Opinión | IGUALDAD

Rompiendo techos de cristal

Las empleadas domésticas acaban de lograr que se les reconozca el derecho al paro; días antes Europa obligaba a las grandes empresas a equiparar a hombres y mujeres en órganos directivos

Calviño rehúsa posar para una fotografía en un foro por ser la única mujer

Calviño rehúsa posar para una fotografía en un foro por ser la única mujer / JUAN CARLOS HIDALGO

El Parlamento Europeo acaba de aprobar una directiva que obliga a las empresas que cotizan en Bolsa a asegurarse de que, al menos, el 40 por ciento de los miembros de sus consejos de administración son mujeres, un objetivo que tendrán que haber conseguido antes del 30 de junio de 2026.

La primera propuesta de la Comisión Europea en ese sentido data del año 2012, con el portugués José Manuel Durão Barroso en su presidencia. Varios países consideraron por aquel entonces que aquel no era un asunto para legislar a escala supranacional, que era mejor que cada estado lo resolviera a su modo, y de ese modo aquel primer amago se quedó en nada.

Hace unos meses la actual presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, decidió que había llegado el momento de desbloquear el asunto, y así llegamos al día de hoy, con una flamante normativa con la que aminorar las diferencias entre un género y otro, en este caso en el ámbito laboral.

Falta hace, desde luego. Según datos del Instituto Europeo para la Igualdad de Género, en 2021 las mujeres representaban poco más del 30 por ciento de los miembros de los consejos de administración de las grandes empresas europeas. A día de hoy, con la nueva directiva en la mano, solo Francia tiene ya hechos los deberes, con un 45 por ciento de mujeres en los centros de dirección. España marcha con el pelotón y aquí las mujeres no son ni un tercio de los miembros de los consejos de las grandes compañías nacionales.

La nueva norma europea impone a las empresas la obligación de adoptar medidas reales y efectivas para ir facilitando la entrada de las mujeres en los órganos en los que las empresas toman sus decisiones estratégicas. En definitiva, y aplicando la jerga feminista, se trata de romper los techos de cristal que coartan las legítimas aspiraciones de las mujeres que quieren ascender laboralmente. La presidenta Von der Leyen celebró la fecha de la aprobación de esa nueva directiva como "un gran día para las mujeres en Europa" y habló de lo interesante y enriquecedor que resultará para las propias empresas obligadas a acatarla.

Unos días después, en España, en el otro extremo de la escala laboral las empleadas ocupadas en el trabajo doméstico tuvieron también su propio motivo de celebración. Fue esta misma semana cuando el Congreso de los Diputados hacía posible, al ratificar el convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo, que las mujeres que limpian nuestros hogares y nos ayudan a mantener la salubridad y el orden en nuestras vidas, tengan derecho a una prestación por desempleo.

Para ellas ese sí que es un gran día, "un día histórico", como dijeron las portavoces de algunos de los colectivos que pelearon y presionaron para conseguir que se les reconociera.

Las directivas están al mando, en la cúspide de la pirámide laboral; las trabajadoras domésticas no tienen a nadie por debajo, están en la base, soportando toda la construcción social. Si tuviera que elegir, prescindiría primero de la piedra que corona el edificio, que de la que está abajo del todo y puede hacer que se desmorone. Afortunadamente, en este caso no hay por qué hacerlo.

Bienvenidas sean todas las acciones dirigidas a restituir la justicia debida a las mujeres, pero clama al cielo que la norma que obliga a equiparar a mujeres y hombres en las directivas empresariales llegue antes que el reconocimiento de los derechos laborales básicos, elementales, de un sector de la población activa, integrado casi exclusivamente por mujeres, con un papel decisivo en el sostenimiento del equilibrio social.