Opinión | DIVERSIDAD

La ignorancia

El desconocimiento de lo que sucede en los territorios vecinos y la tendencia a creer que en las capitales está el meollo de la cuestión es algo generalizado

Un niño juega en las calles de un pueblo de la España vaciada.

Un niño juega en las calles de un pueblo de la España vaciada. / The problem of depopulation in rural areas of Spain, a child only for a town

Cuando nieva en Madrid, nieva en toda España. Igual que cuando hay elecciones, un caso de corrupción o un rifirrafe político. Cualquier hecho que suceda en la capital es, mediáticamente, más importante que lo que pasa en una provincia. Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí, en un medio radiofónico nacional, una sección de noticias regionales en clave de mofa. Una habitual falta de savoir faire y de capacidad para comprender la globalidad. Los que vivimos en las

Islas Baleares

estamos acostumbrados. De hecho, estamos tan acostumbrados a pasar desapercibidos que ya no nos molestamos cuando quien presenta el tiempo se planta delante del archipiélago e impide que los indígenas de les illes seamos conocedores de la previsión meteorológica. Nos conformamos con saber lo que se espera en la

Comunitat Valenciana

, le restamos un gradito y tan contentos.

El desconocimiento de lo que sucede en los territorios vecinos y la tendencia a creer que en las capitales está el meollo de la cuestión es algo generalizado. En Palma, sin ir más lejos y bajo la batuta de la ya exregidora de Justicia Social, Feminismo y LGTBI, Sonia Vivas, Kristin Hansen, organizadora de la Palma Pride Week cancelada esta semana por el alcalde de Palma con la consiguiente crisis de Gobierno en el Ayuntamiento, ha creído que los de la Part Forana nos subiremos a la camiona y recorreremos media Mallorca para ir a ver a una lesbiana. Más o menos como cuando íbamos al zoo de Barcelona a ver a Copito de Nieve.

No olvidemos que esa torpeza, falta de tacto, de elegancia y el calendario festivo con tintes new age los íbamos a pagar todos con (mucho) dinero público. El comentario me ha recordado al de una señora alemana que, durante una cena de alto copete, le dijo a mi madre que Mallorca era maravillosa, excepto por los mallorquines, a quienes echaría sin titubeos. O el que me soltó una alumna de la prestigiosa Universidad de Cambridge cuando me presenté como mallorquina: "Qué exótico. ¿Allí lleváis zapatos?". Las tres comparten la ignorancia, pero solo a la primera le pagamos.

El comentario de Kristin Hansen fue frívolo y desafortunado, sobre todo porque la idea que quiso transmitir es poco moderna y bastante casposa. Cuando era pequeña, en Manacor, un chico paseaba por el pueblo creyendo que conducía un coche imaginario. Ponía intermitentes, manejaba un volante, imitaba el sonido de un motor y frenaba delante de los semáforos. Cuando teníamos las ventanas abiertas, le oía acercarse a metros de distancia y podía intuir la velocidad que llevaba en función del volumen de su voz. La gente le miraba sin disimulo y hacían corrillos para reírse de él. Su crueldad y falta de empatía me molestaban, pero por encima de todo me enervaba que se destacara en negativo la diferencia. Nada tiene que ver esta historia con la actualidad, salvo por esa necesidad de señalar y de adjetivar. La diversidad, en toda su complejidad, es. No se observa, no hace falta tratar de definirla. Simplemente, existe. Se vive, se disfruta y nos enriquece. Nuestra sociedad debe defenderla con uñas y dientes.