Opinión | MUJERES

Lobos

Las niñas aprenden en los cuentos que la bestia anda suelta y la realidad lo confirma día a día

Ilustración de Doré para la Caperucita Roja de Charles Perrault, de 1883.

Ilustración de Doré para la Caperucita Roja de Charles Perrault, de 1883.

El de Caperucita Roja y el lobo feroz es uno de los relatos que primero se les cuenta a las niñas. La historia de una chiquilla inocente amenazada y finalmente devorada por una bestia salvaje. El desenlace da distintos virajes, según una u otra versión, pero la lección es siempre la misma: “Ten cuidado, no camines sola por el bosque y si no te queda más remedio que hacerlo pon mucha atención a cada paso”. Bien pensado, el cuento, que admite múltiples interpretaciones, tiene poco de infantil y desde hace siglos funciona como una luz de alerta encendida en la cabeza de las niñas y de las mujeres que serán después.

Hay estudiosos capaces de rastrear el origen de esa historia hasta la antigua Roma, aunque es al francés Charles Perrault a quien se le atribuye la autoría de la narración clásica, allá por el siglo XVII. Lo cierto es que el relato llevaba nadie sabe cuánto tiempo circulando por toda Europa y amedrantando a las niñas.

Mucho antes aún el Evangelio de San Mateo recomendaba guardarse de los lobos con piel de cordero, una advertencia que en ese caso iba dirigida a hombres y a mujeres. El de Caperucita más que un cuento es una parábola, como las que tanto repiten los redactores de la Biblia.

En El Castillo de Barbazul (Tusquets Editores), la tercera entrega de su trilogía de la Terra Alta, Javier Cercas, recupera la imagen del lobo. La primera vez que la hija del protagonista consigue verbalizar el abuso al que ha sido sometida recurre a ella: “Lobos”. El autor no necesita mucho más que esa palabra para evocar todo el terror y el dolor de la víctima.

Las niñas y las mujeres han aprendido a convivir con la amenaza del lobo. No les conviene olvidar que en algunos hombres habita una bestia que puede salirles al paso mientras pasean por el bosque, en la escuela o en la iglesia, en medio de la noche o en un transporte público o en el rellano de su casa. Los lobos campan a sus anchas, solitarios o en manada, se aprovechan de la confianza y sacan provecho del caos.

En Mallorca, donde transcurre buena parte de la acción en la novela de Cercas, está en marcha actualmente una investigación sobre una trama de explotación sexual de menores tuteladas por los servicios sociales. La Defensora del Pueblo ucraniana, Liudmila Denisova, denunció a principios de esta semana en The New York Times la violación de 25 niñas y adolescentes, de entre 11 y 14 años en un sótano de la localidad de Bucha. Contó que nueve de ellas habían quedado embarazadas y que “los soldados rusos les dijeron que las violarían de tal manera que no querrían tener relaciones sexuales con ningún hombre, para evitar que tengan hijos ucranianos”.

El mundo nos parece más civilizado y creemos habernos librado de las miserias pasadas, pero tristemente los lobos siguen al acecho en los recodos del bosque.