GUERRA EN UCRANIA

"¡Putin, que te jodan!": el grito de guerra de Kiev sin bajar la guardia

La capital ucraniana desconfía pese a las promesas del Kremlin de reducir su “actividad militar”

La guerra ha dinamitado los lazos familiares entre ucranianos y rusos, pero no ha afectado a la lengua

A Ukrainian service member walks on the front line near Kyiv

A Ukrainian service member walks on the front line near Kyiv / GLEB GARANICH

Ricardo Mir de Francia

Ricardo Mir de Francia

El Arco de Amistad entre las Naciones se asoma a la serpiente acuosa del Dniéper, el gran río que atraviesa Kiev y que ha servido históricamente de frontera oficiosa entre el este y el oeste de Ucrania, entre sus regiones más rusófilas y sus regiones más ucranianas.

Se inauguró en 1982 --tres días antes de que un ataque al corazón acabara súbitamente con el reinado de Brezhnev-- para conmemorar el 60 aniversario de la Unión Soviética e inmortalizar la “amistad eterna” entre Ucrania y Rusia.

Hoy sigue allí como un armatoste con forma de arcoíris, pero sobre su uniformidad gris se ha pintado una gran grieta negra para simbolizar la ruptura definitiva entre los dos países y la historia que los entrelazó durante siglos. 

La sensación para el recién llegado a Kiev no tiene nada que ver con la que impera en Lviv. Las riadas de gente que tratan de hacer una vida medianamente normal bajo el esplendor vienés de la ciudad-refugio del oeste del país dejan paso a una urbe taciturna, fortificada y semivacía.

Nada más llegar a la estación en uno de esos trenes que no han dejado de funcionar desde que comenzó la guerra --para sorpresa incluso de los propios ucranianos, que no se explican que Rusia no haya dinamitado unas líneas férreas que sirven también para abastecer a su ejército--, esperan varios controles policiales. Buscan armas y alcohol, vetado por la ley marcial, y piden la documentación en busca de espías e informadores al servicio del Kremlin. 

Algunos desplazados internos están volviendo a la capital tras ver como la ofensiva rusa se atascaba en su periferia, severamente castigada. Pero nadie se hace ilusiones y todavía menos compra la anunciada reducción de la “actividad militar” en torno a Kiev para crear “confianza” en las negociaciones.

“Putin no solo es un mentiroso compulsivo que nos quiere borrar del mapa, sino que cada vez que hay negociaciones las cosas empeoran”, dice Dimitro Timoschenko frente a un pedestal que solía cargar con la estatua de Lenin hasta que las cabezas de los próceres soviéticos empezaron a rodar tras la Revolución del Maidan en 2014.

El principio del fin del último presidente prorruso del país. “Anoche fue horrible, cayeron muchos morteros y proyectiles de artillería no muy lejos del este de la ciudad”, asegura este hombre de 25 años, que solía trabajar para una empresa logística antes de la guerra. 

Muros de hormigón

De camino a la Plaza de la Independencia (Maidan), las barricadas con muros de hormigón y sacos terreros dominan el paisaje, como en tantos otros puntos de la ciudad. Circulan pocos coches y los paseantes se pueden contar sin dificultad. Las entradas al metro están cerradas y, al caminar por sus gigantescos pasillos en penumbra, se escuchan las pisadas. El silencio es atronador.

Todo tiene un aire espectral y algo distópico, no muy distinto a cuando la pandemia vació las grandes ciudades del mundo. Con una diferencia: las explosiones como la que a media tarde se escuchó no muy lejos del centro. 

El tranvía funciona y también algunas líneas de metro. Otras estaciones sirven de refugio para desplazados internos y gente con demasiado miedo para seguir viviendo cerca del frente. Entre todos ellos han acabado creando una vida paralela y subterránea en las entrañas de la ciudad. Y por todos lados se ven pintadas contra Vladímir Putin, el presidente ruso.

Si en Polonia lo llaman jocosamente “Heil Putler”, aquí el eslogan de cabecera es “Putin, que te jodan”, derivado de la frase que hizo famosa el guardacostas Roman Gribov en los primeros compases de la invasión dos barcos de guerra rusos le pidieron que rindiera el diminuto islote de las Serpientes, situado en el mar Negro. “Barcos rusos, que os jodan”, les dijo Gribov, convertido desde entonces en un héroe ucraniano. 

Frente al invasor, el país se está comportando como un soldado disciplinado y sacrificado. En los últimos días han reabierto algunos restaurantes y comercios para atender al llamamiento de su Volodímir Zelenski.

“Nuestro presidente nos dijo que tenemos que ayudar para evitar el colapso total de la economía, de modo que decidimos reabrir hace dos días”, cuenta Roman Pospielov frente a su restaurante. En realidad, nunca dejó de operar, pero hasta ahora solo cocinaban para los militares. También para ellos irá a partir de ahora todo lo que ingresen.

Pese a todo lo que está pasando, la conversación con el traductor se desarrolla en ruso. Sucede constantemente. La segunda lengua de este país bilingüe sigue sin ser estar entre las múltiples bajas de esta guerra, a diferencia de lo que está pasando con los lazos familiares, resquebrajados como ese arco de la amistad de los tiempos soviéticos. “La mayoría de ucranianos odian ahora a los rusos y las familias han dejado de hablarse con sus parientes al otro lado de la frontera porque nos culpan a nosotros de esta guerra”, dice Pospielov repitiendo una afirmación escuchada muchas veces estos días. 

Timoschenko, el trabajador logístico, lo ilustra con la respuesta que recibió su abuelo cuando llamó a su hermano en Rusia días después del inicio de la invasión. El hermano le dijo que podía ayudarle a ser evacuado y, cuando este le dijo que no quería marcharse de su país, le respondió: “Muérete entonces con esos nazis”.