Opinión | PALIQUE

Me han cerrado el supermercado

Hay cosas peores, visto como está el mundo. Pero bueno, no deja de ser otra desgracia. Rutina rotan

Cola de personas para hacer la compra en un supermercado.

Cola de personas para hacer la compra en un supermercado. / JOSÉ LUIS ROCA

Han cerrado el súper de mi barrio. La vida continúa y a las desgracias globales, bélicas y pandemiosas, se suman las cotidianas, inesperadas e inclusive desasosegantes. Un cartel poco atado a las normas ortográficas informaba, hueco de sentimentalidad e infectado de laconismo, del cierre.

La palabra temporal, salvo cuando se refiere a un contrato, siempre alivia. Temporal. Cierre temporal. Por reformas y ampliación. En España son imposibles de saber dos cosas: cuándo cesará la bronca política y cuándo acaban unas reformas. Ya sean en el cuarto de baño, en la catedral, en la estación de tren o en el sótano. El cierre del supermercado nos deja sin nuestro frutero de cabecera, sin nuestra cajera de confianza, sin el carnicero que no aporta grasa y hasta sin esos productos tan económicos y ricos de prestigio acreditado.

El cierre ha caído sobre la rutina como una bomba de racimo: ahora hay que andar más o coger el coche o comprar otros productos. La rumorología del barrio e incluso los cronistas del mismo con mejores fuentes, aseguran que el súper será mucho mejor cuando reabra. Que tendrá más espacio y que todo será más cómodo. Los abueletes hacen corrillo a las puertas del supermercado ya cerrado como quien en un velatorio hace tiempo y reflexiona sobre la vida mientras entierran o queman de una vez al muerto o termina la misa.

La gente pasa por la fachada resignada y echa un ojo por si atisba que pasa dentro. Se va a beneficiar mucho la competencia, dice un hombre sentencioso que lleva una bolsa del supermercado cerrado, lo cual es algo así como llevar el billete de avión para un vuelo que ya salió o portar un balón pinchado. Un par de señoras, con los que pudieran ser sus nietos, merodean por la manzana desembocando una y otra vez ante la puerta del súper cerrado temporalmente.

Podría ser la hora de la merienda, los niños preguntando por el donut, la incertidumbre de adentrarse en otros comercios. Esto no se hace, musita alguien. Yo cazo el verbo musitar y me lo llevo luego de paseo, musitando frases para esta columna, dedicada a esos pasillos de supermercado por los que tanto transité en busca de una lata de atún que salvara la cena, de unas cervezas para una inesperada visita, de un epitalamio o una lasaña precocinada para un martes sin historia. El súper de la compra de la semana, del antojo de repente, de los batidos que se nos habían olvidado. Laca no tenemos, caballero.

No se acaba el mundo ni estamos desabastecidos pero en el supermercado de los temas para escribir, ahí en la balda de los embutidos, escondido, estaba este, nutritivo como pocos para muchos.

Es temporal.