El terror, la destrucción y la muerte tiñen de rojo el Día de la Mujer en Ucrania

Muchas mujeres ucranianas han decidido no abandonar su país y quedarse para combatir la invasión rusa

Elena Ustymenko.

Elena Ustymenko. / Irene Savio

Irene Savio

Todas las mañanas, desde hace ya varios días, Elena Ustymenko, ama de casa de 35 años, se despierta y sin importar el lugar donde se encuentra mira su teléfono para enterarse del parte bélico. Intenta saber si han bombardeado su barrio en Kiev, o algún misil ha caído en la casa de amigos y conocidos. También llama a sus parientes en Bucha, ciudad donde la artillería rusa se está ensañando de forma especial, para saber si siguen vivos y tienen comida. Pero Elena, que sufre de una enfermedad en la piel por haber nacido el mismo día en el que estalló la central nuclear de Chernóbil en 1986 y que ha pasado varios veranos en España, piensa que no es conveniente mostrar su preocupación delante de su hija de 6 años, y por eso intenta que todo ocurra antes de que la niña despierte. “Su cabecita pequeña no entiende qué pasa y por qué hay una persona que nos está haciendo todo esto”, dice mientras una gruesa lágrima se desliza por su mejilla. “¿Cómo se puede entender que dispararan contra autobuses de personas que estaban huyendo cuando, decían, había una tregua?”, se pregunta. 

El Día Internacional de la Mujer amanece así este año en Ucrania, marcado por el terror y la muerte, como las jornadas de los últimos trece días. Una guerra que se está cebando, físicamente y psicológicamente, de centenares de miles de personas, que deja atrás a mujeres como Elena, un persona de rostro demacrado por la huida de Kiev y las noches en vela por las explosiones de las bombas a poca distancia. Ella se ha escapado de Kiev a Lviv, donde consiguió -junto a su marido, un joven informático- una cama en casa de familiares. Sin embargo, al no tener un coche propio, su periplo de tres días para recorrer los 500 kilómetros que separan estas dos ciudades ha sido una doble pesadilla. Las bombas iban cayendo por los lugares en los que Elena, y centenares de otros desplazados, habían dormido horas antes. 

Valores patrióticos

Incluso, en una ocasión, tuvo que resguardarse en un hotel de carretera situado delante de una planta eléctrica, una de las tantas estructuras estratégicas del país que, desde el comienzo del conflicto, el Ejército ruso ha escogido como blanco, para debilitar a Ucrania, no solo militarmente, sino también económicamente. Poco importó. “Sencillamente no había otro lugar en el que dormir unas horas”, cuenta, al explicar que, también cuando llegó a la abarrotada estación de trenes de Lviv, tuvo la sensación de estar ante un apocalipsis. “El último tramo del viaje lo hicimos en un tren que nos trajo de Ternópil a Lviv, y tardamos siete horas para recorrer unos 130 kilómetros”, afirma.

Yulia Daniluk.

Yulia Daniluk. / IRENE SAVIO

La psicoterapeuta Lina Naida, de 39 años y también originaria de Kiev, comparte este sentir de desazón. “Las mujeres estamos luchando pero al mismo tiempo nos sentimos vulnerables”, afirma, al añadir que eso no significa que “nos vayamos a resignar”. La historia de Ucrania “es una historia complicada, pero queremos ser independientes y ser parte de la comunidad europea, y no nos rendiremos”, afirma Lina, al agregar que, en ocasión del Día Internacional de la Mujer, tiene un mensaje para las mujeres rusas. “Les pido que no pongan sus valores patrióticos por encima de los éticos”. 

Yulia Daniluk, de Lviv, dice no tener intención de abandonar su ciudad. “A las mujeres rusas les quiero decir que deben venir aquí, a Kiev, a Járkov, a Vinnytsia, y llevarse a sus hijos y maridos, vivos o muertos, no me importa. No los queremos aquí, nos están matando. ¡Llévenselos! No se queden calladas mientras nos matan”, afirma. Y añade: “Esto es terrorífico. Pero nosotros no nos iremos, no dejaré atrás a mi marido, y él no puede salir del país por decisión del Gobierno”, explica. En el apartamento que posee en la periferia de Lviv, cuyo gran ventanal se asoma incauto a una avenida, Yulia sigue conservando las botellas de cerveza que la familia ha consumido. 

Líder militar

“La razón es que, si fuera necesario, prepararíamos unos cócteles Motolov para defendernos”, explica esta mujer, madre de un niño de 7 años y otro de 15. “De momento, sin embargo, lo único que hemos hecho al oír las sirenas, es plantarnos en el vestíbulo, donde dos gruesas paredes nos separan del exterior”, relata. 

De hecho, tomar las armas es en estos días menos común entre las mujeres ucranianas, las cuales ha estado más bien en la retaguardia. Es también el caso de Oleksandra, quien nació en la Unión Soviética (URSS), en una ciudad que ahora es territorio ruso y de la que sus padres se marcharon cuando ella tenía apenas siete meses. Esto, sin embargo, Oleksandra no quiere que se diga, como tampoco quiere que se sepa que tiene familia en Rusia, algo muy común en gran parte de los ucranianos. El motivo es que, desde que estalló la guerra, Oleksandra se unió a la resistencia ucraniana, trabaja con un importante líder militar, y tiene poder porque, en el pueblo ucraniano en el que se crio, conoce a todo el mundo. 

“Son tiempos difíciles. Me duele pensar en esos jovencísimos soldados rusos que tienen la edad de mi hijo, están desorientados y ni saben qué están haciendo. Pero ahora ellos son el enemigo, nos están atacando”, razona, al pedir que usemos un nombre ficticio y no hagamos referencia a su ubicación. “Amo a Ucrania más que a cualquier otra cosa en mi vida. Estoy dispuesta a morir por este país. No me iré, no escaparé, me quedaré aquí hasta el final”, dice convencida.