Opinión | FEMINISMO

Una vieja querella

El gran salto del pensamiento feminista va desde los círculos literarios medievales hasta la globalización. Así es como cambian las cosas, lentamente, pero expandiéndose

Manifestación para clamar contra las agresiones sexuales y machistas.

Manifestación para clamar contra las agresiones sexuales y machistas. / EFE

Mucho antes de que estallara la Revolución francesa y de que irrumpiera la primera ola feminista con Olympe de Gouges y su Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadana, en la Europa medieval algunas mujeres, nobles e ilustradas, habían sostenido en los debates literarios y académicos que su valor y su capacidad intelectual era en todo igual a los de los varones. En una sociedad estamental y profundamente misógina como aquella, solo las damas de las clases pudientes, las de las familias influyentes, tenían posibilidad de acceder a la formación y plantearse tales asuntos.

La querella de las mujeres o querelle des femmes, que es como se referían a ella aquellas señoras refinadas e instruidas, se mantuvo a lo largo de varios siglos, aproximadamente desde finales del siglo XIV, hasta que, con la Revolución francesa, como ocurrió con otras muchas ideas, cobró cuerpo y dio paso a aquel primer impulso feminista, encarnado en Olympe de Gouges, que con el tiempo se transformó en el gran movimiento por los derechos de las mujeres, que ha ido creciendo ola tras ola.

Eso significa que hace 800 años, por lo menos, había mujeres muy conscientes de que no había nada en su naturaleza que les impidiese pensar, desear y decidir como lo hacían los hombres, por más que los filósofos se esforzaran en desacreditarlas con sus teorías misóginas.

La italiana Christine de Pizan fue la primera en tomar públicamente la palabra en aquel litigio en el que las mujeres intentaban hacer valer su capacidad y sus talentos ante los hombres. A principios del siglo XV escribió La ciudad de las damas, un largo poema por que discurren ilustres mujeres de la historia. Antes de poder hacerlo, como ella misma cuenta, tuvo que cuestionar a sus maestros, deshacerse de las ideas y los prejuicios que le habían inculcado sobre ella y sus congéneres.

De Christine de Pizan cuentan que era hija de un médico del rey de Francia, que se quedó viuda a los 25 años, con seis hijos, que tuvo que pelear por sus propiedades en los tribunales, que animaba a sus amigas a "empuñar la pluma" y a dirigir su hacienda con "corazón de hombre". Sin duda, debió ser todo un carácter, una personalidad excepcional en su tiempo, pero seguro que no fue la única, de lo contrario es muy probable que su memoria se hubiera borrado. Otras pensaban como ella, las que podían tomarse tiempo para pensar, y se convertirían en sus confidentes. 

Esa cadena de complicidades ha llegado hasta hoy. Así es como cambian las cosas, muy lentamente, quizás demasiado. Es una historia tan lejana que es fácil olvidarla, pensar que el feminismo es una moda, que pasará. Sin embargo, el tiempo lo desmiente. Gota a gota, ola a ola, nunca ha cesado de expandirse y aquella querella medieval, que mantenían algunas mujeres privilegiadas, es hoy un gran clamor global, que sostienen mujeres y hombres por todo el mundo.

Mariti Pereira, presidenta Centro de Atención a Víctimas de Agresión Sexual y Malos Tratos (Cavasym), explica que "cada vez hay más casos donde el consumo de alcohol y demás sustancias propician una agresión sexual, pero son escasamente denunciados, las víctimas sienten culpa o vergüenza".

En Asturias este colectivo feminista y grupos de apoyo a víctimas de violencia de género llevan años vigilando esta tendencia, que comenzó hace más de una década en el área de Levante y que hoy está extendida por todo el país. La sumisión química, para Cavasym, incluye a las víctimas a las que ingieren sustancias sin que ellas tengan conocimiento de ello -en general con drogas que se disuelven en bebidas- y a las que consumen conscientemente alcohol u otras drogas y sufren una indisposición accidental de la que se aprovechan los agresores.

Desde la pandemia, más jóvenes que han referido tener algún problema relacionado con abusos o agresiones sexuales manifestaron haber consumido, por recomendación de su entorno, algún tipo de benzodiacepinas antes de ir de fiesta. "Potencia el efecto del alcohol, pero puede sentar muy mal dependiendo de la persona", recuerda Pereira, que ve necesario realizar "más campañas informativas" sobre este peligro. "El consumo de alcohol, que también es una droga, es excesivo en locales de ocio nocturno".

En los últimos años, la región ha registrado "varios casos" de víctimas de agresión sexual por sumisión química, pero no hay datos por lo complejo de las investigaciones policiales en estos temas y el estigma que afecta a las víctimas. "Las chicas se sienten culpables y avergonzadas de la situación y no denuncian, y eso tiene que cambiar. Hemos visto casos de menores de 14 o 15 años que ni siquiera tienen edad legal para consumir ningún tipo de sustancia", lamenta Pereira. Las pesquisas policiales se complican por la dificultad de la víctima de recordar detalles que completen el relato de los hechos y porque la mayoría de estas sustancias desaparecen del torrente sanguíneo a las 6 u 8 horas de ser consumidas, por lo que cuesta probar que la joven ha sido intoxicada. La ciudadanía debe dar la voz de alerta cuando es testigo de una posible agresión de este tipo y no juzgar a las víctimas.