8 de marzo

Mujeres contra viento y marea

La presencia femenina en actividades pesqueras en Galicia representa un 25% del total de trabajadores. Son mayoría en marisqueo a pie y reparación de redes e irrumpen con fuerza en otros oficios marineros

De izq. a dcha. y de arriba a abajo: Arantxa Toriza, Dolores Gómez, Marisa Paz, Rosa María Pardo, Sara Pastoriza y Míriam Paz.  / IÑAKI ABELLA / GONZALO NÚÑEZ

De izq. a dcha. y de arriba a abajo: Arantxa Toriza, Dolores Gómez, Marisa Paz, Rosa María Pardo, Sara Pastoriza y Míriam Paz. / IÑAKI ABELLA / GONZALO NÚÑEZ / IÑAKI ABELLA / GONZALO NÚÑEZ

Ana Rodríguez

"Ti cres que unha percebeira pode traballar ata ás 22 semanas de embarazo?”, pregunta Míriam Paz Ramallo, una joven de Aguiño de 27 que espera el nacimiento de su tercer hijo, su primera niña, para dentro de tres meses. Finalmente consiguió la baja en enero, con antelación a lo que establece la ley, porque además de percebeira es buceadora en una embarcación dedicada a la extracción de navaja y erizo y las inmersiones subacuáticas sí están contraindicadas desde el primer momento de la gestación. Saltar a las rocas, saltando entre piedras y sorteando las amenazantes olas, no.

Míriam es una de las cien mil mujeres que trabajan en el sector pesquero en Europa y de las 9.500 dedicadas a estas actividades en España, donde la representación femenina es un 16,04% del total, porcentaje que en Galicia asciende a un 25%. La mano de obra de la mujer es mayoritaria y tradicionalmente predominante en algunos oficios del mar como redeiras, mariscadoras a pie, comercializadoras y transformadoras. En otras ocupaciones, como percebeiras, bateeiras o marineras de bajura, su presencia en los registros de la Seguridad Social es minoritaria, aunque la mujeres lleva años acompañando al hombre en la faena. Y en embarcaciones de flotas de altura que exijan dormir a bordo, la representación femenina es casi anecdótica, pese a que hay algunas que han luchado y continúan peleando por ejercer la profesión que les gusta y para la que se han formado.

Hablamos en este reportaje con seis mujeres gallegas dedicadas a diferentes actividades relacionadas con el mar y la pesca.

Míriam Paz es una de las treinta mujeres dedicada profesionalmente a la extracción de percebe en de Aguiño -son un total de 160 percebeiros- pero solo ella, su madre y otra compañera “saltan” al mar (el resto de mujeres acompañan a sus parejas y se quedan arriba seleccionado y clasificando el marisco extraído). “Dependendo da hora da seca (bajamar), traballamos pola mañá ou pola tarde, sempre en horas de luz”, explica esta hija y hermana de percebeiros que, a los 19 años, decidió seguir la tradición familiar porque “é o que me gusta e estou acostumada”.

Míriam Paz ante el monumento a los percebes de Aguiño. / IÑAKI ABELLA

Su jornada laboral es de ocho o nueve horas -una antes de la bajamar y siete u ocho dedicada a extraer percebe de las rocas, “haxa mar de fondo ou non”, clasificarlo y llevarlo a la venta. “Non teño problemas para coller cada día a miña cuota, de cinco kilos, aínda que se deixaran podería coller dez ou quince. É cuestión de maña”, comenta. Su zona de trabajo es la parte norte de la ría de Arousa comprendida entre As Furnas y las islas de Sálvora y Sagres, a las que va en invierno y las que considera el lugar más peligroso para trabajar y ser llevada por un golpe de mar.

"ASÍ PUEDO CONCILIAR"

Más al sur de la costa gallega, en la ría de Vigo, en Cangas, Sara Pastoriza Durán, de 38 años, trabaja también como percebeira desde hace poco más de un año, cuando, animada por su pareja, también percebeiro, se decidió a obtener el título y la competencia laboral que le faltaba y acompañarlo en la faena que desarrollan en Cabo Home y Costa da Vela, en invierno, y en las islas Cíes, en verano.

El motivo que la convenció a cambiar de trabajo fue la conciliación de la vida laboral y familiar. Y es que ninguno de los trabajos que tuvo anteriormente, como administrativa en una tienda de decoración de Vigo, como dependienta y como empleada de hogar, le permitiría poder cuidar de su hija de tres años como ella quiere. “En tierra es difícil encontrar un trabajo a jornada continua que te permita conciliar, aquí no estás todo el día, trabajo de mañana o tarde, pero tengo tiempo para estar con mi hija”, explica.

Sara Pastoriza con un saco de percebe para la lonja de Cangas. / GONZALO NÚÑEZ

Natural de Moaña, “de las alturas”, Sara Pastoriza nunca se había imaginado acabar trabajando en la mar. “De marinera en un barco, puede que sí, pero saltando en las rocas, no. Hasta me da miedo subir al saltamontes de las fiestas. Soy muy echada para delante y cuando voy por los acantilados, no me fijo por donde bajo, solo veo para mis pies”, comenta. Considera que una mujer puede realizar el mismo trabajo que un hombre extrayendo percebe. “Es cuestión de condición física, no de sexo”, dice. Pero ella no accede a las piedras. “Mi pareja es el que realmente baja y coge la cuota que nos corresponde, yo me quedo más arriba clasificando el percebe. Sabía que era un trabajo arriesgado, pero hasta que lo vi no me imaginaba que era tan peligroso; hay veces en que la mar parece que está en calma, pero en cualquier momento te puede barrer una ola”, dice.

"EL PROBLEMA ES CUANDO HAY QUE DORMIR A BORDO"

Arantxa Toriza Pérez, marinera de Viveiro de 32 años, es una de las pocas mujeres con el título de capitana de barco -lo obtuvo antes de la pandemia en Vigo-, pero aún le faltan los “días de mar” necesarios para obtener el título profesional del Ciclo Superior de Navegación, Pesca y Transporte Marítimo que completó en Ferrol en 2012. Sus compañeros de promoción ya se han olvidado hace años de ese requisito, que exige completar un año embarcado como alumno en prácticas o como marinero . El motivo: en un principio, ser mujer y, más tarde, cuando ya obtuvo el título de capitana y le salieron más oportunidades, por temor a embarcar en pandemia y por no encontrar ofertas adecuadas a sus intereses.

Nacida en el seno de una familia marinera y criada frente al puerto de Viveiro, Arantxa se ha encontrado con muchos obstáculos para ejercer de marinera. “No mar o problema ven desde o momento que tes que durmir no barco, ahí veñen as reticencias”, explica, a la vez que se reconoce afortunada por haber tenido el apoyo familiar que le permitió llevar años persiguiendo su sueño sin tirar la toalla.

Y es que los tres primeros años después de sacarse el título de marinera no encontró ningún barco que quisiera llevar mujeres a bordo. Tras dos meses en un remolcador como alumna, el tiempo que duraba el convenio con la escuela, decidió aparcar la búsqueda de trabajo e irse a Italia un año a mejorar el idioma. Al regresar, halló un pinchero dispuesta a contratarla y puso rumbo al Gran Sol, luego trabajó en la bajura y hasta llevando pasajeros en una ruta turística veraniega por la ría de Viveiro, compaginando esos trabajos con otros.

En 2019 le llegó la oportunidad de ir a Malvinas en un arrastrero como segunda oficial y no se lo pensó. Tras esa campaña, la misma empresa la solicitó para ir a Canadá, y también fue. En la actualidad, ya con el título de capitana, acaba de llegar de una campaña en la que sustituyó a un compañero que no pudo enrolarse. “Ía para quince días e acabou sendo un mes no que só estiven cinco horas en terra nun porto de Francia”, comenta. Y es que la pandemia, según apunta esta marinera, ha empeorado las condiciones laborales a bordo. “As mareas agora alárganse, dinche que é porque non hai vuelos e ves xente viaxando por pracer, hai xente que leva un ano metida nun barco, e así e normal que non queran estar no mar. Logo botan balóns fora dicindo que non hai relevo xeracional e non falan da precariedade, do sistema de descansos e nalgúns casos dos sueldos. Non podes chegar a porto e gañar seiscentos euros”, manifiesta.

Su objetivo, el trabajo que le gustaría desempeñar, sería en el caladero de Malvinas - porque “te permite traballar sete o oito meses e estar os outros catro na casa” - a bordo de un calamarero o de un atunero, aunque estos últimos “de mulleres non entenden”. Además, los barcos son más amplios y cómodos. ¿Problemas por ser mujer en un trabajo copado por hombres? “Para mín, ningún. Non depende do xénero sinon da persoa. E o de compartir camarote con homes tampouco é un problema, aínda que hai que poñerse en situación e entender que hai mariñeiros indonesios cos que compartín camarote que si tiñan problema porque son musulmáns e para eles era unha imposición, algo que non elixirían”.

TEJIENDO REDES

Rosa María Pardo Campaña, redeira de Portosín, se reencontró a los 36 años, hace tres y medio, con su primer oficio, el que ejerció de los 14 a los 19 años ayudando a una tía abuela. En ese momento “lo dejé porque las condiciones eran muy malas, estaba sin seguro tardaban en pagar y pagaban poco”, comenta. Tras trabajar en fábricas de conserva en tareas de limpieza de atún y enlatado, en 2018 dejó su empleo fijo para cuidar a su padre, enfermo de cáncer, y volvió a arreglar redes, primero ayudando a una compañera de trabajo propietaria de un barco, y más tarde como empleada de unos armadores, trabajo que desempeña en la actualidad manteniendo en perfectas condiciones redes de cerco.

“Las condiciones han cambiado mucho respecto a cuando era niña, aunque aún nos queda por hacer. De hecho ahora puedo conciliar, llevar a los hijos al colegio, pasar la tarde con ellos, adaptar mi horario a los suyos. Me dejan escoger, cosa que en la fábrica de conservas no podía, ni siquiera me dejaban llamar por el móvil a mi suegra cuando se quedaba con mi hijo porque estaba enfermo-”, comenta.

Rosa María Pardo, en la nave de redes de Portosín. / IÑAKI ABELLA

La de rederas es una profesión en Galicia copada por las mujeres, “solo en arrastre hay hombres porque son redes grandes y gordas”, apunta Rosa Pardo, que desarrolla su trabajo en la nave de redes de Portosín junto a otras 21 redeiras. “De las 22, solo tres somos trabajadoras por cuenta ajena, las demás son autónomas. Cotizan más que yo, pero no tienen sueldo fijo ni derecho a paro”, explica Rosa, quien se queja de que esa profesión no esté incluida en el régimen de cotización especial del mar y, por tanto, no tengan derecho al cociente reductor que les permita jubilarse antes de los 67 años. “Nuestras manos y brazos son nuestras herramientas de trabajo, tango varias compañeras operadas del túnel carpiano de las dos manos, con lumbalgias y artrosis. Yo tengo la suerte de trabajar en una nave, pero muchas redeiras están todo el año en el muelle, al frío y a la lluvia. Es inviable llegar a los 67 años trabajando. Yo no me veo más allá de los 60”, relata Rosa, que es una de las tres redeiras más jóvenes de las que comparten nave en Portosín.

El oficio de reparar redes y preparar aparejos es cien por cien manual. “Nuestro trabajo no lo puede hacer ninguna máquina y el problema es que no hay relevo generacional”, explica Rosa. Y es que “para aprender el oficio son necesarios unos cinco años, es a base de práctica, de resolver averías según te vayan saliendo”. Las pocas aprendices que llegan no tienen sueldo fijo o no cobran hasta que puedan realizar bien su trabajo, según explica esta redeira, de ahí que las escasas nuevas incorporaciones sean familiares de armadores.

POR UN OBSERVATORIO DE IGUALDAD

Dolores Gómez Ordóñez es la gerente de la empresa familiar de explotación de mejillón en la que trabajan, además de ella, su hermano y su hijo. Estudió formación profesional en la rama de auxiliar administrativa pero prefirió el mar a trabajar en una oficina y lleva ya treinta años atendiendo las bateas. “Hoxe en día ca maquinaria podes facer o mesmo que un home, non é cuestión de forma física porque non se levantan as cordas á man, son con grúa”, explica. “O traballo é físico, pero teño amigas administrativas que están peor da espalda, as mans e o túnel carpiano”, añade.

Entre las ventajas que le ve al trabajo que desarrolla respecto a otros, destaca la posibilidad de gestionar su tiempo. “Un día normal podo saír do muelle ás 7 da mañá e volver ás dúas ou tres. É variable. Se vas a fábrica, en catro horas tes a barcada, poder ás cinco da mañán para estar ás dez no mulle e despois se queres fas algo más o marchas para casa”, comenta.

Dolores Gómez, en su barco bateeiro en Rianxo, / IÑAKI ABELLA

La escasa representación de las mujeres en las cofradías y organizaciones de pescadores es una de las asignaturas pendientes del sector, según indica Dolores Gómez, que durante seis años, del 2014 al 2020 fue presidenta de la asociación de productores de mejillón de Rianxo. “Cando me presentei ao cargo tiña algúns recelos, pero logo me dixen, manda truco, os meus compañeiros non me poden dicir que non sei do que falo, estou en igualdade de condicións”, afirma Gómez Ordóñez, quien lamenta que a veces “algunhas mulleres pensan que non están capacitadas, parece que nos exisimos máis e que temos que demostrar que estamos máis preparadas que eles”. Esta bateeira considera necesario que haya un observatorio de igualdad para el sector de la pesca en Galicia, algo que han pedido las mujeres del mar a la Xunta y a los partidos políticos con representación en el Parlamento. “non sabemos a situación real das mulleres no sector, non hai datos diferenciados por homes e mulleres, teñen que facer un estudio porque somos a comunidade de España onde máis importante é a pesca e a acuicultura. Antes, cando non había maquinarias, as que iban a enrollar as bateas eran as mulleres e supoño que moitas non estaban nin aseguradas”, relata.

“PREFIERO EL MAR A CITROËN”

Marisa Paz Pérez, de 52 años, trabaja en la embarcación Brun, con base en Cangas, propiedad de su marido y dedicada a la extracción de erizo, algas, nécora y pulpo. “Prefiero trabajar en el mar y estar al are libre que trabajar en Citroën. A mí eso de estar sentada ocho horas en una oficina no me va”, comenta Marisa, que a lo largo de su trayectoria laboral ha pasado por varios trabajos tanto en el mar -como mariscadora a pie y a flote- como en tierra -en Citroën.

Respecto a la dureza de enfrentarse a la naturaleza, esta marinera comenta que el mar sí asusta. “Trabajamos en Cíes, que está lleno de cabezos, cuando el mar está bravo, ves como rompe delante de ti y tienes que procurar escapar a esas olas. Ya no es la primera vez que me mete lancha adentro”, relata.

Marisa Paz a bordo del Brun en el puerto de Cangas. / GONZALO NÚÑEZ

Marisa forma parte de la tripulación del Brun junto a su marido y su sobrino. “Manejo la lancha como si la manejara mi sobrino, que ahora está de baja”. Se trata de procurar no atrapar con la hélice del barco la manguera de aire comprimido que emplean para las algas y el erizo. “¿Esfuerzo físico? Tengo que levantar el salabardo que va enganchado al barco por un cabo cuando ellos me avisan de que ya está lleno y listo para subir a la lancha. Pesará unos cinco, seis o siete kilos. Cuesta, pero todo es cuestión de poner las piernas de una forma para hacer fuerza”, explica.

Al igual que el resto de compañeras entrevistadas para este reportaje, excepto las que trabajan embarcadas durante largos periodos, Marisa Paz destaca como una de las grandes ventajas de su trabajo el horario de mañana, que le permite disponer de tiempo libre durante las tardes. “Prefiero el erizo, porque vas esas tres o cuatro horas a cogerlo y vuelves a tierra. La nécora ya es más complicada porque te levantas a la hora de comerte, tienes que ir a la lancha a encarnar desde las cuatro a las seis y media, vas a largar, vuelves a casa a cenar y otra vez al mar a las 9 o o 10 de la noche, luego a la lonja a vender y a casa a dormir de 8 a dos de la tarde”.

Se considera muy inquieta y le gustan los cambios, de ahí que cambiara varias veces de trabajo. Incluso sacó el título contraincendios de segundo nivel para poder ir embarcada. “Mandé currículos, pero al tener solo el título de máquinas y puente tenia que hacer tres meses para convalidarlo, vino la pandemia y se fastidió todo”, explica.