Violencia de género

"Mi padre obligaba a mi madre a pagarle para poder verme"

Samuel Sebastián sufrió violencia vicaria de niño 

Amparo cuenta su batalla judicial por el horror que sufren sus hijos por parte de su maltratador

Samuel Sebastián, víctima de violencia Vicaria en su infancia.

Samuel Sebastián, víctima de violencia Vicaria en su infancia. / Fernando Bustamante

Violeta Peraita

La desgracia de Sueca es "la punta del iceberg". Es la peor cara y la más grave de la violencia vicaria, que es la que los maltratadores ejercen contra las personas que más quieren las mujeres víctimas de violencia de género para seguir haciéndoles daño (normalmente sus hijos). Pero la violencia (vicaria) empieza mucho antes. Es incluso anterior a ponerle nombre. Samuel Sebastián tiene ahora 45 años y hace apenas tres o cuatro años que identificó aquello que sufrió de niño, esa violencia de género que su padre ejerció contra su madre y esa tortura vicaria que él mismo tuvo que experimentar.

Le puso nombre. Violencia vicaria. "Lo viví cuando esto no tenía nombre y lo que no se nombra. No existe", comienza el cineasta de profesión. Sus padres se separaron cuando él tenía dos años "construí mi infancia en base a lo que me contaban, las vivencias que yo no recordaba por ser muy pequeño". Y esas ideas que incorporas los primeros años, "son muy difíciles de desmentir o cambiar, requiere reconstruir tu historia".

La violencia vicaria no solo es física. También psíquica, económica, institucional o verbal y todo se engloba dentro del machismo

Samuel Sebastián

— Víctima de violencia vicaria

Samuel pensó toda su vida que su madre se prostituía para poder mantenerlo, que era un desastre, una loca, una mala influencia. La única madre divorciada de toda su clase, dice. "Mi padre construyó mi infancia a base de mentiras, me habían hecho creer que mi madre era una puta (qué palabra para denigrar a las mujeres, cuando son ellos los que las explotan a cambio de dinero, matiza Samuel), cuando, a pesar de todo lo malo que me decían de ella, ella siempre me había salvado". La violencia no solo es física. También psíquica, a través de insultos, a través de calificaciones denigrantes; económica, "mi madre tenía que pagar para verme" cuenta y de otras muchas formas que subyacen todas a una cosa, el machismo. 

"Acabar con la violencia requiere un esfuerzo propio de re escribir mi infancia, que fue otra cosa a la que yo recuerdo"

Samuel Sebastián

— Víctima de violencia vicaria

Samuel no supo toda la verdad sobre la separación de sus padres, las palizas que su padre propinó a su madre y que le provocaron, entre otras secuelas, un aborto, hasta que su madre estuvo en su lecho de muerte. "Antes de morir ella, buscaba responder todas las preguntas que nunca habían tenido respuesta en mi vida", dice. Ahí supo que su padre, aquel profesor que todo alumno, vecina y persona del entorno adoraba por su simpatía y los valores que trasladaba a través de la educación, fue en realidad un maltratador. Que maltrató a su madre y le siguió haciendo daño una vez separados a través de él, de su hijo.

"Desarrollé un miedo irracional a estar con mi madre. Tenía dos mundos, el del colegio, donde mi padre daba clases y en el que dormía entre semana con mis abuelos y el de mi madre, a quien veía los fines de semana y de quien siempre intuía algo ‘oscuro’, algo que en realidad no existía, era una construcción basada en mentiras".

"Desarrollé un miedo irracional a estar con mi madre por todo lo 'oscuro' de ella que tenía interiorizado pero que en realidad no existía"

"Me fui a vivir con ella y estaba muy a gusto pero algo me tiraba en contra de ella". Era todo lo que su padre le había contado. En realidad, los momentos más felices "los viví con ella", recuerda Samuel. "Acabar con la violencia requiere un esfuerzo propio de reescribir mi infancia, que fue otra cosa a la que yo recuerdo". 

"Me tortura con mis hijos"

La violencia vicaria que conocemos, la que llega a asesinatos, es, de nuevo, la punta del iceberg. Las historias como la de Samuel o como la de Amparo (nombre ficticio para preservar su identidad y la de sus hijos) son las miles de historias que causan sufrimiento cada día a mujeres y niños y niñas.

Amparo lleva casi veinte años sufriendo la violencia de género que su (ex)marido ejerció contra ella mientras estaban juntos y, una vez separados, ejerce contra sus tres hijos en común. "Me tortura cada día haciendo sufrir a mis hijos".

"Hay miles de criaturas muertas en vida"

Los hijos de las víctimas están reconocidos como víctimas, pero a pesar de tener todas las herramientas, siguen sin estar protegidos. "No es un problema de la legislación, sino de que la justicia no nos protege". Así de contundente se muestra Chelo Álvarez, presidenta de la asociación Alanna, que ayuda y da apoyo a las mujeres víctimas de violencia de género. Pide "responsabilidades" y una protección "real" a todo el sistema judicial. "Hay voces en el caso de Sueca que culpabilizan a la madre y no. Ella no es culpable". "Si no quieren que cojamos a nuestros hijos y nos los llevemos, tienen que protegerlos. Si las madres no los protegen, ¿Quién lo hace?". El asesinato a los hijos es la punta del iceberg, la realidad "es que hay miles de criaturas muertas en vida y atemorizadas". "Que te devuelvan a los niños sin duchar y sin hacer los deberes también es violencia vicaria. Insultos a las madres también es violencia vicaria, llega un momento que los hijos no quieren ver a las madres". Aunque hay herramientas legales, Álvarez denuncia que hace falta instrumentos para que la protección sea real y que las leyes se apliquen bien. Pide formación a los jueces en violencia de género si van a ejercer en un juzgado especializado. Pide una fiscalía centralizada, fuerte y especializada que "nos defienda". Pide el fin del Síndrome de Alienación Parental. "Es violencia institucional" y pide protección, una vez más. "No podemos denunciar si no tenemos una protección". La mitad de las medidas del Pacto de Estado contra la Violencia de Género no se han desarrollado. Nos dicen que tengamos paciencia. ¿Paciencia, señoría?, nos están asesinando en vida y nos separan de nuestros hijos".

La historia que Amparo cuenta a Levante-EMV, medio que pertenece al mismo grupo editorial que este

EL PERIÓDICO DE ESPAÑA

, empieza hace veinte años. Habla tranquila, serena, entera para la gravedad de los hechos. Una relación ideal al inicio que se vuelve completamente oscura cuando la violencia de género empieza a hacer sus apariciones. Control. Sumisión. Chantaje. Insultos. Escupitajos. Empujones. Intimidación. Aislamiento. Le costó reconocerse como víctima. "Es de manual, me da vergüenza, siempre le perdonaba cuando decía que iba a cambiar". Pero, al final, un día se fue de casa con los tres pequeños. "Aunque lo que yo creía que era el final de una pesadilla se convirtió en la puerta del descenso al mismísimo infierno", relata.

"Hoy aún me cuesta mucho reconocerme como víctima de violencia de género, porque tengo otra batalla, la de mis hijos"

Amparo (nombre ficticio)

— Víctima de violencia de género

Al principio, su ya expareja y el padre de sus hijos comenzó a hacer todo lo posible para que volviera. "Lo único que yo buscaba es que las cosas no fueran a peor, no despertar al monstruo, pero no estaba dormido". Conforme ella más intentaba formalizar la separación, él más oposición y daño hacía. "Siempre me amenazaba con que me iba a quitar a los niños".

Amparo vivía entonces con sus padres y los niños se turnaban en cada casa, "hacía todo lo que él quería, nos repartíamos a los niños como él quería, tenía miedo de que se enfadara". "Cuando se dio cuenta de que no iba a volver con él, cambió de estrategia, y el menor de los hijos empezó a contar que su padre estaba abusando sexualmente de él", explica. Esa primera manifestación hizo saltar todas las alarmas. Llamó a un psicólogo para pedir consejo y allí es cuando le dijeron: "¿tú eres consciente de que esto es un caso de violencia de género?".

"Tengo otra batalla, la de mis hijos"

"A día de hoy aún me cuesta mucho reconocerme como víctima de violencia de género, porque tengo otra batalla, la de proteger a mis hijos". Nunca ha denunciado por violencia de género. "Me dijeron que si no había palizas recurrentes con partes médicos, las denuncias por violencia acaban archivadas y perjudican a la mujer en un procedimiento civil (divorcio), porque se interpreta como que has denunciado en falso para intentar sacar rédito y ganar la custodia".

Tampoco denunció los abusos sexuales porque "me daba pánico que él se enterara que el niño había hablado sin poder protegerlo. Él se los llevaba siempre que quería y mi hijo mayor dormía con él un día si otro no". Finalmente llevó al menor a un centro especializado para que le exploraran y allí abrieron diligencias previas de oficio. "Sin avisarme. Yo tenía terror de que él se enterara de que el niño había hablado, por las represalias que pudiera tomar contra los niños". Con los meses, la investigación de los abusos sexuales (penal) acabó en un sobreseimiento provisional (un archivo temporal) "lleno de irregularidades". Y el día siguiente se dictó "una custodia compartida como si nada".

Una batalla judicial eterna y acusación de "alienar"

Desde entonces, Amparo está en una batalla judicial interminable para conseguir la custodia de sus hijos, que continúan viendo a su padre, a pesar de que llevan casi diez años manifestando que no quieren vivir con él. "Les insulta, les maltrata, les hace daño". En un camino en el que ya lleva años, mientras los tres crecen y son cada vez "más conscientes de sus derechos y de cómo estos son vulnerados sistemáticamente" y en un procedimiento en el que incluso se la ha llegado a acusar a ella con el falso Síndrome de Alienación Parental (SAP), un síndrome que no está reconocido clínicamente ni tiene aval científico (y que inventó el "abogado de un pedófilo") y que hace referencia a una supuesta manipulación de las madres sobre sus hijos para provocar rechazo sobre el padre. De hecho, Amparo asiste a terapia psicológica decretada por la jueza para curarle esa "alienación" que, lejos de confirmar el falso SAP, ha diagnosticado que Amparo es víctima de violencia de género y vicaria y padece un síndrome de estrés postraumático debido a toda la violencia vivida.

Tras años cumpliendo con lo que el juzgado ha ido decretando, "incluidos los regímenes de custodia impuestos como castigo después del diagnóstico del falso SAP", dice Amparo, "mis hijos no quieren estar con su padre porque sigue ejerciendo violencia contra ellos".

"Su único propósito es hacerme daño a mi a través de mis hijos"

A día de hoy, Amparo y su ex marido siguen con procedimientos judiciales abiertos. Ella para "intentar que se escuche y se proteja a sus hijos y se respeten sus derechos" a base de cambiar la custodia compartida y él porque "está dispuesto a todo para que los niños no puedan vivir con su madre".

Los hijos de Amparo tienen tocs, pesadillas, secuelas de la violencia vista y vivida durante todos estos años. El parricidio de Sueca ha provocado pesadillas en su hijo mayor "que sueña que su padre mata a sus hermanos". Ella también sufre. Tiene miedo. "Su único propósito en la vida es hacerme daño a mi, aún a costa de dañar a sus propios hijos para conseguirlo. Para él son solo un instrumento para poder seguir ejerciendo control y violencia sobre mí", cuenta.

"¿Tienes miedo?", pregunta Levante-EMV. "Mientras me siga haciendo daño así, no nos matará. Cuando deje de poder dañarme de esta forma, ya veremos qué ocurre", sentencia. Amparo no duerme. Vomita por los nervios y tiene problemas de corazón por la ansiedad y el estrés. Desde el asesinato del pasado domingo que acabó con la vida de Jordi, el niño de 11 años de Sueca, todavía más. "Todas las mujeres que tenemos situaciones de riesgo con nuestros hijos estamos pasando unos días horrorosos. No puedes dejar de pensar: ¿Alguien parará esto antes de que maten también al mío?".