Opinión | ELOGIO A LABORDETA
De pueblos que hacen himnos
"Hay pocos pueblos que tengan la suerte de tener himnos tan libres como los de José Antonio Labordeta, que no se lo apropie nadie"
En 2009, cuando José Antonio Labordeta fue el pregonero de las Fiestas de El Pilar, la plaza entera arrancó de manera improvisada el Canto a la libertad y cerró con el Somos, esa dicotomía en la que nos encontramos los aragoneses, pero escrito por la misma persona. Mientras que algunos no somos capaces de emocionar ni a nuestra familia, hay un hombre capaz de entender lo que respiramos en este territorio desde Ansó a Sarrión, que a veces toca con Navarra, otras con Valencia, o con la Cataluña de Alcarràs que defiende su tierra, suave como la arcilla, duros del roquedal.
Se siguió cantando al año siguiente cuando Labordeta ya había falleció, bajo la lluvia de la despedida, y al otro, cuando el ayuntamiento de la capital defendía su conversión a himno oficial de Aragón, un himno que está tan vivo como cuando se compuso hace casi cincuenta años cuando muchos empujaban la historia hacia la libertad.
Las 25.000 firmas que se recogieron en la ILP para la toma en consideración de este cambio del oficial de Antón García Abril por el sentimental no sirvieron ante el voto en contra del PP y el PAR. 40.000 almas lo gritaban en el inicio de estas fiestas desaforadamente con el alcalde del Partido Popular en el balcón. ¿No me digáis que no da giros de guion de la vida?
Que la música que acompañó la defensa del agua, del autonomismo, en contra de las nucleares o el no a la guerra sea ahora tan transversal que se sientan concernidos aquellos que ni siquiera habían nacido en la Expo, la otra, la de Sevilla, la ciudad que nos va a despertar del sueño de la Agencia Espacial española, dejando en los secanos nuestra lucha total. Lo cantan los que votan a unos o a otros, los que entienden por libertad conceptos distintos, o en el fondo sentimos el mismo, solo que quienes lo tergiversan son otros, y ese poder aglutinador, aunque sea por pocos minutos, esa gran utopía de la fraternidad es quizás el mayor de los inconvenientes para que sea el himno institucionalizado.
Es de todos, pero ver la emoción en los mismos que este año han recortado a cero la subvención anual a la Fundación José Antonio Labordeta para poder sacar adelante los presupuestos municipales, te deja con una sensación agridulce que hace dudar si realmente no es mejor que sea así. Que canten Somos nuestros hijos sin que nadie oficialmente se la haya enseñado, que la fuerza de la transmisión del recuerdo haga que sigan sintiéndose de un sitio donde echar raíces para poder andar, sin preguntarse con quién la canto, de donde viene el que la canta conmigo, ni su concepto de igualdad. Hay pocos pueblos que tengan la suerte de tener himnos tan libres, que no se lo apropie nadie.
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