano Petro, leñador y carpintero de 45 años, pero no para emigrar, sino para combatir. Lo han destinado a un punto que Olga se niega a desvelar. Sólo dice que Petro está "donde la cosa está mal". Y es mejor así: sabe que los rusos, cuando llegan a una localidad, traen listas de nombres, buscan a los notables, requisan teléfonos…

Su hermano Petro, leñador, ha sido movilizado por el ejército ucraniano "donde la cosa está mal", dice Olga

Olga ha visto las imágenes dantescas de Bucha, de la calle Yablonska sembrada de muertos. Cuando se le pregunta su sensación ante la atrocidad calla un rato, sin hallar palabras en castellano. "Pena", dice, y no añade más.

Al comenzar marzo, una persona del entorno de la reina Letizia conectada con la Asociación Todos con Ucrania se dirigió a una de las principales tiendas ucranianas de Madrid. A Olga le compraron la mejor vishivanka que tuviera. "No sabía para qué la querían –cuenta-. Me enteré cuando una amiga me envió una foto por Facebook. No me lo podía creer, pero supe enseguida que es la mía: esos puños sin botones, con cierre de velcro, los hago solo yo. Siento sorpresa, y a la vez orgullo".

Aprendió a bordar con su madre, Anna, cuando ésta era una joven obrera de una fábrica de muebles. Olga se recuerda a sí misma con diez años, de aprendiza con ella y con María, la abuela. "Es buena edad para aprender", dice.

La abuela María vio la guerra contra la Alemania nazi, y Anna y Olga son contemporáneas de esta contra Putin, que les sorprende: "Como todos los ucranianos, pensaba que nos iban a ganar en unos días, pero mira…".

"Mamá, ¿tienes miedo?"

Olga no es diseñadora, ni se considera siquiera modista; es una empleada doméstica de manos curradas, dedos de clase trabajadora que se afanan delicadamente ahora en una blusa con hilo de distintos tonos de azul. En un mes tendrá acabada la nueva vishivanka.

Con las mismas manos curtidas abre el bolso cuando llega la hora de hacerse fotos para este reportaje. "¿Prapor?" (bandera), pregunta al fotógrafo, y saca tímidamente la esquina de una sedosa enseña ucraniana azul y amarilla. La ha traído doblada con cuidado en su trayecto en tren hasta el intercambiador de Aluche. De todo su vagón, entre gentes que volvían del trabajo mirando el móvil, Olga era la única pasajera con una discreta misión patriótica en el bolso, rumiando qué decir la primera vez que habla con un periódico.

Antes de coger el tren, como cada día, Olga Solovey ha llamado a la madre y le ha preguntado: "¿Estás bien? ¿Tienes miedo? ¿Quieres venirte?" Olga tiene mucha agenda de llamadas: su hijo de 30 años, aún no movilizado por la Zbroini Sili Ukraini, las Fuerzas Armadas de Ucrania, se quedó en el país con una tía. La hija está con la nuera, ambas refugiadas en Polonia, y "no saben si quedarse cerca de mi país o venirse acá".

Le conmueve en cada llamada cómo la vieja trata de que esté tranquila. Solo ha llorado una vez al colgar, asegura, una tarde en Madrid, recién iniciada la invasión, al reparar en que era su hermano quien le dio ánimo, y no al revés: "Todo va a salir bien, Olga".

Quitarse el uniforme

Si todo va bien, pero bien de verdad, quizá Olga Solovey se lance a montar un negocio, una tienda de camisas bordadas como la que le decoró a Letizia con uno de los 200 motivos que conoce. "Algunos son figuras para hacer bonito. Otros son pájaros; o flores, signo de prosperidad", explica. 

Si ese día llegara y fundara su comercio, le pondría el nombre Ukrainska Vishivanka, La Blusa Ucraniana, sobrio, sin revueltas de marketing. Y allí vendería también algunos cuadros de punto de cruz como el que se ha traído en una bolsa de plástico reciclable, unos girasoles reproducidos con más de 2.000 diminutas puntadas en el lienzo. "Algunas tardes coso mucho, mucho –dice Olga- porque coser calma, te quita la pena".

Cada tercer jueves de mayo es el día de la vishivanka, y los ucranianos la lucen en la calle, o en las plazas de sus facebooks. Olga no se hace ilusiones, no cree que este mayo la guerra haya acabado. Pero quizá sí pueda quitarse su hermano Petro la 'telnyashka', la camiseta interior de rayas blancas y negras de los soldados ucranianos, para ponerse alguna de las vishivankas del ajuar familiar engrosado durante generaciones.