ALERTA POR OLA DE CALOR

El peor día de la ola de calor: "Se me quema la calva"

Las terrazas están desiertas, los repartidores no se separan de su botella de agua y los vendedores callejeros se riegan con los aspersores urbanos

Un trabajador de la feria de artesanía de Madrid se empapa con los aspersores del paseo de Recoletos.

Un trabajador de la feria de artesanía de Madrid se empapa con los aspersores del paseo de Recoletos. / David Castro

Olga Pereda

Ventiladores, camisas sudadas y piel brillante. El guion de 'Fuego en el cuerpo', compleja y espléndida película de cine negro (Lawrence Kasdan, 1981), se queda corto para definir lo que está ocurriendo en España, achicharrada por la segunda ola de calor más temprana desde que existen registros. Jamás tuvo tanto sentido el cartel de los Veranos de la Villa de 2018: una chancla de piscina derretida como un chicle en el ardiente asfalto madrileño. 

Hasta en el oasis vasco se preparan para llegar este fin de semana a los 40 grados. Los bilbaínos harán ahora lo que los andaluces y extremeños llevan haciendo toda la vida: cerrar persianas y ventanas durante el día para evitar que el aire, convertido en fuego, entre en las casas. Solo se abren una vez que llega la noche. "Hay que evitar desde ahora que se calienten las casas, para poder descansar. Por una noche sin dormir no pasa nada. Por dos, tampoco. Pero cuando empiezan a ser tres o cuatro…", alertan los responsables de Euskalmet.

Ya nadie se sorprende de ver a gente con paraguas por la calle para protegerse del sol. Permanecer sin gorro al aire libre te puede llevar directamente a urgencias, como le ocurrió el sábado a Candela tras dar un paseo en barca por el embalse de San Juan (Madrid). Al día siguiente se encontró tan mal que su marido la acompañó al hospital. Además de la inyección para combatir el intenso dolor, la receta médica contra la insolación fue bien sencilla: mucha, mucha, mucha agua.

Dos litros y medio de agua se bebe cada día Juan, repartidor que ha optado, como muchos colegas, por trabajar en pantalón corto. Su gran fallo es que sigue sin llevar gorra. “Se me quema la calva”, admite sonriendo. Consciente de que la comunidad médica y científica pide no trabajar ni hacer deporte en la calle con temperaturas extremas, Juan levanta los hombros y asegura que no queda otra, que hay que ganarse el pan.

"Trabajar en la calle con 40 grados es sufrido. Yo bebo dos litros y medio de agua al día"

Juan

— Repartidor

“Por lo menos -añade el repartidor- ya no llevamos mascarilla”. La ola de calor ha sido, precisamente, la gran excusa para que los camareros se hayan despedido de la protección buconasal. Hasta ahora la seguían portando a pesar de que no era una obligación. Ver, por fin, la cara de la persona que cada día te pone el café no es el único efecto que ha tenido la ola de calor en la hostelería. Las inmensas terrazas de los bares están completamente desiertas porque no ha habido tiempo de instalar los difusores de agua. Un toldo y una sombrilla no es suficiente.

Las altísimas temperaturas abren telediarios, periódicos e informativos de radio. Es el gran tema de conversación en la calle. Las tiendas venden abanicos con la expresión ‘puto calor’ y los escaparates atraen a clientes con miniventiladores de colores para llevar por la calle. En internet, se ofertan refrigeradores magnéticos “para evitar que la batería de los móviles sufran la ola de calor”. Los grandes almacenes no dan a basto con la venta de ventiladores y si estos días tratas de arreglar tu aparato de aire acondicionado, lo más normal es que el técnico ni te coja el teléfono porque está saturado de trabajo. Hasta arriba están también los 'manitas a domicilio' de los seguros de hogar que instalan ventiladores de techo en las casas, una opción más ecológica que el aire acondicionado.

Una ola de calor en junio no es tan raro. En 2019 la hubo. También en 2017 y 2015. Lo que no es tan normal es la duración, la intensidad y la fecha (mediados de mes y no a finales). El calentamiento global hace que la insoportable subida de los termómetros haya dejado de pertenecer exclusivamente a julio y agosto. Nadie con dos dedos de frente niega la emergencia climática. Pero cuando la ola de calor se traslada a la política, el negacionismo asoma la patita.

“Entiendo a la oposición, que tiene que generar escándalos y provocar miedo, pero que en junio haga calor forma parte de lo más natural del mundo”. La frase es de Pedro Muñoz, portavoz del PP en la Comunidad de Madrid. Cuando la dijo, el martes, Muñoz llevaba camisa larga, chaqueta y corbata y estaba en la Asamblea, con el aire acondicionado a 23 grados.

El calor en España es de tal calibre que la corbata ha dejado de ser un complemento indispensable para algunos ejecutivos. A la hora de la pausa del café, en el barrio de Salamanca (Madrid) se ve un puñado de hombres de negocio con chaqueta pero sin corbata, todo un atrevimiento en el mundo laboral clásico, donde está bien visto que una mujer vista en blusa de tirantes pero los pantalones cortos siguen estando vetados para el género masculino. 

"Me traigo una botella de agua helada de casa y no me separo del ventilador"

Gloria

— Artesana con un puesto en la feria de Madrid

Regarse (literalmente)

Gloria trabaja en la calle y no tiene aire acondicionado. No es barrendera ni repartidora ni conductora. Es artesana. Tiene un puesto de camisetas pintadas a mano en la feria de artesanía de Madrid, en la calle Recoletos, y su truco para sobrevivir al intenso calor es traerse de casa una botella de agua helada y un ventilador pequeño. A la hora de comer, cierra el puesto y se va con otros compañeros bajo la sombra de algún árbol. Muchos artesanos aprovechan la pausa para regarse -literalmente- con los aspersores del bulevar del paseo de Recoletos. A las cinco vuelven a abrir. Y se vuelven a derretir de calor, pero no dejan de sonreír a los (pocos) clientes que se acercan. 

En la feria, hay otros artesanos que no tienen ni ventilador. Su cara lo dice todo. Se rocían con el agua de un espray, elemento imprescindible también en los colegios, convertidos en hornos a falta de dos semanas de que termine el curso. Y otros artesanos, los más precavidos, optan por minineveras eléctricas o ventiladores que vaporizan agua. “No puedo vivir sin esto”, explica una artesana señalando su aparato. A su lado, Thiago -que convierte mandalas en bisutería- se desespera al decir que no hay mandala suficientemente grande para combatir la emergencia climática.