DESDE LA FRONTERA CON POLONIA

Chelm, primera escala hacia la libertad: el polideportivo convertido en centro de acogida exprés

En la ciudad más próxima de la frontera, un polideportivo ha sido reconvertido para acoger a las familias ucranianas que se quedan colgadas al llegar a Polonia

El polideportivo de Chelm repleto de refugiados ucranianos.

El polideportivo de Chelm repleto de refugiados ucranianos. / EPE

David López Frías

David López Frías

Llegan los autobuses a la frontera polaca repletos de ciudadanos ucranianos. La mayoría tiene a alguien esperándole cuando baja en Dorohusk. Un hermano, una tía, unos amigos. Son dos países con un vínculo social muy estrecho y es habitual encontrar a ucranianos trabajando en Polonia. Ellos se hacen cargo de los recién llegados. Pero, ¿qué sucede con la gente que no conoce a nadie en ese país?

“Son los que más números tienen para acabar refugiados en un tercer país”, explica Mateusz Belowski, un voluntario polaco de 20 años que reside en la localidad de Chelm. Es la ciudad más próxima a este flanco de la frontera. Tiene poco más de 72.000 habitantes y un polideportivo que ahora se ha convertido en la primera escala hacia la libertad.

Mateusz, con un peto de color naranja, es uno de los centenares de jóvenes que pasa el día en el pabellón deportivo municipal. O como se dice en polaco, Miejska Hala Sportowa. Un equipamiento que habitualmente acoge campeonatos de karate (un deporte sorprendentemente popular en Chelm) y que ha sido reconvertido para acoger a las familias ucranianas que se quedan colgadas al llegar a Polonia.

“Hay 500 camas. Es el ayuntamiento el que las ha puesto y ha acondicionado el pabellón. Pero las mantas que veas, los juguetes, la ropa… Todo eso lo han traído los vecinos”, señala otro voluntario de nombre Adam Brzuzek. Él y Mateusz son los únicos del staff que hablan en inglés. No importa mucho, porque el idioma que más se usa estos días en el pabellón es el ucraniano. Por eso hay numerosas intérpretes voluntarias por el vestíbulo. Se les identifica fácilmente porque llevan un cartel colgado a modo de collar con las banderas de ambos países.

El proceso

Cada día hay un goteo constante de autocares en el parking del pabellón. “No sabemos a qué hora llegan y por eso tenemos que estar preparados”, explica Adam. Cuando aparece un bus, la maquinaria se pone en marcha casi de forma espontánea: varias traductoras salen a recibir a los refugiados, les hacen pasar al vestíbulo y los dirigen a una mesa. Allí les apuntan en un registro y revisan que los pasaportes estén en regla. Esto es importante. No para permanecer en Polonia, sino para dar el salto al extranjero.

Tras el registro, pasan a una segunda sala de espera donde se les da comida caliente y café. Cuando han repuesto fuerzas, se les abre la puerta de la pista polideportiva. Allí dentro se les asigna una de las 500 camas que hay repartidas por toda la pista. Al fondo hay un espacio con una zona de juegos infantiles. “Mañana sábado van a venir unos voluntarios desde Lublin que van a hacer un show infantil para los pequeños. Juguetes, canciones, pompas de jabón”, sonríe Adam.

Dos niños duermen en el polideportivo de Chelm, reconvertido en centro de acogida de refugiados ucranianos. 

Dos niños duermen en el polideportivo de Chelm, reconvertido en centro de acogida de refugiados ucranianos.  / EPE

Los refugiados permanecen allí hasta que un coordinador polaco da el aviso y se los lleva. Su destino es Varsovia. La capital de Polonia es la última escala antes de emprender camino al país de acogida definitivo. “Varsovia es la ciudad que tiene más vuelos internacionales. No está lejos de Chelm y tiene buena conexión en tren”, le explica Mateusz mientras señala ambos puntos en un mapa colgado a la pared. Lo usan constantemente para explicar a los refugiados cuál va a ser su hoja de ruta.

“Los llevan a la estación, donde les están esperando para asignarles un vuelo. Les preguntan primero si tienen a familia o conocidos en el extranjero que puedan hacerse cargo de ellos. Si tienen a alguien, los intentan enviar allí. Si no, les asignan un país. En estos días, gente que ha pasado por aquí ya ha volado a Suecia, Dinamarca, Italia y España”, resume Adam.

500 dramas

Una niña colorea en el polideportivo de Chelm, reconvertido en centro de acogida de refugiados ucranianos.

Una niña colorea en el polideportivo de Chelm, reconvertido en centro de acogida de refugiados ucranianos. / EPE

Es viernes por la tarde y el pabellón está tranquilo. Sólo ha recibido dos autocares de refugiados en todo el día. “Esperamos uno más para las 10 de la noche”, avanza Mateusz. Eso supondrá la llegada de no más de 100 personas entre mujeres y niños. “Hoy no habrá problemas de espacio. Anteayer llegamos a contar 450 personas aquí dentro”, remata el voluntario.

Esa noche, el pabellón estuvo cerca de colapsar. Hoy, muchas de las 500 camas van a permanecer vacías. En realidad, son catres. Estructuras endebles, parecidas a hamacas, con colchones muy finos. Pero tampoco se busca la comodidad; la estancia habitual en este lugar muy breve: “Uno o dos días como mucho. Yo no he visto a nadie que pase más de tres días aquí. Se los llevan antes”, apunta Adam.

Esta tarde hay poca gente, pero muchas historias. Como la de la Vlada, una joven ucraniana que llegó a Polonia hace tres días y se ha quedado en el polideportivo para echar una mano como traductora. O la de una familia entera de 12 miembros, con dos varones veinteañeros incluidos.

¿Cómo es posible que estén aquí, si no les dejan salir de Ucrania? Mateusz nos traduce: “Ellos dos en Ucrania ya hacían labores humanitarias. Han conseguido un pase que certifica eso y les dejaron salir”. Son casos excepcionales y por eso llama la atención. Han pedido irse a Suecia porque allí tienen familiares. Les han dicho que en un par de días saldrán.

Por el momento, el fin de semana lo pasarán en uno de los 500 catres del Miejska Hala Sportowa. Un lugar en el que no da tiempo a intimar. La rotación es constante en este campo de refugiados exprés. 500 dramas distintos cada noche. La escena, no obstante, es casi siempre la misma: mujeres ucranianas pegadas al teléfono móvil, intentando contactar con sus maridos.

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/ Agencia ATLAS | EFE