CURIOSIDADES DE MADRID
Restos humanos detrás de las paredes: así es la estación de Metro de Madrid construida sobre muertos
En esta ubicación había entre los siglos XVI y XIX un monasterio, junto al cementerio para enterrar a sus frailes difuntos
Un viajero se sube a un tren en una parada de Metro de la Línea 1 y se baja en Tirso de Molina para comprar unas flores en los puestos de la plaza, para ver una película en la icónica Sala Equis o una obra de teatro en el Nuevo Apolo o para tomar una cerveza en alguna de las terrazas. Lo que quizá no imagina al recorrer la estación en su camino hacia la calle es que se encuentra rodeado de restos de seres humanos.
El origen de este tenebroso dato parte del Convento de Nuestra Señora de la Merced, que se encontraba en este enclave céntrico de la Villa de Madrid. En él habitaron y rezaron numerosos monjes, pertenecientes a los Mercedarios Calzados. Comenzaron siendo una comunidad de ocho miembros a mediados del siglo XVI y llegarían a ser hasta ciento diez frailes en el siglo XVII, cuando alcanzaron el pico álgido de actividad. Según los mapas históricos consultados, rodeaban el edificio religioso la Calle de la Merced, la de Cosme de Médicis y la de los Remedios, actualmente desaparecidas.
El monasterio estaba ubicado en la actual plaza de Tirso de Molina. Este solar tuvo el nombre de plaza del Progreso desde 1840 hasta 1939, motivo por el cual la estación de Metro inaugurada en este lugar en 1921 también fue llamada Progreso. Tras la Guerra Civil española, la nueva clase política franquista decidió el cambio a la denominación vigente para homenajear al literato y religioso español y con ello, también se modificó el de la parada del suburbano. Antonio Palacios fue el arquitecto encargado de rediseñarla, en una auténtica obra maestra con azulejos de cerámica toledana blancos y azules, remates dorados y otras piezas de decoración.
El túnel donde se encajaron las vías fue horadado en ese terreno, entre los vestigios del convento, que había sido demolido en el siglo XIX a causa de la desamortización de Mendizábal. También yacían allí los restos humanos de todos los frailes enterrados a lo largo de varios siglos en el cementerio anexionado al monasterio.
Al iniciar las obras para la creación de esta terminal de Metro fueron encontradas partes de osamentas correspondientes a 200 personas en nichos bastante deteriorados con inscripciones en latín, así como otros objetos que pertenecieron a los mercedarios fallecidos e inhumados en esta localización. Todas estas huellas de una vida pasada fueron apiladas en los laterales del orificio excavado. Después, cuando construyeron los muros recubiertos con un minucioso trabajo de alicatado, los fragmentos de esqueletos quedaron relegados tras las paredes de la estación, un lugar donde permanecen hoy en día, encerrando un secreto que muchos de los pasajeros que la recorren cada día jamás se imaginarían.
La historia del Convento de la Merced en Madrid
El monje Gaspar de Torres recibió el encargo de abrir un monasterio para la orden de los mercedarios en Madrid en 1564. Así, varios edificios fueron diseñados por fray Tomás de Trujillo y el espacio empezó a ser habitado por varios religiosos que se desplazaron desde otras localidades cercanas, como Toledo o Salamanca.
En sus inicios, recibían donaciones de Pedro Franqueza, conocido como conde de Villalonga. Este noble consiguió labrarse una buena posición durante el reinado de Felipe III gracias a su amistad con el duque de Lerma. Sin embargo, acabó en prisión por urdir tramas de cohecho y falsificación en 1611, por lo que el Convento vio su patronato cambiado por el de doña Mencía de la Cerda, también llamada marquesa del Valle.
Este lugar de culto religioso alcanzó su auge en el siglo XVII con el número máximo de conformantes en toda su historia. También recibió mayor fama gracias al dramaturgo, poeta y monje fray Gabriel Téllez, apodado Tirso de Molina, que formaba parte de la orden. Este religioso madrileño escribiría prolíficas comedias de enredo y hagiografías. Fue muy relevante para la literatura del Siglo de Oro español e influyó en autores posteriores.
Por el otro lado, el punto de mayor decadencia del Convento tuvo lugar durante la etapa de dominación francesa a principios del siglo XIX. Los soldados de Bonaparte saquearon las obras de arte y las piezas de valor. Unas décadas después, la desamortización de Mendizábal obligó a la demolición del Convento en 1840 y entonces se creó la ya mencionada Plaza del Progreso, en la que se crearon unos jardines, una fuente y una estatua. Con el tiempo, habría varios cafés emblemáticos, unos cines y comercios, hasta que con el paso de las décadas se fue alcanzando el aspecto que presenta hoy en día la plaza de Tirso de Molina.
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