TRIPLE CONDENA

La desigualdad traspasa las paredes de la cárcel: la dureza de ser mujer en prisión

Las internas, apenas un 7 % del total de reclusos en España, han de cargar con una triple condena: penal, social y personal, lo que hace aún más dura su pérdida de libertad

Una mujer en el centro penitenciario de Wad-Ras (Barcelona)

Una mujer en el centro penitenciario de Wad-Ras (Barcelona) / Ricard Cugat

Violeta Molina Gallardo

Violeta Molina Gallardo

Son invisibles, una minoría en un mundo diseñado por y para los hombres: la cárcel. Las mujeres que entran en prisión, apenas un 7 % del total de reclusos en España, han de cargar con una triple condena: penal, social y personal, lo que hace aún más dura su pérdida de libertad. Además, los roles y estereotipos de género que aún atribuyen a la mujer un comportamiento dócil y sumiso traspasan las paredes de la prisión y se traducen en sesgos en un sistema penitenciario que exige a las internas ser más ejemplares que los presos.

Ellas, un colectivo altamente vulnerable, pagan un precio mayor por delinquir, pues el estigma y la acción correctora de la cárcel se ceban con más virulencia sobre las presidiarias que sobre los hombres encarcelados, como destacan las investigadoras Cristina Rodríguez Yagüe y Ester Pascual en el estudio Las mujeres en prisión: Explorando nuevas vías de cumplimiento de las penas impuestas a través de la cultura.

Un comportamiento diferente

"El sistema penitenciario está diseñado por y para hombres, no sólo legalmente, sino arquitectónica y espacialmente. Desde esas claves, se olvidan muchas de las necesidades que tienen las mujeres, que además presentan un comportamiento completamente diferente. No sirve la estructura arquitectónica tal y como está planteada, los programas de tratamiento, los talleres y los destinos muchas veces adolecen de una serie de deficiencias porque no se han planteado desde una perspectiva de género", explica a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA la directora del Grado de Criminología de la Universidad Francisco de Vitoria, Ester Pascual.

La profesora de Derecho Penal de la Universidad de Castilla-La Mancha, Cristina Rodríguez Yagüe, coincide: "Se ven ciertos sesgos. Es un sistema por y para los hombres y esto es algo que se reproduce a nivel internacional. Muchos medios se vuelcan con la población más numerosa, que es la masculina, algo que Instituciones Penitenciarias está intentando revertir", adelanta.

La criminalidad es muy inferior en la población femenina, también su peligrosidad, pues los delitos que cometen son menos graves. Pero al ser minoría, este colectivo ha sido históricamente invisible. "Una voz que nadie escucha", como escribió Concepción Arenal. Los tiempos, sin embargo, empiezan poco a poco a cambiar para dar una respuesta adecuada a la realidad de las mujeres presas.

Para las internas, el reproche de la sociedad, de la familia, de la institución penitenciaria e incluso de ellas mismas es más hostil que el que reciben los hombres que delinquen.

Mujeres en prisión

En España hay 3.382 mujeres encarceladas, 466 en prisión preventiva y 2.916 penadas. Suponen el 7,2 % de la población penitenciaria, integrada por 43.510 hombres.

El 38,2 % de las internas están en prisión por delitos contra el patrimonio y el orden socioeconómico (como hurtos), el 25,4% por delitos contra la salud pública (principalmente tráfico de drogas) y el 9,4% por homicidio. 

Su perfil criminológico suele implicar un menor empleo de fuerza, violencia o intimidación que el de los varones y si cometen delitos contra las personas, no suele haber reincidencia.

Según el estudio elaborado por Pascual y Yagüe para la Fundación Gabeiras, nueve de cada diez mujeres son condenadas a penas de 0 a 2 años, por lo que no todas entran en prisión, y el 80 % recibe condenas por un único delito, por lo que cuando las alternativas a la pena no funcionan y entran en la cárcel, las penas son de menor duración que las de los hombres.

Pascual indica que España tiene una de las tasas de criminalidad más bajas de la UE, sin embargo, su tasa de encarcelamiento es elevada en comparación con Europa, donde el porcentaje de mujeres encarceladas está en el entorno del 4 %. "Esto significa que en España las mujeres entran más en prisión y cumplen más las condenas. En Europa se recurre más a medidas alternativas como pueden ser los sistemas telemáticos de cumplimiento a distancia, terceros grados o libertad provisional".

¿Y por qué se encarcela más? "Tenemos un Código Penal duro, aunque la opinión pública y la ciudadanía crean que no, que las penas no se cumplen o que no hay condenas. Los datos demuestran que tenemos un Código Penal que se ha ido endureciendo desde el año 1995 con delitos con penas altas que no permiten recurrir a alternativas al ingreso en prisión", incide Pascual.

Sesgos y diferencias de género

Las investigadoras alertan de que las instituciones judicial y penitenciaria aún están influenciadas por estereotipos de género y sesgos que impactan negativamente en las mujeres que son condenadas tras cometer un delito.

Por ejemplo, cuando se puede suspender una pena por tener una duración pequeña, a las mujeres se les exigen más reglas de conducta que a los hombres, esto es, se dicta que tengan que llevar a cabo alguna actividad a cambio de esa suspensión en más ocasiones que a los hombres. "Es porque se espera de ellas un comportamiento sumiso y no delictivo, y por eso se impone una mayor corrección", afirma Pascual.

Además, son sancionadas dentro de prisión por conductas menos graves: ante el mismo comportamiento, los hombres reciben un castigo menos severo. La rebeldía, la contestación o el enfrentamiento femenino se sanciona con más dureza.

También se dejan sentir los estereotipos en los trabajos desarrollados dentro de prisión: en gran medida de cuidados y limpieza. Algo que se está intentando cambiar.

En 2019, fuentes de Instituciones Penitenciarias cuentan que se elaboró un informe para conocer la situación de las internas en las cárceles españolas en el que se evidenció que ciertamente están "invisibilizadas" y que ha imperado históricamente una "masculinización del entorno". A partir de aquí, explican desde este departamento, se diseñaron unas líneas de actuación que incluían la creación de una unidad de igualdad en la Secretaría General y una instrucción que ordenaba a los centros penitenciarios la puesta en marcha, a su vez, de unidades de igualdad para trabajar la perspectiva de género.

En la actualidad, esas unidades están impulsando protocolos de actuación para impulsar la igualdad, revertir la discriminación por motivos de género y formar al personal para erradicar sesgos. Se han empezado a revisar los programas de tratamiento para introducir la perspectiva de género, se promueve el lenguaje inclusivo y las estadísticas ya se recogen diferenciadas por sexo.

La formación es esencial para que el cambio se produzca. Las nuevas promociones de funcionarios básicos reciben una específica de igualdad, pero son más de 25.000 los trabajadores de prisiones y por el momento no se llega a todos. "Tiene que haber cursos de formación y sensibilización para funcionarios y funcionarias de seguridad que enseñen que presos y presas tienen mecanismos diferentes para desenvolverse dentro de prisión", reitera Pascual.

"Dentro de los centros se está intentando hacer palanca para romper los roles tradicionales de género", informan desde Instituciones Penitenciarias. Por ejemplo, que ellas vayan a destinos como mantenimiento o economato, mejor remunerados, y no sólo a cocina o limpieza. Se trabaja para que esto también suceda con cursos de formación (como montaje eléctrico). Las resistencias también proceden de las propias mujeres.

Conductas menos problemáticas

Ellas tienen un mejor comportamiento en prisión (apenas hay sanciones y expedientes disciplinarios) y sacan más partido de su estancia en la cárcel, pues participan más en actividades de formación y programas de tratamiento. Por todo ello, acceden en mayor medida al tercer grado que los hombres.

"Las mujeres están muy por encima en régimen abierto precisamente porque sus conductas son menos problemáticas y sus delitos no son tan graves. El medio abierto es una forma de atemperar la dureza" de la prisión, incide la profesora de la Universidad de Castilla-La Mancha.

Otra diferencia que afecta negativamente a las condenadas con respecto a los varones es la elección de centro. La situación idónea es que puedan estar en una cárcel cercana a su población, sin embargo, son pocas las prisiones exclusivas de mujeres -donde hay mayor oferta de formación y tratamiento- y han de afrontar la disyuntiva de trasladarse lejos o bien optar por un centro masculino con módulos de mujeres donde ellas son la minoría pero pueden estar más cerca de casa. De un tiempo a esta parte, se están poniendo en marcha también módulos mixtos.

"Cumplen en lugares más alejados (...) y eso las desarraiga mucho más", sentencia Rodríguez Yagüe.

Triple condena y alta vulnerabilidad

Las mujeres ingresan en prisión con su vida y su vulnerabilidad a cuestas. Más del 80 % de las internas de cárceles españolas ha sido víctima de violencia en algún momento de su vida (el programa Ser Mujer aborda precisamente esta realidad dentro de prisión).

Sobre todo, explica Pascual, cometen delitos por necesidad y muchas veces están en prisión por ser cómplices o cooperadoras necesarias de sus parejas. En el estudio se hace hincapié en que tenían altas cifras de desempleo, analfabetismo, baja cualificación y formación, ausencia de autoestima y mucho estigma.

Tres de cada diez son extranjeras (principalmente por delitos de tráfico de drogas), con el desarraigo que implica estar encarcelada en una prisión de otro país con la familia lejos.

La toxicomanía y el tratamiento por enfermedad mental son superiores también a los registrados en varones.

Las profesoras Rodríguez Yagüe y Pascual citan a la abogada Margarita Aguilera para explicar el alto precio que las mujeres encarceladas tienen que pagar. Aguilera defiende que ellas han de afrontar una triple condena, penal, social y familiar, pues al cometer un acto delictivo rompe con el rol que la sociedad le ha encomendado, de "esposa obediente y madre ejemplar".

El reproche es mayor que en los varones, pues al delinquir e ingresar en prisión la familia, de la que la mujer ejerce de pegamento y sostén afectivo y económico, queda abandonada y esto hace que, a ojos ajenos, ella pierda toda credibilidad como madre.

"El hecho de que una mujer cometa un delito está muy penado socialmente: se la ve como mala madre, mala hija, tiene un plus de vergüenza. Cuando salga de prisión, tendrá mucho más difícil encontrar trabajo y ser acogida por su familia que un hombre", apunta Pascual.

El internamiento se traduce en un gran desarraigo familiar que implicará en muchas ocasiones la desintegración de la familia.

Maternidad sin libertad

"Los hombres reciben en prisión la visita de sus mujeres e hijos. Cuando una mujer entra en prisión, eso se diluye, deja de tener ese apoyo familiar. No hay nadie que lleve a sus hijos a visitarla, a veces los hijos rechazan a la madre y ellas se encuentran en una soledad absoluta. Ellos, al salir, tienen el apoyo de su familia, la mujer cuando sale ya no tiene a nadie", lamenta la profesora de la Universidad Francisco de Vitoria.

Aguilera expresa en Mujeres en prisiones españolas que la entrada en prisión genera una quiebra importante para la identidad de estas mujeres, que en gran medida se ha construido con la formación de la familia y la crianza de los hijos: "La pérdida de los hijos las hace entrar en un proceso de culpabilización que agrava terriblemente su condena y pone en peligro su equilibrio mental y personal".

En España, las mujeres pueden convivir con sus hijos en la cárcel hasta que éstos cumplen los tres años. A partir de ese momento, la relación se limita a visitas semanales de 40 minutos a través de un cristal y a otras más íntimas, pero más escasas, que les permiten pasar juntos un máximo de seis horas.

Actualmente, 39 mujeres conviven con sus pequeños en prisión. Es raro, precisan desde Instituciones Penitenciarias, que se dé el caso de que madre e hijo tengan que separarse porque éste cumpla los tres años y ella tenga que seguir en segundo grado. "Cuando sucede, se trabaja previamente con ella porque el proceso de separación va a ser duro. No podemos evitar ese dolor, pero sí acompañarla y facilitar comunicaciones más largas y en espacios apropiados", dicen.

"Si hay red fuera, tarde o temprano volverá con su niño. El problema es cuando no la hay y tiene que pasar a una situación de tutela", continúan.

En este sentido, Rodríguez Yagüe solicita al Parlamento una revisión de la ley para dar cobertura a las visitas de los hijos sin necesidad de que medien cristales.

"Muchos niños llevan fatal el tema del cristal, el locutorio es muy inhóspito y no les gusta el teléfono. Muchos niños terminan rechazando el ir a ver a su madre. (...) Es muy difícil fomentar la relación, que se va distanciando. Las madres en prisión muchas veces pierden a sus hijos y esta es una realidad muy dolorosa", afirma Pascual.

"Hay que repensar el cumplimiento de la pena de una mujer en prisión desde la perspectiva de género", zanja la profesora.