EL PERIÓDICO DE EXTREMADURA

De Cáceres a Filipinas: el privilegio de ser un expatriado

A los occidentales que vivimos en el extranjero se nos llama “expatriados”, por mucho que hayamos venido también por trabajo. En Filipinas, además, somos expatriados y privilegiados, porque se nos trata con una gran deferencia positiva

Vista nocturna de Makati, el distrito financiero de Manila.

Vista nocturna de Makati, el distrito financiero de Manila. / NACHO URQUIJO

Ignacio Urquijo Sánchez

Manila

Lo que más me llamó la atención de la imagen fue que todavía sostuviera el teléfono móvil. La foto mostraba a una persona con rasgos subsaharianos tirado boca abajo en una playa. Tenía una manta térmica por encima de las piernas, la cara llena de arena y el rostro desencajado por el trauma que suponemos acababa de experimentar, intentando llegar a la orilla desde el mar. Pero a pesar de todo, sostenía el móvil con fuerza. Probablemente era la única conexión con su tierra y no quería soltarla.

La fotografía estaba publicada en un suplemento dominical de un diario del norte de España e ilustraba un artículo sobre la llegada de personas en patera desde África hasta las Islas Canarias. El pie de foto explicaba que estábamos viendo a un "inmigrante" descansando en la playa tras haber completado "su travesía".

Sin querer, me comparé con él. Porque yo también soy un emigrante que acaba de completar su travesía hasta otro continente. Y con la comparación, me sentí mal. Porque por una cuestión de fortuna, yo he nacido en la zona del planeta que no requiere más que un par de gestiones en línea para conseguir la entrada en otro país, por lejano que sea. No tengo que enfrentarme a viajes inciertos, peligros de muerte, ni la presión de tener que salir de mi lugar de origen para poder sostener a mi familia. Lo mío ha sido una elección en la que el crecimiento personal y profesional jugaban un papel importante, pero tenía otras alternativas. No estaba obligado a irme. La persona de la foto, que agarra el móvil como si fuera un salvavidas, probablemente no tuvo elección. Nadie quiere poner en riesgo su vida si no es porque lo que tiene en casa es incluso más peligroso que aquello que le espera en el camino.

Expatriados y privlegiados

Seguí tirando del hilo y las comparaciones me fueron separando aún más de él. Porque en el momento en el que esta persona, de la que no se menciona el nombre, puso un pie en España, ya era un "inmigrante". En cambio, a los occidentales que vivimos en el extranjero se nos llama "expatriados", por mucho que hayamos venido también por trabajo. En Filipinas, además, somos expatriados y privilegiados, porque se nos trata con una gran deferencia positiva.

Fue una de las primeras cosas de las que me avisaron antes de llegar a Manila: cuidado, que no te pique el bicho blanco. Este bicho blanco es un insecto metafórico que aparece cada vez que te abren la puerta al entrar en una tienda, te ceden el paso en el ascensor o te llaman "señor" al final de cada frase. Es un bicho que te puede infectar de condescendencia y, cuando te vas a dar cuenta, llevas tres meses sin tocar el pomo de una puerta y te piensas que este es el orden natural de las cosas.

Pero no, esto en realidad es tan extraordinariamente anómalo como el hecho de que tenga que haber una persona tirada boca abajo en una playa de Canarias porque no ha tenido las oportunidades suficientes en su tierra para progresar, ni tampoco ha encontrado vías de llegada a Europa que no pongan en riesgo su integridad física.

El problema es que, a base de repetición, nos hemos acostumbrado a que estos dos extremos sean "normales", y por eso no los cuestionamos. El antídoto, supongo, está en valorar la suerte que tenemos los que hemos caído en el lado afortunado del mundo, y en recordar que, no hace mucho, éramos los españoles los que teníamos que emigrar por Europa, o los extremeños los que teníamos que emigrar a otras partes de España en busca de una vida mejor. No hace mucho, nosotros éramos los de la playa.