CONSUMO

Pollos, de 44 gramos a 4,2 kilos en 41 días

Las grandes cadenas, con inesperadas excepciones, se comprometen a renunciar en 2026 a la venta carne de pollo de crecimiento rápido

Un pollo de crecimiento rápido, con más que probables problemas de sobrepeso para mantenerse en pie.

Un pollo de crecimiento rápido, con más que probables problemas de sobrepeso para mantenerse en pie.

Carles Cols

Primero fue el huevo y, después, la gallina. En esta historia, así se desempata el enigma. Equalia, una organización comprometida con el bienestar animal, puso el foco primero en las condiciones de vida de las gallinas ponedoras de las granjas avícolas, en especial en ese exitoso cruce absolutamente antinatural que en los años 50 desarrolló el genetista Jim Warren para producir un ser vivo condenado a poner huevos sin pausa.

En colaboración con otras organizaciones animalistas logró un compromiso para que a partir de 2025 las más importantes cadenas de supermercados renuncien a vender huevos de categoría 3, es decir, de explotaciones avícolas en las que las gallinas nacen, viven y mueren en un espacio de 600 centímetros cuadrados, un folio. 

La nueva campaña de Equalia y de una constelación más de organizaciones europeas, de eso va esta nueva historia, ha puesto el foco ahora en los pollos de engorde. Somos lo que comemos, se dice en ocasiones. Pero, ¡qué comemos!

Hay que retroceder primero a los años 1946 y 1947. Todo el mundo coincidirá en que desde entonces apenas ha pasado un suspiro en términos evolutivos. Eso solo es cierto si hablamos de selección natural. Si se trata de selección artificial, una expresión menos usual, todo cambia. En aquellos años, la Great Atlantic and Pacific Tea Company (no se dejen engañar por el nombre) convocó un concurso para que granjeros de cualquier parte de Estados Unidos cruzaran distintas líneas genéticas de pollos en busca de una nueva variedad que en un tiempo récord desarrollara unos muslos y pechugas desproporcionadamente carnosos. El mundo reclamaba proteínas y ellos se las iban a dar.

Chicken of Tomorrow’. Así bautizaron aquella meta, literalmente el pollo del mañana o, si se prefiere, del futuro. El nombre lo dice todo. Fue una suerte de ‘Proyecto Manhattan’ avícola. Un premio de 10.000 dólares captó la atención de todo tipo de granjeros del país dispuestos a emular los logros que ya en el siglo XVIII consumó en Inglaterra Robert Bakewell, padre de las variantes genéticas de la oveja Leicestershire y del cerdo Small White, por citar dos de sus legados, pionero de la selección artificial y personaje cuya importancia queda sobre todo acreditada porque el mismísimo Charles Darwin le citó en sus investigaciones sobre la evolución de las especies.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la necesidad de poner en el mercado proteínas baratas era, a las puertas del ‘baby boom’, una prioridad mundial. La Great Atlantic and Pacific Tea Company olió el negocio. Que el propósito fuera conseguir esas proteínas a través de la carne de pollo parecerá hoy algo lógico y natural, pero entonces era una idea a contrapelo, pues este era un producto caro, un cierto lujo gastronómico. No está de más recordar cuán harto estaba Josep Pla de comer langosta en el Empordà, cuando él lo que deseaba era un buen guiso de pollo.

El resultado de aquel concurso forma parte de la historia de la industria cárnica. Los participantes presentaron un total de 720 huevos para que fueran incubados en igualdad de condiciones. Cada huevo era fruto de una selección de cruces meticulosamente meditada. Todos los pollitos fueron alimentados por igual. Pasadas 12 semanas, fueron sacrificados y diseccionados para su estudio.

Si un bebé humano fuera así...

Hubo primero torneos regionales para ir cribando ganadores. Al final, lo que aquí interesa, es que se obtuvieron dos líneas de selección que, cruzadas, alumbraron el llamado Cornish Rock Cross, un ser vivo programado para crecer a una velocidad de vértigo. “Si un bebé humano creciera al mismo ritmo que esas aves, al cabo de dos meses pesaría 300 kilos”, explican los portavoces de Equalia.

Hay un antes y un después en la historia natural marcado por aquel concurso del pollo del futuro. Pasado algo más de medio siglo, la variante dominante en las estanterías frigoríficas ha terminado por ser el pollo ‘broiler’, un ser vivo imposible en estado natural, un ser vivo modelado por los seres humanos y condenado a vivir 41 días (es entonces cuando se les suele sacrificar) de geométrico crecimiento corporal. Cuando rompe el cascarón, pesa de media 44 gramos. Cuando es sacrificado, solo seis semanas más tarde, supera los 4,2 kilos.

Los defensores de que la Tierra viene una nueva era que merece ser conocida como antropoceno, es decir, una edad del planeta en la que la presencia del hombre ha modificado no solo el paisaje, sino también el clima, los pollos ‘broiler’ son un material que estudiarán los paleontólogos del futuro por su antinaturalidad. Cualquier huesecillo fósil anterior a la Segunda Guerra Mundial será diminuto comparado con los aparecidos súbitamente durante la segunda mitad del siglo XX. Será, explicado de otro modo, como si en un yacimiento de la prehistoria sobre la capa correspondiente a los australopitecus aparecieran ya, de repente, los ‘sapiens’ actuales. Un disparate evolutivo, pero real.

Son animales que sufren, subraya Equalia. Apenas se sostienen en pie. Esta organización animalista no reivindica una solución vegana, se conforma con una alternativa éticamente más noble. Es por eso que han mantenido contactos con las principales cadenas de venta, el eslabón más expuesto a las opiniones del público, y en ese campo de batalla han cosechado valiosos acuerdos, con, por ejemplo, Eroski, Alcampo y El Corte Inglés.

Cadenas como Carrefour parecen aún reacias a firmar el Compromiso Europeo del Pollo, un texto de seis puntos a cumplir en el horizonte de 2026, que esencialmente obliga a renunciar a la venta de razas avícolas de crecimiento rápido y a mejorar las condiciones de vida de los ejemplares, por ejemplo con cuestiones tan simples como que lleguen a conocer la luz del Sol.

Hay resistencias, cierto, pero ya lo cantaba Dylan, no hay que ser el hombre del tiempo para saber hace dónde sopla el viento. El Corte Inglés, por ejemplo, ha decidido incluso ir más veloz de lo que los compromisos reclaman. En 2017 aceptó dejar de vender huevos de gallinas criadas en jaulas en 2025, pero a la hora de la verdad ha adelantado tres años esa meta y ya no los tienen en ningunos de sus establecimientos, ni siquiera los usa en sus restaurantes.

Por lo que hace referencia a la carne de pollo, la empresa asegura que el 100% de su actual oferta de marca propia procede de razas de crecimiento lento y que trabaja con sus proveedores para garantizar que en 2026 el resto de marcas que se venden en sus tiendas no sean en ningún caso de esos pobres descendientes del concurso del ‘Chicken of Tomorrow’ o, peor aún, de lo que vino después, cuando la intuición de los granjeros fue sustituida por la irrupción de empresas líderes en genética animal.

Vuelvan atrás. Miren las siluetas de lo que era un pollo antes de aquel concurso y de lo que finalmente es hoy. La diferencia es colosal. Es una realidad tan sorprendente que parece ciencia ficción, tanto que Bong Joon-ho, oscarizado director de ‘Parásitos’, rodó en 2017 otra película que pasó tal vez algo inadvertida y que aborda de forma directa esta cuestión. Es ‘Okja’, una tierna y a la par descorazonadora historia sobre el empeño de una empresa, Miranda Corporation, de desarrollar una variante gigante del cerdo de consumo.

Es una película muy recomendable, pero (y no esta la primera vez) la realidad supera a la ficción.