LIMÓN & VINAGRE | Emmanuel Macron

El banquero que juega al billar en el Kremlin para ganar en casa

Macron es el populismo de centro. Intenta que no se le identifique con la derecha ni con la izquierda, ni carne ni pescado, ni chair ni poisson

El presidente francés, Emmanuel Macron, en una foto de archivo.

El presidente francés, Emmanuel Macron, en una foto de archivo. / Thibault Camus/Afp

Olga Merino

Olga Merino

Luce el mandatario francés un porte tan pulcro e intachable que bien podría servir de modelo para anunciar trajes de Emilio Tucci o un automóvil de alta gama, conduciendo en soledad por una carretera borrascosa con una musiquita de infinito y una voz en off que susurrara un eslogan del tipo El poder de los sueños o algo por el estilo. Como buen espécimen de las finanzas,

Emmanuel Macron

, exbanquero en Rothschild & Cie, proyecta distanciamiento y cierta frialdad, acentuada por la contundencia maxilar.

Parecería un hombre poco inclinado a los excesos emocionales, como mucho en la infancia, con la bata de rayas blancas y azules abotonada hasta el cuello, en medio de una pataleta de niño consentido, de un berrinche de los que revientan tímpanos. En cualquier caso, la hiperactividad diplomática, en especial el último careo plasmático con Vladímir Putin antes de la funesta invasión, habrían puesto a prueba el temple y la paciencia de cualquiera. Debió de ser arduo, como recoge la imagen de Soazig de La Moissonnière.

La fotógrafa oficial de El Elíseo se coló cual ardilla en el despacho del jefe —es un decir— y lo retrató durante la negociación, probablemente casi al final de los parlamentos, cuando ya solo quedaba darse cabezazos contra las paredes o arrojarle un zapato al Zoom. El ceño fruncido, las manos crispadas —¿se muerde Macron las uñas?—, el agotamiento, la desesperación casi italiana, el ademán de jugador de póquer acorralado, con los forros de los bolsillos hacia afuera, como las orejas de un conejo roto. Desplumado. Alouette contra el mamut siberiano y su permafrost.

¿Cometió un error el presidente francés? ¿Fue un ingenuo al negociar con Putin hasta el último instante antes de que se viniera encima el infierno? ¿Fue estrategia? Sea como fuere, desde aquí le reconocemos el esfuerzo por mantener una puerta abierta, el mínimo resquicio, en lo que fue un maratón extenuante de idas y venidas durante un mes, de reuniones virtuales y presenciales, con Zelenski y con el ruso, incluida la charla sobre la mesa de seis metros y la presunta negativa de Macron a hacerse una PCR rusa para impedir que el Kremlin se hiciera con su ADN (sí, pura guerra fría).

Se le agradece, desde luego; el presidente de turno del Consejo de la UE ha sido el único en mover sus ilustres posaderas. Pero en esa voluntad de airear lo sucedido a puerta cerrada, huis clos, se intuye cierta teatralidad, algo de impostura, un juego de espejos versallesco. No se puede estar en misa y repicando. En una negociación dura se está a lo que se está. ¿Nos imaginamos a Merkel hablando a cara de perro con Putin y la cámara centellando alrededor?

Una imagen de la reunión entre Emmanuel Macron y Vladímir Putin.

Una imagen de la reunión entre Emmanuel Macron y Vladímir Putin. / EFE

A la postre, la exhibición de las fotografías que lo muestran como un gran hombre de Estado, como un hábil negociador, como un Talleyrand que exprimió hasta la última gota del limón, deben leerse en clave interna: la visibilidad, ese sobreesfuerzo diplomático, han afianzado su ventaja en las encuestas de cara a revalidar la presidencia en las elecciones de abril. En el momento de escribir estas líneas, Macron reúne el 31% de las expectativas de voto en la primera vuelta, muy por delante de sus rivales inmediatos, Marine Le Pen (17,5%) y Éric El Terrible Zemmour (12,5%). Ahora, monsieur le président puede emprender el camino de regreso a El Elíseo silbando bajito, con las manos en los bolsillos y la gabardina desabrochada. La carambola perfecta: golpear con efecto la bola blanca de Putin, para colar otra, la bola local, por la tronera.

Tal vez indeciso, tal vez dubitativo, Macron ha apurado hasta el último momento el anuncio de su candidatura, su aspiración a la reválida, por lo que le ha venido de perlas el espaldarazo. ¿Qué tenía Macron que ofrecer a los franceses antes de la exhibición de músculo diplomático? Pues más bien poco: una estrategia bastante errática en la lucha contra el coronavirus (confinamiento viene, confinamiento va) y la resaca de los chalecos amarillos, el descontento que brotó en la calle, en buena parte espontáneo, mientras los sindicatos y la izquierda estaban a por uvas.

Macron es el populismo de centro. Intenta que no se le identifique con la derecha ni con la izquierda, ni carne ni pescado, ni chair ni poisson. Pero con los tiempos que se han echado encima, con la inflación y el precio de los hidrocarburos desmelenado, tendrá que bajar al barro.