CIUDADES

La efervescencia de Madrid eclipsa a una Barcelona en crisis de amor propio

La capital catalana atraviesa una crisis de amor propio en un momento en el que su eterno rival vive tiempos de efervescencia

La política global no ayuda, pero tampoco el agotamiento de un modelo de ciudad que clama una renovación

La madrileña Puerta de Alcalá, en la capital.

La madrileña Puerta de Alcalá, en la capital. / DAVID CASTRO

Carlos Márquez Daniel

Los nuevos hábitos complican mucho el periodístico arte de molestar a la gente. Porque si antes leían un diario, ahora llevan auriculares ante una pantalla y la interrupción es algo más abrupta, más desagradecida. Una joven levanta la cabeza y encaja bien un par de preguntas. Ocupa un asiento del coche cuatro de un Avlo que va de Barcelona a Madrid. Es viernes, son las seis de la tarde y a su lado se sienta su hermana. "Vamos a pasar el fin de semana para ver museos y para divertirnos". Como si fueran a que les diera un poco el aire.

Viajan en medio de un nuevo capítulo de la eterna pugna entre ambas ciudades, si es que alguna vez tuvo sentido dicha contienda. Los emprendedores estaban en Cataluña y el dinero residía en la capital del Estado. Ahora flota el 'karma' de una Barcelona decadente y un Madrid brillante, de una Barcelona que es la 'Nada' de Carmen Laforet y un Madrid que es el barco de 'Vacaciones en el mar'.

Y aunque la cosa está repleta de matices, de tópicos, de realidades que no se cuentan, de exageraciones y de campañas, parece que está sucediendo como con el covid: la imagen, las sensaciones, el optimismo y también el pesimismo, la marca; todo se contagia. Para bien y para mal. Luego están los datos, las cifras. Pero eso, por racional que resulte, no genera ni ilusión, ni polémicas ni estados de opinión.

'Cuando te da por Madrid te da muy fuerte', reza una enorme publicidad colocada en la estación de Atocha. La primera comparación, la de esta terminal (o si lo prefieren, la de Delicias, en Zaragoza) con la de Sants, ya sería sangrante. Se la ahorramos. San Miguel, un estupendo mercado de estructura metálica de principios del siglo XX reconvertido ahora en lonja gastronómica (lo que se ha intentado evitar siempre en la Boqueria), tiene sus pasillos hasta los topes de comensales.

Colas en todas partes, sonrisas y brindis, diseño, gente guapa. Turistas y madrileños recién salidos de la oficina se arremolinan en mesas con chistorras, empanadas, sushi, cervezas y ostras. Se habla inglés, italiano, francés. Y distintos castellanos. En un VIPS de la glorieta de Quevedo hay un cartel que resume la imagen que destila la ciudad: "Muy abierto". Para el neófito, todo es estupendo.

El mercado de la Paz combina las tiendas de alimentación con las catas de todo tipo. Ambientazo. Y colas tremendas para conseguir una mesa o un centímetro de barra en la afamada Casa Dani, donde, dicen, se come una de las mejores tortillas de patatas del planeta. Espera su turno una pareja de Sant Cugat. "Amigos que vinieron en Navidad y por la Purísima nos dijeron que teníamos que venir, que Madrid está espectacular. Ayer hicimos museos, hoy toca comer. La verdad es que aquí se respira otro ambiente".

De vuelta al tren, otras cuatro personas consultadas, dos que viajan de manera recurrente a Madrid por trabajo y un matrimonio camino de un par de días sin los niños, coinciden con la idea de que la meseta está un paso por delante. ¿Pero es justo realizar una radiografía de una ciudad con una visita de tan solo 24 horas? ¿Basta con ver el Retiro como si esto fuera una fiesta mayor constante para llegar a alguna conclusión? Por supuesto que no. Aquí juegan muchas otras variables, aunque sí hay un poso que parece confirmarse: Barcelona no se gusta tanto como antes mientras Madrid se paladea más que nunca. Pueden trasladar esto último al fútbol, que algo tendrá que ver en todo esto.

Las razones pueden buscarse en la inmediatez. En la pandemia, en las políticas del ayuntamiento. En el 'procés', si lo prefieren. Pero las causas también son mucho más profundas y longevas, fruto de un cierto agotamiento al que no ha seguido un renacimiento que Madrid parece sí trabajar bajo el paraguas de ciudad 'business friendly' y amiga del turismo internacional en tiempos de covid.

Basta con analizar el Barómetro municipal para darse cuenta de que el desencanto viene cocinándose desde hace mucho tiempo, con valoraciones a los líderes que año a año han sido inferiores y con la confianza en el gobierno de turno en caída libre. Con preocupaciones ciudadanas, como la inseguridad o la falta de limpieza en las calles, que siempre han estado ahí y que también ejercen de bisagra del desgaste moral, sin una respuesta definitiva que las alivie.

Es como si la ciudad hubiera estirado hasta la extenuación la estela olímpica, con el turismo que vino después, y se hubiera quedado sin aire, sin hoja de ruta. O como suele decirse, sin un modelo de ciudad que enamore. Podría ayudar lo que los cuatro exalcaldes de Barcelona Narcís Serra, Joan Clos, Jordi Hereu y Xavier Trias coincidieron en afirmar en un acto en 2016 en el Palay Macaya: el pacto es la única salida, y la colaboración público-privada, también. Dónde está la sociedad civil, antes conocida como burguesía, es otra cuestión a tener en cuenta en el desarrollo contemporáneo de la capital catalana. Por contra, compañías como Microsoft o Google si han asomado la cabeza con proyectos propios en la ciudad de Gaudí y Cerdà.

La eterna espera de infraestructuras

Pero hay más cosas que ametrallan la línea de flotación de la 'barcelonidad', como el disparado precio de la vivienda y la desdicha no de poder vivir en tu propio barrio; la goteante desaparición de comercios emblemáticos o de toda la vida; la frustración que genera la eterna espera de infraestructuras como la línea 9 de metro, la estación de la Sagrera o las mejoras en Rodalies, o el debate estético generado a raíz del urbanismo táctico y las terrazas de bares, que poco han ayudado a alimentar el orgullo local a pesar de la buena intención de ayudar a la restauración y ceder más espacio a los peatones.

La imagen, y de eso Madrid sí sabe cómo sacar partido, también es importante. Sin olvidar a los forasteros. Mientras la capital catalana tenía en 2019 un 88% de pernoctaciones internacionales en hoteles y un 12% de nacionales, el reparto en la capital del Estado era del 63% de extranjeros y un 37% de residentes en España. Para los que gusten de culpar al 'procés', en 2011, cuando todo empieza a cambiar, Barcelona tenía un 18,7% de noches foráneas, y en 2009 eran el 25%. Podría concluirse, también, y amén de la política, que la ciudad ha optado por trabajar más y mejor el mercado mundial, puesto que en 2019 batió su récord de pernoctaciones con casi 20 millones.

El agotamiento de la capital catalana convive con el renacimiento que Madrid parece sí trabajar bajo el paraguas de ciudad 'business friendly' y amiga del turismo internacional

Luego están los datos socioeconómicos. Y más allá de lo que cada gobierno local barra para casa, como el hecho de que Barcelona capte el 72% del volumen de inversiones en oficinas de toda España, se pueden usar informes imparciales, como el elaborado por la Red Española para el Desarrollo Sostenible, con sede en la Universidad Autónoma de Madrid, que cada dos años analiza el grado de cumplimiento de los 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS) que Naciones Unidas se ha marcado de cara al 2030.

En su estudio realizado en 2020, este organismo analizó la vida en 100 ciudades, Madrid y Barcelona incluidas. Así está la cosa. Los indicadores de pobreza son mejores en la capital catalana, con menor tasa de población infantil sin recursos y mayor valor en la inversión para combatir la desigualdad. Barcelona también gana en calidad educativa, con el triple de valor en el punto que hace referencia al gasto público.

Mal en contaminación

Hay algo menos de suicidios en Madrid, su mortalidad prematura también es ligeramente inferior y golea en cuanto a agua limpia (ese bendito canal de Isabel II) y saneamiento. También la ciudad capitaneada por José Luis Martínez-Almeida gasta más por habitante en materia de investigación, desarrollo e innovación. En cuanto a contaminación están las dos muy mal (ahora mejor, gracias a la pandemia) y comparten también, por la parte baja de la tabla, un índice muy pobre de acceso a la vivienda. En vida submarina, ahí no hay sorpresa, golea Barcelona. Del mismo modo que Madrid le pasa la mano por la cara a la capital catalana en la tasa de criminalidad (casi un 40% menos) y en la de homicidios y asesinatos (la mitad). En resumen, la cosa queda bastante repartida, y puestos a comparar, hay otras urbes españolas que les dan mil vueltas a las dos.

Sergio, barcelonés, es directivo de alto rango de una gran empresa con sede en Madrid. Lleva más de 20 años fuera de Catalunya (ha vivido también en México, Estados Unidos, Inglaterra y Brasil) pero tiene claro que es ahí, en casa, donde quiere jubilarse, en su ciudad, "infinitamente más bonita pero mucho menos cuidada". En los últimos años ha notado un creciente ensimismamiento de Barcelona, una "endogamia peligrosa frente a un Madrid más cosmopolita y empresarialmente más proyectado al exterior". Al margen del momento, comparte Sergio, hay rasgos que son propios y originales de cada ciudad: "Madrid es más disfrutona, más alegre, pero con relaciones más superficiales". Sobre la pandemia, admite que en la capital del Estado ha calado la idea de que el covid da un poco igual. "La gente, sea de izquierdas o de derechas, se ha convencido de que se vive mejor sin preocuparse".

Los indicadores de pobreza son mejores en la capital catalana, con menor tasa de población infantil sin recursos y mayor valor en la inversión para combatir la desigualdad

Lamenta las oportunidades perdidas en Barcelona porque está convencido de que es "una ciudad que lo tiene todo para ser un imán en tiempos de teletrabajo, con belleza natural, infraestructuras, clima, oferta cultural". En cambio, deplora, "prevalece lo propio antes de facilitar que venga gente de fuera, y eso pasa en un momento en el Madrid está más abierta que nunca". "Da mucha pena ver una Barcelona venida a menos, pero es el producto de lo que han querido los barceloneses en la última década", resume Sergio, convencido de que el debate ya no es en dos direcciones, porque Madrid apenas habla de Barcelona.

Emilio, de origen asturiano, estudió un máster en Barcelona a principios de siglo y luego montó una empresa que tuvo sede en la capital catalana durante casi 20 años. En 2018 no pudo más y se llevó la firma y los trabajadores a Madrid, dejando aquí una pequeña delegación. Él sí apunta a la política como culpable del "aislamiento económico".

"El dinero viaja sin miramientos, y mucho capital que tenía como objetivo Barcelona se ha trasladado a Madrid. Hay mucha hostilidad, y no me refiero solo al independentismo, también a decisiones políticas que han convertido aquello en una ciudad agachada y pueblerina". El gobierno municipal no es amigo del capitalismo, ahí no descubrimos nada nuevo. Emilio sigue pensando que Barcelona es "un transatlántico capaz de hacer lo que quiera y con unas condiciones privilegiadas, pero solo cuando se ha abierto de verdad al exterior le han ido bien las cosas". "Pero no puede jugar mucho tiempo más porque el entusiasmo de la gente no es a costa de todo", concluye.

Queda claro que el estado de ánimo viaja a distintas velocidades en Madrid y en Barcelona. De regreso a casa, también en un Avlo, un joven de Horta-Guinardó que lee un libro sobre emprendimiento empresarial y que vuelve a casa tras unos días buscando financiación para un plan que tiene entre manos, sostiene que la ciudad está "adormecida y enfada". "Y ya no es solo el covid que nos ha jodido a todos, es algo más que no te sé explicar". El contagio de las sensaciones, la otra pandemia. O como decía Anna Gener en un artículo publicado en este diario en septiembre de 2020: "En mi antigua vida había menos preocupación, menos miedo y mucha más belleza".