EL SALTO DESDE MARRUECOS

Migrantes nadadores tratan de llegar a Melilla cruzando una milla de mar entre grandes barcos

Su único equipaje: el pasaporte y el móvil metidos en bolsas de plástico

Un momento del intento de robo de una lancha por un menor migrante en el puerto depotivo de Melilla.

Un momento del intento de robo de una lancha por un menor migrante en el puerto depotivo de Melilla.

La mayoría son jóvenes; muchos, menores de edad y todos desesperados por instalarse en suelo europeo. Tanto como para lanzarse a cruzar a pulmón una milla de agua portuaria transitada por grandes embarcaciones. Son lo que los miembros de las fuerzas de seguridad en Melilla llaman “nadadores”: migrantes marroquíes que se tiran desde los diques del puerto de Beni Enzar tratando de ganar la escollera sur del puerto melillense, o la playa de la Hípica o el puerto deportivo de la ciudad.

Fuentes de la Guardia Civil en la ciudad autónoma relatan a este diario cómo desde el inicio de julio a estas fechas está creciendo “la racha de nadadores”. El puerto español y el puerto marroquí están pegados, compartiendo la misma bahía. Dependiendo del dique que elijan como destino, la travesía puede ser de 300 metros, hasta la barrera sur del puerto melillense, o de 1.400 metros si desde la bocana de Beni Enzar discurre por el centro de la rada española.

Sea la ruta larga o de las más cortas, la característica de este salto es su velocidad. “En cinco o diez minutos de nadar los tienes ya aquí”, advierte un agente de los que hacen vigilancia en las áreas fronterizas. Las patrullas del instituto armado cuentan con instrumentos de visión nocturna, pero, cuenta uno miembro de esas patrullas, “en lo que dejas un momento el visor térmico en el asiento para abrir un refresco, se te han metido en el agua y ahí es difícil verlos”.

Los nadadores prefieren la noche, aunque la noche no les prefiera precisamente a ellos. Es el momento más peligroso para cruzar el puerto, porque, sobre todo a partir de las once, a y cuarto y a las doce menos cinco y a las doce y media salen ferrys de aguas de Nador o de aguas melillenses con destino a Motril, a Málaga, a Almería o al puerto francés de Séte.

Hay además otro periodo horario de peligro, entre las 8:30 y las once de la mañana, con otro bloque de salidas y llegadas de ferrys a y desde Europa.

“Estás todo el rato en tensión, porque cualquier día vamos a tener una desgracia”, cuenta uno de los guardias civiles consultados. Los nadadores buscan el abrigo de los grandes barcos para esconderse de los agentes que vigilan el puerto. Pero el escondite es muy arriesgado, porque también cruzan la bocana hélices enormes. “Te pueden succionar incluso a veinte metros si te descuidas. Y si te atrapan, te hacen papilla”, comenta la misma fuente.

Aguantar veinte días

No ha habido hasta el momento desgracias que lamentar, aunque el flujo de nadadores es cada vez más frecuente, pues la gendarmería marroquí ha extremado la vigilancia en la valla y en un radio de varios kilómetros país adentro, más allá del monte Gurugú, pero no entre la chavalería que ronda el puerto esperando una oportunidad. Tampoco hay un recuento oficial de nadadores que haya trascendido, porque una fracción de los que llegan a tocar territorio español se zafan del dispositivo policial.

Y esa es precisamente la clave, la meta de los que se lanzan al agua. Si logran atravesar el dispositivo policial de vigilancia y se adentran en la ciudad, ya no podrán ser devueltos: enseguida se dirigen al CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes) y con una solicitud ponen en marcha la maquinaria de tramitación de las peticiones de asilo.

Los que atrapa la Guardia Civil en el agua sí vuelven a Marruecos. Al fondo del puerto de Beni Enzar, donde se alinean las patrulleras marroquíes, hay una gran instalación de la gendarmería a la que van a parar. Suerte muy diferente tendrán los que consiguen entrar en España: desde mayor del 21 en Madrid se han hecho cargo ya de las situaciones, a veces insostenibles, de hacinamiento migratorio de Ceuta y Melilla, y también de la tensión que ambas ciudades viven por las noches con los deambulantes desesperados,. Así que, de un año a esta parte, el migrante estará en la península en no más de 20 días. 

Ligeros de equipaje

El nadador se tira al agua sin peso ni flotador, ni más ayuda que sus brazos, piernas y pulmones. Va vestido ligero, y en una mochililla mete el pasaporte, algunos euros, el móvil y un cargador, y a veces unas sandalias. Envuelve el teléfono y la documentación en una bolsa de plástico, y luego en otra, y luego en otra. La mete en la mochila y se la echa a la espalda bien ceñida para que no le moleste demasiado al nadar.

Una importante fracción de estos nadadores son menores. Se ha dado la circunstancia, en un verano de hace dos años, que un recién llegado se ha secado y descansado en el muelle, ha observado las embarcaciones de recreo y ha intentado robar una lancha con la que lanzarse mar adentro hacia la península. Fue atrapado uno de estos inmigrantes a la salida del puerto de Melilla, en el verano de 2019, tras chocar con varios yates en su huida. “Si hubiera seguido, se habría quedado sin combustible en pleno mar de Alborán, y eso, según la mar que hubiera, habría sido muy peligroso”, augura un capitán de marina mercante con base melillense.

Pero la necesidad es más potente que el miedo, y catapulta al agua a estos niños... y a estos hombres, porque las edades en este fenómeno son muy variadas y esta travesía a nado no es ruta única de la juventud: al menos uno de los que han atrapado las fuerzas de seguridad este verano en el agua tenía 50 años.