SORIA

Pista de pádel y piscina climatizada en un pueblo de 32 habitantes gracias a las eólicas: "Del aire sí que se puede vivir"

'La Feli', la alcaldesa de Suellacabras, aprovecha el dinero de las empresas de energía renovable para dotar de servicios al pueblo en su lucha contra la despoblación

Bregó para que una de las renovables le pagara el impuesto de obras que correspondía tras una sentencia del Supremo: con parte de los 1'8 millones extra levantó un centro cultural

“A la gente hay que darle cosas, tiene que tener alicientes para venir al pueblo", razona

El pasado 28 de diciembre, día de los Inocentes, salió publicado en el Boletín Oficial de la Provincia de Soria el siguiente anuncio: “Aprobado inicialmente por el Pleno del Ayuntamiento, en su sesión de fecha 15 de diciembre de 2022, el proyecto de las obras para la construcción de piscina climatizada en Suellacabras […] se somete a información pública [...]”.

Los grupos de WhatsApp de los vecinos del pueblo echaban fuego. “La gente decía ¿pero es posible?’ ‘Será una inocentada, ¿no?’ ‘¿Es verdad, Feli?’ Yo respondía ‘quizás, quizás, quizás...’”, bromea la alcaldesa del municipio, enclavado en las Tierras Altas de Soria, la que es conocida como Laponia española por su bajísima densidad de población. De ahí que pensar que el anuncio era una inocentada tuviera su porqué.

Y es que Suellacabras tiene exactamente 32 habitantes censados, aunque en invierno son bastantes menos los que desafían al cierzo que se apodera del norte de la provincia, casi en la frontera con La Rioja. Cuando uno entra al pueblo, tras cruzar pequeñas arboledas de pinos y robles a través de una sinuosa carretera, sorprende ver un luminoso digital que marca la hora en color rojo en la pared del consultorio médico. Y más aún girar la vista un poco, al final de lo que llaman 'la pradera', una amplia y cuidada zona de césped que vertebra la vida de esta preciosa villa de casas de piedra, y ver las paredes de metacrilato de una pista de pádel. Sí, de pádel. [VER ÁLBUM]

En verano, la pradera está repleta de niños (y no tan niños), pero hoy es martes a media mañana, y no hay ni un alma. Solo un coche aparcado frente al Consistorio, el de la secretaria municipal, Cristina, viene a insinuar que puede haber vida en lo que parece un decorado de película en el que estuvieran a punto de salir los actores a escena. Las sillas rojas de plástico del bar, en las antiguas escuelas, están apiladas unas encima de otras. Hay dos porterías de fútbol enfrentadas sobre la hierba, una canasta de baloncesto que da a una suerte de placita y un frontón frente a la iglesia, bastante grande para ser un pueblo pequeño. Aunque no tan pequeño para las prestaciones que ofrece... y que ofrecerá.

Vista de Suellacabras desde la salida del pueblo. 

Vista de Suellacabras desde la salida del pueblo.  / ALBA VIGARAY

“Sin los molinos de viento no tendríamos ni la mitad de la mitad”, tercia María Felicidad Gómez, la alcaldesa, a la que todos llaman Feli. en una sala de la segunda planta del Consistorio que ella encargó reformar casi entero. “Estaba viejísimo. Es que estirabas un poco el brazo y tocabas el techo de escayola”, razona la primera edil, que viste un jersey grueso, un pantalón de campo y unas zapatillas de trekking. “Voy con la ropa de pueblo”. Tanto ella como la secretaria abren la oficina del Ayuntamiento los martes, pero la alcaldesa tiene turnos de 24/7. No cobra ni un duro por serlo -tiene junto a su familia una explotación agrícola-ganadera-, pero le va la vida en ello. Se le ilumina, de hecho, la cara, cuando cuenta la ilusión que le hace llegar un día de fin de semana en invierno y ver que hay gente, por ejemplo, jugando al pádel.

“Es que eso te da alegría, ver que hay vida. Yo me hice alcaldesa porque quería hacer cosas por el pueblo”, dice con naturalidad Feli, del Partido Popular, cuya gestión se ha convertido en la envidia de la comarca, que acusa como ninguna de Castilla y León (si acaso Zamora) la despoblación. Desde que entró al Consistorio hace 20 años y, ayudada por el dinero que dejan los dos parques eólicos enclavados en las sierras que abrazan el pueblo, 'la Feli' no ha dejado de hacer cosas.

Gracias principalmente al Impuesto sobre Construcciones, Instalaciones y Obras -ICIO- que pagaron las eólicas y luego por las tasas de ocupación de terreno público [las empresas pagan entre 4.000 y 7.500 euros al año por cada aerogenerador]. Algunos pueblos de la zona se opusieron por cuestiones estéticas, aunque acabaron sufriendo los de los pueblos de al lado. 'Feli' no. Tenía claro que los molinos, en esas tierras de media montaña olvidadas por las administraciones, y donde sobra el fuerte viento por los cuatro costados, iban a traer cosas buenas.

Lo primero que hizo con el (bastante) dinero que iba entrando a las arcas municipales fue cambiar la red de aguas, “que la pusieron en el año 75 entre todos, colaborando, porque, claro, no había dinero. Todo el mundo picando, y el cura, que era el más listo, hacía de ingeniero”. Sólo había 30 acometidas y la red se había expandido a base de empalmes que hacían que se perdiera la presión. Algunas casas no tenían por ello agua caliente. Luego consiguió -le costó lo suyo, dice- que instalaran el poste que diera cobertura telefónica para todo el pueblo y arregló el cementerio. “Antes había que subirse a un punto concreto de las eras para tener cobertura. Era algo prioritario para que la gente que venga de vacaciones o a acompañar a sus padres pudieran conectarse a internet para trabajar”, aprecia.

Vista del centro cultural de Suellacabras.

Vista del centro cultural de Suellacabras. / ALBA VIGARAY

Aquello era solo el principio. Hace más de diez años se embarcó en la construcción de un centro cultural, que ahora es motivo de admiración de políticos e importantes hosteleros de la provincia, ya que se alquila por una módica cantidad para celebrar eventos en su interior. Le costó 420.000 euros y las críticas de algunos hasta que llegaron las fiestas del pueblo, a finales de agosto, cuando ya hace rasca por las tardes -”si llueve hay que sacar la chaquetilla”-, y pudieron celebrar comidas y cenas en su interior. La Feli se paseaba por las mesas toda ufana con su camiseta de tirantes. Con la de frío que habían pasado en las fiestas ahora estaban tan pichis. En el discurso de la inauguración dijo algo así en referencia a los molinos de viento: “¿Quién dijo que no? Del aire sí que se puede vivir”.

Lo suyo había costado, eso sí. Poco antes de abrirse el segundo parque, el que iba en terreno público -el de la Sierra del Almuerzo se levantó en terrenos de pequeños propietarios-, la secretaria del Consistorio se dio cuenta de que una sentencia del Tribunal Supremo, a respuesta de un recurso de un ayuntamiento sevillano que había mantenido un litigio con una empresa de energías renovables, había sentado jurisprudencia sobre la base imponible del ICIO con respecto a los molinos de viento: no podían quedar excluidos de la base determinadas partes del aparato, como los sistemas eléctricos, o el transformador, entre otros. Eso, que se calculaba con respecto a los coeficientes totales de obra, suponía un mazazo para las eólicas. En este caso, la empresa debía abonar otros 1,8 millones de euros de extra a los que ya había pagado. Y, claro, se negaban en redondo.

“Nosotros fuimos a por ello, aunque fue duro, alguna lágrima por la cara me costó aquello”, admite Feli, perdiendo la mirada en la sala. Sufrieron presiones, amenazas, y quizá lo que más dolía: el menosprecio. Les vinieron a decir que eran una “mierdapueblo”. “Sí, yo soy de pueblo, y no tengo los conocimientos que puedas tener tú sobre un parque eólico, pero yo voy a defender el dinero de mi pueblo”, les vino a decir con su defensa a ultranza. Un día, incluso, llegaron a Suellacabras tres abogados bien atildados. Y de nuevo las mismas prácticas oscuras. “Llegó a haber algunas palabra más altas que otras. Me decían que me iban a llevar a los tribunales. Yo les respondía que no tenía ninguna prisa, eran ellos los que tenían el parque ya construido y solo faltaba que nosotros firmáramos”. Al final, la eólica aflojó la gallina. “Me puedes decir paleta, inútil o lo que quieras, pero mira, a la paleta le pagas lo que corresponde”. Porque menuda es La Feli cuando se le mete algo entre ceja y ceja.

Ella, que de primeras mira con recelo al extraño y cuando se suelta es transparente como el agua del río Alhama, no paró ahí. Construyó una casa rural que tiene concesionada, un precioso merendero a la entrada del pueblo desde El Espino -una suerte de barrio de la localidad, donde viven un puñado de vecinos alejados del núcleo central-, recuperó la ermita de San Caprasio, ya muy deteriorada por el paso de los siglos, y levantó cinco casas nuevas.

La alcaldesa de Suellacabras María Felicidad Gómez Lafuente, en 'La Pradera'.

La alcaldesa de Suellacabras María Felicidad Gómez Lafuente, en 'La Pradera'. / ALBA VIGARAY

“Que en estos pueblos te vengan tres personas más a vivir es para estar más orgullosa”, explica la alcaldesa, que llegó a tener la localidad con apenas 20 censados hace pocos años y ahora están en 32, gracias en parte a los nuevos inquilinos de las casas municipales, cuyo precio oscila entre los 250 y 300 euros al mes de alquiler y han sido rentadas por trabajadores jóvenes de la comarca o la provincia [la capital de la provincia queda a media hora en coche]. Sólo queda una libre.

“Es que aquí se duerme y se vive muy bien”, cuenta José, natural de Barcelona, pero cuya mujer es del pueblo, y se pasan aquí seis meses al año. “El pueblo está muy arreglado y muy bonito, lástima que no venga más gente en otras temporadas que no sean verano [en época estival pueden llegar a 380-400 habitantes]”, explica antes de descargar la compra. Porque en Suellacabras no hay tiendas, y el bar se abre solo unas horas al día en invierno, como de ocho de la tarde a nueve y media de la noche. Adivinen quién lo lleva: sí, han acertado, la alcaldesa. “Es una manera de vernos todos. Como en invierno somos pocos nos pusimos de acuerdo. En verano se abre más, a demanda, me llaman a casa”, dice Feli, que afirma con alegría que con las habitantes recién llegadas van a montar un campeonato de pádel. Por la pista no cobran nada, ni por la barbacoa nueva al lado del centro cultural, que ya está reservada para varios días de abril. “Tienen que reservarla, eso sí, para que sepamos quien se hace responsable, quien enciende y apaga el fuego”.

“A la gente hay que darle cosas, tiene que tener alicientes. No porque vivas en un pueblo tienes que tener tu casa y nada más”, se reafirma la alcaldesa, que bien podría ser ministra de la repoblación, y cuya última prestación municipal hila mágicamente con hace 20 años, cuando un grupo de niñas, recién elegida primera edil, llamaron a su puerta para decirle pizpiretas que lo que tenía que hacer era construir una piscina. Dicho y hecho. Debido a que en verano solo se aprovecharía a lo sumo 30 o 40 días por la climatología que tiene el pueblo, ha optado por hacerla climatizada. “Después de que el arquitecto haya hecho el proyecto, ahora sacamos la licitación, tendrá vestuario, baños… será un vaso grande con un vaso pequeño con el agua comunicando”.

- ¿Y cómo será de larga? ¿Más de 20 metros?

- Sí, eso al menos

- ¿Y con chorros y tal?

- Bueno, ya veremos.

La alcaldesa de Suellacabras, al fondo, en una de las calles del municipio. 

La alcaldesa de Suellacabras, al fondo, en una de las calles del municipio.  / ALBA VIGARAY

Es Feli de esas que concibe (acertadamente) que el dinero público está para dar servicios. Y cuantos más mejor. En la actualidad cada casa paga al año 8,33 euros por el agua y 25 euros por la recogida de basuras, cuando podría ser muchísimo más. Además está bonifando el impuesto de obras al 95% para que los vecinos rehabiliten sus viviendas y en algunos casos no las dejen caer. Hay otros pueblos que con el remanente de tesorería pagan las comidas, las actividades o invitan una mañana a vermú. Ella no. Ella prefiere cambiar las farolas o buscarse las vueltas para hacer su pueblo más atractivo. “Hay que priorizar”. Lo cierto es que lo de la piscina le ha traído tanto admiraciones como recelos de otros compañeros.

Pedro, agricultor, que ronda los 60 años, cruza la calle principal camino de sus campos de cultivo de cereal. Va con el perro. Y cuando le preguntamos por la piscina se sonríe. Serán la envidia de que toda la comarca, ¿no?, le decimos. “Si”, responde ruborizado, “y mira que muchos decían que [los molinos] hacían feo. Yo, desde luego, claro que voy a ir a la piscina”.

“¿Por qué no tengo derecho a tener la piscina si no estoy endeudando al Ayuntamiento? Si he sacado ese dinero que me ha costado muchos disgustos quiero disfrutarlo con todos. Para tenerlo en el banco...hay que moverlo porque da trabajo, da vida”, se ratifica a la salida del Consistorio la alcaldesa, que ya barrunta que habrá que contratar al menos a dos personas -un socorrista y un limpiador/a- y que “algo” de entrada cobrarán, aunque sea simbólico, porque hay que saber que “las cosas cuestan dinero”.

Pese a todo lo conseguido y lo que seguro le queda por conseguir, Feli se quita mérito: “Lo que hago yo lo puede hacer cualquiera”.