Opinión | IGUALDAD

Insumisión

Lo que los criminales inoculan en sus víctimas es puro miedo, indetectable en los análisis químicos, pero más efectivo que cualquier droga como instrumento de control

Un grupo de chicas baila en una discoteca

Un grupo de chicas baila en una discoteca / Manu Mitru

La epidemia de pinchazos a mujeres, jóvenes en la inmensa mayoría, incluso adolescentes, en espacios públicos y festivos en particular, se ha convertido en la trama más intrigante, e indignante, de un verano que se anunciaba como el de la vuelta a la normalidad tras la parálisis por el covid. Sin mascarillas ni distancias de seguridad, todos íbamos a desquitarnos de los encierros y los miedos de los dos últimos años atenazados por la pandemia.

Y así está siendo para la mayoría, una temporada de reconciliación y celebración de la vida, de festivales y conciertos, de festejos populares. Salvo para una importante parte de la población. A las jóvenes les amenazan ahora un nuevo miedo. Unos meses antes del arranque oficial del verano, la Policía, muchas activistas, profesionales sanitarios y organizaciones de todo tipo, feministas y sociales, lanzaron la alerta, tras repetidas denuncias, de una epidemia de casos de sumisión química.

A estas alturas no es necesario explicar de qué se trata. El método más simple y común de doblegar la voluntad de las víctimas es verter alguna droga en la bebida que están consumiendo. La alarma subió de tono hasta tal punto que algunos bares, discotecas y locales de copas ofrecían a sus clientas una especie de cubierta que precintaba el vaso. El sistema no debió tener mucho éxito, por engorroso y por ingenuo y fácil de burlar.

Da mucho que pensar que, en lugar de estrechar la vigilancia sobre los posibles agresores, se dejara el asunto bajo la responsabilidad de las potenciales víctimas.

Así transcurría el asunto, ya bastante preocupante, hasta que con las jóvenes esforzándose en no perder de vista sus vasos empezaron los pinchazos. Cuando comenzaron se esperaba encontrar en el cuerpo de las víctimas éxtasis líquido, benzodiacepinas, ketamina... Esas son, según los entendidos, las sustancias que suelen utilizarse para manipular al objeto del delito, para abusar sexualmente de ella, o de él, que también se han dado situaciones así, o para robarle.

A lo largo del verano se han registrado decenas –a estas alturas serán posiblemente centenares– de denuncias de mujeres que han sido "pinchadas".

Lo más extraño de esta trama estival es que lo más frecuente es que en el organismo de las víctimas no se encuentre rastro de ninguna droga y, para redondear el misterio, tampoco de abusos o de algún delito que sumar al ya bastante grave de espetar un objeto punzante en un cuerpo ajeno.

Pero los pinchazos no son, ni mucho menos, inocuos. Lo que los criminales inoculan en sus víctimas es puro miedo, indetectable en los análisis químicos, pero más efectivo que cualquier droga como instrumento de control. Su efecto, en esta ocasión, es el de expulsar a las mujeres de los espacios públicos, de ocio y de disfrute.

Podría pensarse que alguien ha ideado un plan criminal para que las mujeres estrenen este verano un nuevo miedo, pero lo más probable es que todo esto sea obra de una panda de cretinos sueltos, imitándose unos a otros y sin ninguna planificación.

Es suficiente, sin embargo, para que, una vez más, las mujeres se vean obligadas a ponerse en guardia y autoprotegerse, a recluirse en círculos seguros, con su familia y sus amistades. Basta para hacer su mundo más pequeño y su vuelo más corto. Y una vez más, sin poder descuidarse tampoco esta vez, acaban abocadas a la insumisión para mantener su libertad.