Guerra en Ucrania

Chernígov, sitiada y atacada sin descanso por Rusia con "bombas de media tonelada"

Los habitantes de esta ciudad sufren como Mariúpol el asedio constante de la artillería y la aviación rusa que no han dejado de bombardear zonas residenciales

Un soldado del ejercito ucraniano en un puesto de control de la ciudad de Irpin.

Un soldado del ejercito ucraniano en un puesto de control de la ciudad de Irpin. / DIEGO HERRERA / EP

Ricardo Mir de Francia

Ricardo Mir de Francia

A diferencia de muchos de sus compatriotas, que no se creyeron que Rusia lanzaría una invasión a gran escala sobre Ucrania, Volodímir Dunai la estaba esperando. “Aquí hay un choque entre dos modelos: autocracia en Moscú y democracia en Kiev. El Kremlin no iba a aceptar quedarse sin Ucrania. Ya vimos lo que pasó en Crimea y el Donbás y sabíamos que pasaría en otros lugares. La única pregunta era cuándo”, afirma desde un hotel de la capital ucraniana. Esa suerte de realismo geopolítico, que ha acabado dándole la razón, le ayudó a prepararse mentalmente para lo que estaba por venir. Pero no quiso marcharse de Chernígov antes de que el vendaval empezara a rugir. Aguantó durante tres semanas escondido en una habitación sin ventanas, bajo bombardeos constantes y sin agua, electricidad o calefacción en toda la ciudad. 

Chernígov es la otra Mariúpol, una ciudad norteña de 300.000 habitantes que agoniza completamente sitiada desde hace varias semanas. Los muertos están siendo enterrados en fosas comunes y la gente cava hoyos en la calle para hacer sus necesidades porque el sistema de alcantarillado ha sido destruido. “La situación es bastante complicada”, dice al otro lado del teléfono Olha Shelert, la directora del Cherniguiv Magnet School, con ese estoicismo tan ucraniano que huye de la hipérbole y modera los adjetivos. “Los rusos han destruido muchos edificios en las áreas residenciales y han volado dos puentes. No tenemos ninguna conexión con el mundo exterior. No hay salida. Incluso la ayuda humanitaria no está entrando porque bombardean constantemente, especialmente por las noches”. 

Como ocurre con Mariúpol, es casi inconcebible que el Ejército ruso no haya logrado tomar todavía Chernígov o adentrarse en su entramado urbano, lo que dice mucho de la épica resistencia ucraniana. Esta ciudad milenaria, donde el ruso es de largo la lengua franca, está más cerca de las fronteras bielorrusas (70 km) y rusas (140 km) que de Kiev (150 km). Es decir, en la boca del lobo. Y hace ya diez días que voló el puente que la comunicaba con la capital, cortando también la única carretera que quedaba para evacuar a los civiles y abastecer la ciudad. “Rusia está utilizando una de sus tácticas estándar. Si la ciudad se niega a rendirse y sus tropas no pueden entrar, simplemente la destruyen”, dice Dunai ya lejos del lugar donde nació. 

"Destrucción devastadora"

Primero atacaron las infraestructuras y los servicios básicos. Pero casi acto seguido, la artillería y la aviación castigaron las zonas residenciales, llevándose por delante el hospital regional, el estadio de fútbol, cuatro colegios o varias bibliotecas, según las fuentes consultadas. “Es realmente aterrador estar allí. Atacan edificios de apartamentos con misiles y los cazas sobrevuelan muy bajo. Están tirando también bombas de media tonelada, que causan una destrucción devastadora”, asegura Dunai, de 47 años, pausando sus palabras para no venirse abajo. 

Rusia anunció esta semana que reduciría su actividad militar sobre Chernígov para dar una oportunidad a las negociaciones. Pero tanto las autoridades locales como la inteligencia occidental niegan que haya cumplido. El alcalde ha descrito la situación humanitaria como “catastrófica” y este viernes advirtió que la comida y los medicamentos podrían acabarse en una semana. Y es que sin electricidad y con los accesos sellados, la despensa común se ha vaciado rápidamente. “Atacaron una de las fábricas de harina para el pan y es muy difícil conseguirlo. Tampoco quedan productos lácteos y, en las pequeñas tiendas que siguen abiertas, hay colas de hasta 400 o 500 personas esperando afuera”, dice este ingeniero informático que huyó de la ciudad hace dos semanas. 

“La gente que peor está es la que vive en las afueras. Es realmente difícil llegar hasta allí para llevarles ayuda”, asegura Svitlana Dunai, la exmujer de Volodímir, que escapó de Chernígov pocas horas después del inicio de la invasión para refugiarse en una aldea a unos 40 kilómetros de su hogar. “Tengo unos amigos con tres hijos que han dejado de comer para darle todo lo que tienen a los niños. Para los padres con niños y la gente mayor está siendo un verdadero infierno. Algunos pequeños han dejado de hablar, están traumatizados”. 

Envío de ayuda

Junto a otros voluntarios, Svitlana dedica ahora todo su tiempo a gestionar el envío de ayuda desde otras regiones y tratar de introducirla en la ciudad. Cosas como generadores, indispensables para los hospitales. Lo están consiguiendo a duras penas con barcas que cruzan el río y que, “a veces, son atacadas” o conduciendo a través de caminos boscosos y embarrados. “La gente está devastada emocional y físicamente, pero han hecho piña y se ayudan como pueden. Un ejemplo: como tampoco hay gas en casi toda la ciudad, se cocina con leña en los portales para todos los vecinos”, dice Svitlana, de 47 años, quien solía trabajar como profesora de matemáticas antes de la guerra.

Su exmarido asegura que “el mundo ruso está demostrando estos días su verdadera cara”. Y al preguntarle qué espera del futuro, hace nuevamente una pausa para contener la emoción. “Chernígov era una ciudad hermosa, pero la reconstruiremos y lo será todavía más”, afirma con esa confianza en sí mismos que demuestran estos días los ucranianos.